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EE.UU.: la desigualdad prospera

publicado
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Análisis

Suele decirse que el mejor programa social de un gobierno es tener una economía próspera. Unos puntos más de crecimiento económico hacen más por todos, también por los pobres, que cualquier política redistributiva. Por eso es interesante ver si la ley se cumple también en el modelo de crecimiento a la americana, que hoy es el que puede exhibir mejores resultados. Con un crecimiento impresionante (más del 4% desde 1997), una tasa de paro cada vez menor (4,1%) y superávit presupuestario, EE.UU. está en las mejores condiciones para que la nueva riqueza llegue a todos los estratos sociales. Un reciente informe de la Reserva Federal, que compara datos de 1995 y 1998, permite calibrar hasta qué punto ocurre eso.

La primera tendencia clara, como no podía ser menos, es que la sostenida expansión económica y las ganancias en Bolsa han hecho que la renta y la riqueza de la familia media mejoren. El ingreso medio de los estadounidenses alcanzó 33.400 dólares en 1998, un 2,1% más que en 1995 (antes de impuestos y descontada la inflación). Y el valor del patrimonio de la familia media ha crecido un 17,6% en el mismo período.

En el aumento patrimonial influye cada vez más la inversión en Bolsa. El informe muestra que el porcentaje de familias con acciones en Bolsa ha crecido del 40,4% en 1995 al 48,8% en 1998.

Este avance promedio es compatible con un aumento de la desigualdad: los más ricos son los que más han mejorado y los más pobres los que más han perdido. Entre ambos grupos, se ha producido un enriquecimiento general de las clases medias, a las que también se van incorporando parte de los que estaban más abajo.

Las familias más pobres, con ingresos inferiores a 10.000 dólares al año, han bajado del 15,1% de la población en 1995 al 12,6% en 1998. Pero las que permanecen ahí están peor que antes: su patrimonio descendió un 14%. Y además, casi la tercera parte de esas familias dedican más del 40% de sus ingresos a pagar deudas.

El nivel de educación alcanzado condiciona decisivamente los ingresos. De 1995 a 1998 la riqueza del trabajador medio con formación universitaria creció un 18%; la del que hizo estudios de secundaria, un 12%; y la del que no obtuvo el título de secundaria menguó un 12%. Sin duda, los ganadores de la «nueva economía» son los que han alcanzado un diploma de tercer ciclo.

Los datos del banco central sugieren que el nivel de riqueza de los más acomodados creció significativamente más que el de los otros grupos. Con lo cual la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado en estos tiempos de pujanza económica. Su diagnóstico coincide con el de otro estudio publicado recientemente por el Center on Budget and Policy Priorities y el Economic Policy Institute, según el cual hoy día los ingresos medios del 20% de los hogares más acomodados son diez veces más que los del 20% que están en lo más bajo de la escala.

En definitiva, el crecimiento económico ha beneficiado de modo muy especial a directivos, empresarios, inversores, trabajadores cualificados, cuyos ingresos se han disparado mediante subidas salariales, primas, opciones sobre acciones y ganancias bursátiles. En cambio, los salarios de los trabajadores no cualificados están casi estancados.

Es sabido que la sociedad norteamericana ha tolerado siempre desigualdades que en Europa resultaban inadmisibles. Pero siempre se daba por supuesto que el «sueño americano» estaba abierto a cualquiera y que la prosperidad se difundía entre todos. Ahora parece que la perspectiva de la parte más pobre de la sociedad es verse excluida de ese sueño. Y eso no puede hacer atractivo ni estable ningún modelo.

Ignacio Aréchaga

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