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El fascismo son los otros

publicado
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Contrapunto

Acabamos de celebrar el cincuentenario del triunfo sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, pero no hay que creer que la amenaza haya desaparecido. Es más, si hemos de creer a Susan Sontag, que ha estado en Madrid haciendo promoción de su último libro, resulta que el fascismo «es el gran peligro del mundo en nuestros días» y, en concreto, «el gran peligro en Estados Unidos».

La idea no es muy novedosa. En los tiempos en que la progresía oficial depositaba sus esperanzas primero en la Unión Soviética, después en la China de Mao, luego en la revolución castrista e incluso en el sandinismo, el antifascismo fue siempre el elemento movilizador. Y la amenaza fascista, la caza de brujas, la tolerancia represiva, los detectaban siempre en los países democráticos, lo cual no les impedía vivir y trabajar en ellos sin ser molestados.

A sus 62 años, Susan Sontag no ha perdido los viejos reflejos ideológicos. El periódico que la entrevista (El País, 14-VI-95) la presenta como una «incansable defensora de causas perdidas», aunque otros dirían de causas equivocadas. La autora de Contra la interpretación ofrece una versión peculiar de la política norteamericana. Se comprende su alarma ante la violencia creciente en el país. Es más discutible su juicio de que es imposible cualquier programa que tenga que ver con la justicia social, pues lo que se debate es si todo aumento de los gastos sociales del gobierno impulsa la justicia. Y si es verdad que «todo el mundo desprecia al gobierno», habría que preguntarse cómo la benefactora burocracia ha creado tanto resentimiento.

Pero donde Susan Sontag transmite una visión altanera es al describir el cambio operado en el gobierno de Estados Unidos: «Hasta ahora una elite culta y liberal gobernó el país e impuso sus altos criterios. Y ahora ha sido desplazada a favor de esta ideología populista y reaccionaria que tal vez exprese el verdadero sentir de la mayoría, oculto durante todo este tiempo». Sontag parece añorar una platónica república de sabios, aunque Estados Unidos nunca lo ha sido. Es cierto que la mayoría puede equivocarse y que hay minorías que pueden ser un elemento regenerador. El juego democrático asume eso. Pero considerarse una élite de vanguardia que debe imponer sus criterios al pueblo invertebrado fue siempre una convicción más propia de fascistas y leninistas.

En cualquier caso, debería explicar cómo esos altos criterios impuestos por ese elite culta y liberal (de la que sin duda ella se consideraba parte integrante) han creado un clima tan contrario a esas mismas ideas. Pues limitarse a poner la etiqueta de fascistas a los otros no es una explicación propia de una elite culta.

Ignacio Aréchaga

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