El delito de opinión, en el mundo empresarial

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En 2008, en California se avecinaba el referéndum sobre la Proposición 8, con la que se pretendía reformar la Constitución estatal para definir el matrimonio como la unión de una mujer y un hombre. Brendan Eich, cofundador de Mozilla, donó mil dólares para la campaña. También donaron otras personalidades de Silicon Valley, como Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google.

Pero hay una importante diferencia, no solo en la cantidad (Page dio 40.000 dólares y Brin, 100.000). Eich estaba en el lado equivocado, aunque su opción ganara el referéndum por una mayoría del 52,4%. Page y Brin, en cambio, apoyaron la campaña contra la Proposición 8, que –pese al voto de la mayoría de los electores– fue definitivamente derrotada en los tribunales cinco años más tarde. En fin, Page sigue siendo director ejecutivo de Google, y Brin, accionista mayoritario junto con él. Eich es desde ayer ex director general de Mozilla.

Eich, nombrado solo dos semanas antes, decidió dimitir –tras resistirse hasta casi el final– por las presiones, sobre él y la empresa, de los que no habían olvidado ni perdonado su donativo de 2008. ¿Un enemigo del matrimonio gay en Silicon Valley? ¡Jamás! Por ejemplo, una web de citas, OkCupid, promovió un boicoteo del navegador Firefox, el producto estrella de Mozilla. En el comunicado público –que luego retiró–, después de definir a Eich como “opuesto a la igualdad de derechos de las parejas gay”, declaraba: “Quienes pretenden denegar el amor e imponer la desgracia, la vergüenza y la frustración, son nuestros enemigos, y no les deseamos más que fracaso”. Vista la actividad comercial de OkCupid, tan enfáticas palabras eran una proclamación del amor y otros principios, y a la vez una defensa del negocio.

Mientras Eich se negó a renunciar al cargo, Mozilla se encontró con una crisis de imagen pública de la que no sabía cómo salir. En este caso no valía alegar el respeto a la libertad de pensamiento, ni a las posturas personales en cuestiones sin relación con la actividad de la empresa. Pues, como dijo Evan Wolfson, destacado defensor del matrimonio gay, una compañía ha de decidir “quién representa mejor a ella y sus valores”.

¿Qué valores? La presidenta ejecutiva, Mitchell Baker, y todos los que han trabajado con Eich en la empresa, reconocen que Eich no hacía desprecio ni discriminación de los homosexuales ni de nadie. “Nunca vi en él ningún comportamiento o actitud que no fuera acorde con los valores de inclusividad que mantiene Mozilla”, declaró Baker.

Eich se negó a repudiar su pasado donativo, pero dio una muestra indirecta de arrepentimiento. Contó que en 2012, en una reunión, salió a colación el hecho, y cuando lo oyó una amiga suya que no habría podido casarse si la Posposición 8 hubiera seguido en pie, se produjo una situación conmovedora. “Vi el dolor reflejado en sus ojos –recordó ahora Eich–. Lamento que hubiera personas que sufrieran tanto dolor”.

Episodios como el de Eich se han dado ya muchos, y sin discutir la pena que pueda causar a algunos homosexuales ver que otros no suscriben su opinión, muestran sobre todo que hay miedo. Se ha logrado imponer el temor a contradecir la opinión dominante. Tener imagen de “homófobo” puede salir muy caro a alguien con alguna proyección pública. Opera, en palabras de Brendan O’Neill en Spiked, una especie de “autoritarismo blando” que sostiene eficazmente la nueva ortodoxia del matrimonio gay.

“Asusta –dice también O’Neill– la rapidez con que el matrimonio gay se ha convertido en dogma”. Y sorprende ver cómo la intolerancia ha cambiado de signo. Los que eran marginados, ahora forman la corriente dominante; quienes reclamaban el derecho a apartarse de las convenciones, definen los límites de lo admisible. Pero si los revolucionarios aspiran a mandar, es ley de vida que dejen de serlo cuando lo consiguen. Lo curioso es que conserven la aureola de abiertos y víctimas. Quizá no por mucho tiempo, si siguen explotando su éxito de esta forma.

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