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El cardenal Sarah, en el centro de la polémica

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Matthew Schmitz describe en un artículo publicado en la revista británica Catholic Herald las reacciones que suscita la figura del cardenal guineano Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino.

Un nutrido grupo de críticos “pide la cabeza de Sarah en bandeja. Si abres una revista católica liberal lo más probable es que encuentres una llamada a que el cardenal guineano sea sustituido”, dice Schmitz, que aporta citas de National Catholic Reporter, The Tablet, Commonweal.

La retórica de los críticos de Sarah revela que los católicos liberales se han convertido en nacionalistas eclesiales

“Sarah no fue siempre tratado como el hombre más peligroso de la cristiandad. Cuando en 2014 el Papa Francisco le nombró prefecto de la Congregación para el Culto Divino, fue bien recibido incluso por los que hoy le critican”. Era visto como un hombre del Vaticano II, un africano favorable a la inculturación, un clérigo no ambicioso, cálido y modesto.

Las dos bestias

Todo esto cambió a raíz de la intervención de Sarah en octubre de 2015, en el tercer día del Sínodo sobre la familia. Sarah dijo allí: “Hemos de ser inclusivos y acogedores ante todo lo humano”. Pero la Iglesia debe proclamar la verdad frente a dos grandes retos: “Por una parte, la idolatría de la libertad en Occidente; de otra, el fundamentalismo islámico: el secularismo ateo contra el fanatismo religioso”.

De joven, Sarah estudió en la Escuela Bíblica de Jerusalén e hizo la tesis sobre unos capítulos del libro de Isaías. No es raro, pues, que empleara un lenguaje bíblico para exponer su postura. En su discurso del Sínodo dijo que la actual idea de libertad de Occidente y el fundamentalismo islámico eran como “las dos bestias del Apocalipsis” que atacan a la Iglesia.

Una amenaza monstruosa lleva a abrazar la otra. El temor a la represión religiosa induce a algunos a convertir la libertad en un ídolo. Y los ataques a la naturaleza humana hacen que otros sientan la tentación de abrazar la falsa seguridad del fundamentalismo religioso, que tiene su más horrible expresión en la bandera negra del ISIS. Contra ambos hay que resistir, como sucedió en el siglo XX con el comunismo y el nazismo.

El discurso de Sarah suscitó reacciones encontradas. El arzobispo Stanislaw Gadecki, presidente de la conferencia episcopal polaca, escribió que la intervención estuvo “a un gran nivel intelectual y teológico”, pero a otros no les gustó. Una semana después, el cardenal Walter Kasper dijo que “en Alemania la gran mayoría quiere una apertura sobre el divorcio y los católicos vueltos a casar”. También reconoció que los obispos africanos no compartían tal enfoque. “Pero no deberían decirnos lo que tenemos que hacer”. A lo que otros respondieron que las palabras de Kasper no parecían muy respetuosas con los obispos africanos.

El vaticanista Massimo Faggioli hizo notar que el discurso de Sarah “podría ser perseguido como delito en algunos países”. A lo que Schmitz comenta que como Sarah desarrolló durante años su ministerio episcopal bajo la brutal dictadura marxista de Sékou Touré en Guinea, no necesita que le recuerden que una abierta profesión de fe cristiana puede ser vista como un crimen.

Nacionalismo eclesial

Schmitz piensa que “la retórica de los críticos de Sarah revela algo importante sobre la vida católica actual: en las disputas doctrinales, morales y litúrgicas, los católicos liberales se han convertido en nacionalistas eclesiales”.

“Los católicos tradicionales –escribe Schmitz– tienden a propugnar una doctrina y enfoques pastorales concordantes por encima de las fronteras nacionales. Aunque no prefieran la Misa en latín, quieren que las traducciones a las lenguas vernáculas sean tan fieles como sea posible al original latino. No se escandalizan por el modo en que los africanos hablan de la homosexualidad o los cristianos del Medio Oriente sobre el islamismo”.

“En cambio, los católicos liberales apoyan que las traducciones litúrgicas se adapten al estilo idiomático nacional y que sean aprobadas por la conferencia episcopal del país, y no por Roma. La realidad local requiere que la verdad sea recortada cuando atraviesa la frontera. Las afirmaciones doctrinales católicas deberían ser formuladas en un lenguaje pastoralmente sensible, esto es, acomodadas a las sensibilidades del Occidente rico y educado”.

En su discurso del Sínodo, Sarah dijo que la actual idea de libertad de Occidente y el fundamentalismo islámico eran como “las dos bestias del Apocalipsis”

“Una de las ventajas del nacionalismo eclesial es que permite que los liberales no tengan que debatir en un terreno directamente doctrinal, en el que los rigoristas tienden a prevalecer. Si la verdad tiene que pasar el filtro de las realidades locales, nadie en Roma o en Abuja tiene nada que decir sobre la fe en Bruselas o en Stuttgart”.

La fuerza del silencio

Es notable, dice Schmitz, que Sarah haya experimentado esta granizada de ataques con tanta elegancia. En su nuevo libro La fuerza del silencio, oímos este desahogo: “He vivido un doloroso asesinato a manos de la calumnia, la difamación y la humillación pública, y he aprendido que, cuando una persona decide destruirte, no le hacen faltan palabras, ni saña, ni hipocresía: la mentira tiene un inmenso poder de elaborar argumentos, pruebas y falsas verdades. Cuando ese comportamiento procede de hombres de Iglesia y, en especial, de obispos ambiciosos y falsos, el dolor es aún más profundo. Pero (…) conservemos la calma y el silencio, pidiendo la gracia de no permitir que nos invadan el rencor, el odio y los sentimientos mezquinos. Mantengámonos firmes en el amor a Dios y a su Iglesia, firmes en la humildad”.

Pero Sarah se mantiene incólume. Su libro aboga por “la reforma de la reforma” en la liturgia, porque “está en juego el futuro de la Iglesia”. Rechaza las intervenciones occidentales en Iraq, Libia, Afganistán y Siria, como tremendas libaciones de sangre en nombre de “la diosa Democracia”. Y se opone al empeño de construir “una religión sin fronteras y una nueva ética global”.

“Este libro –concluye Schmitz– muestra que Sarah tiene mucho que decir sobre la vida mística, la Iglesia y los asuntos mundiales. Pero la mayoría de las veces Sarah prefiere guardar silencio, mientras el mundo habla de él”.

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