Diálogo entre fe y cultura: ni hostilidad ni aislamiento

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El ejemplo de los primeros cristianos
Los primeros cristianos tuvieron que hacer creíble su mensaje en una cultura alejada de la fe. Salvando las distancias, hoy la situación es semejante, y exige que los creyentes intervengan activamente en la creación de la cultura. A este respecto, el Card. Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, destacó en un reciente simposio (1) el ejemplo de los Padres de la Iglesia, que supieron dialogar magistralmente con la civilización grecorromana. Ofrecemos una parte de la intervención del cardenal.

Aun cuando el término «inculturación» entró a formar parte del lenguaje oficial eclesiástico hace poco más de una década, la problemática de la inculturación está presente a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Podemos remontarnos a la primera reunión apostólica en Jerusalén, de la cual encontramos una especie de acta en el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles. Frente a los judaizantes, que pretenden imponer su cultura a los gentiles, el Apóstol Pablo pone de relieve cómo el Evangelio trasciende la cultura judía.

La magnitud de la decisión se trasluce en sus repercusiones, tanto en la misión pastoral de los apóstoles como en la vida de las primeras comunidades cristianas. La Iglesia se abre a la universalidad, y el Evangelio conserva su independencia por encima de los diferentes presupuestos culturales. La Iglesia supera el peligro de quedar reducida a una secta cerrada, incapaz de aceptar el desafío de los nuevos pueblos que van llegando a la fe cristiana.

Integrados en la sociedad

Juan Pablo II, dirigiéndose a los intelectuales europeos, les señalaba: «La iglesia desde sus iniciosafrontó de manera directa el problema entrela fe y la cultura (…). Desde los comienzos de la Patrística ya se plantea dramáticamente la cuestiónde la compatibilidad de un tipo de cultura con el cristianismo y, en consecuencia, la pregunta sobrecuál sería el elemento determinante de la nuevasíntesis que se formaría con tal encuentro» (2).

La comunidad cristiana primitiva en un primer momento tomó conciencia de los contenidos de la propia fe, sin percibir la necesidad de dar explicaciones sistemáticas que fuesen válidas para quienes se encontraban fuera del cristianismo. Éste es el primer periodo de la literatura patrística, conocido con el nombre de Padres Apostólicos.

La Iglesia, desde sus orígenes, cuando ha querido contrastar su fe con la cultura, no ha buscado el choque pero tampoco el aislamiento. Los cristianos vivieron una relación particular con la cultura, pero en ningún momento con una actitud de hostilidad o segregación. La Iglesia de Corinto nos sirve de ejemplo: «No constituyen ‘ghetto’, se les ve participar de la vida común de la ciudad, en el ágora y en el mercado; no rompen con el mundo, pero, por su calidad moral, resultan diferentes» (3).

Los miembros de las comunidades cristianas se comunican normalmente con la sociedad. La intimidad de las Iglesias locales no era un refugio para gente apocada y rechazada. La actividad de los cristianos, incluso los tipos de movilidad social y física, implican cierta osadía, cierta confianza en sí mismos, cierta intención de romper estructuras sociales establecidas, que no dan impresión de aislamiento. La apertura de las comunidades cristianas no se limita a las etnias y a las culturas, sino que se proyecta a todos los estratos de la sociedad.

La hora de la apología

La verdadera ocasión de encuentro del cristianismo con la cultura ambiental greco-romana se produjo en la generación sucesiva a los Padres Apostólicos. La inculturación se realiza en un nivel intelectual; los Padres representan el necesario cultivo de la inteligencia y de la reflexión.

Aparece una confrontación con el ambiente de la cultura circundante, que posteriormente se convertirá en choque, porque del exterior vendrán las acusaciones, que necesitarán una respuesta defensiva. Comienza un periodo, vivaz y fecundo, que se ha conocido como la apologética cristiana.

Los autores de este período no pueden ser catalogados como meros defensores de la fe, porque además de su marcada característica apologética, presentan temas muy variados, que muestran una verdadera teología. Expresiones que en la filosofía griega tenían otros contenidos, como por ejemplo Aletheia, Philosophia, Logos, Pneuma, Doxa

, aparecen en su teología para expresar realidades cristianas. Fueron los primeros intelectuales cristianos, que realizaron un papel importante como mediadores entre el mensaje interno del cristianismo y las ideas debatidas en el ambiente exterior, encontrando puntos comunes para el diálogo.

En el tiempo de los Padres apologistas (siglo II), encontramos en las comunidades cristianas un ejemplo de inculturación que se contrapone a cualquier tipo de aislamiento o choque frontal. Cuando el emperador Adriano estuvo en Atenas, en el invierno de los años 125-126, los enemigos de los cristianos aprovecharon la ocasión para desacreditar ante él la nueva fe. Algunos cristianos reaccionaron valientemente y presentaron apologías al emperador. El Discurso a Diogneto aclara que los cristianos no son gente extraña, ni enquistada, ni mucho menos perjudicial al imperio. Son como los demás, sólo se distinguen por un ethos particular, «un tenor de peculiar conducta», que resulta beneficioso para el imperio.

Más allá de los esquemas negativos de las apologías, los Padres del siglo II permanecen para nosotros como modelos de diálogo con las personas cultas que se encuentran fuera del cristianismo. Intentando salir al paso de los prejuicios corrientes, han demostrado un hecho importante: la revelación de la Palabra de Dios y de la Verdad cristiana no es absurda ni irracional.

Disposición positiva

No todos los Padres estuvieron de acuerdo en una relación cercana entre la filosofía y el cristianismo. Pero como es tan difícil substraerse al influjo cultural de cada época, por lo general los mismos autores que critican esta relación, en sus reflexiones y obras manifiestan una gran dependencia en la manera de plantear los elementos asimilados de una cultura marcadamente helénica. Es por ejemplo el caso de Taciano, Hermías, Tertuliano y Arnobio.

Otros reconocen la bondad de la filosofía en cuanto en ella se encuentra la acción misteriosa de Dios, a través de la cual se ha ido preparando el camino para el anuncio del Evangelio. Justino es uno de estos representantes; hablando de los semina Verbi, presenta los valores existentes en las culturas como una siembra hecha por la Palabra-Logos. Orígenes, por su parte, hacía estudiar las obras de los filósofos, excluyendo los ateos, como un elemento fundamental que ayuda a la reflexión teológica.

En las Divinae Institutiones de Lactancio, tres afirmaciones importantes dan luz en la reflexión del proceso de inculturación: Ningún filósofo se ha podido acercar a la verdad a través de la sola filosofía. No existe ningún sistema de pensamiento en el cual no se encuentre alguna cosa de verdadera. Si se lograran recoger todos los trozos de verdad esparcidos en los diversos sistemas se llegaría a un resultado final, que no estaría muy lejos de la verdad cristiana. Este planteamiento muestra la disposición a encontrar los elementos positivos de las diversas culturas y colocarlos a la luz de la Verdad: el Evangelio.

Cultura antigua, mensaje nuevo

Con la conciencia aguda de ser los depositarios y los administradores de un mensaje revelado por Dios, verdad absoluta, los Padres afrontaron los primeros retos culturales de la historia de la Iglesia, suscitados por la novedad de la fe. Hicieron creíble el único mensaje de salvación en la pluralidad de las culturas: Jerusalén y Antioquía, Alejandría y Atenas, Bizancio y Roma, desde Europa occidental hasta el sur de la India, pasando por África del Norte, la Iglesia en su primer florecimiento supo afrontar los retos de la antigüedad tardía.

En la lógica de la Encarnación, los Padres de la Iglesia emprendieron la obra de expresar en los diversos lenguajes la universalidad del mensaje de Cristo. El anuncio y la defensa de la fe, la voluntad de llegar hasta el corazón de las culturas paganas, contestando sus errores, fueron los puntos de apoyo de una manera singular de anunciar el Evangelio. La obra de los Padres es doble: queriendo expresar la Palabra de Dios en las lenguas de los hombres, evangelizaron; pero al mismo tiempo fueron creadores de cultura. La época patrística fue el teatro de una intensa actividad intelectual y espiritual, donde el raciocinio y la contemplación se complementaron para hacer que el hombre pudiera llegar a la comunión con Dios.

Los Padres pudieron discernir los valores culturales antiguos y fecundarlos con el Evangelio de salvación, convirtiéndose en auténticos Padres de la Iglesia y de las culturas. Al mismo tiempo que condenaron los errores filosóficos y morales, supieron apreciar algunas de las ideas familiares de los estoicos y platónicos y en muchos de los casos sacaron provecho de las riquezas lingüísticas y estilísticas que ofrecía la escuela tradicional. Los Padres son fundadores del patrimonio cultural cristiano, que puede ser sintetizado así: cultura antigua, mensaje nuevo, es decir, un encuentro entre la fe y la cultura.

Inculturar el Evangelio no es contemporizar: implica discernir con claridad y progresivamente, descartando los elementos lejanos al Evangelio que no pueden ser asimilados como valores cristianos. También en esto los Padres nos dan una lección: al confrontar el aristotelismo, el platonismo y el estoicismo con la enseñanza de los Padres, percibimos el conocimiento profundo que tuvieron de las corrientes de pensamiento existentes y la actitud analítica frente a las enseñanzas paganas para juzgar las diversas filosofías a la luz del Evangelio. Jamás quisieron juzgar el Evangelio a la luz de los diversos pensamientos. Tomaron lo que encontraron bueno y dejaron de lado lo que era imposible conciliar con el anuncio de Jesús, Dios y hombre. Inculturar no es asimilar, sino analizar para asumir o rechazar, de tal modo que sólo permanezca lo bueno: «Examinad todo, pero quedaos con lo bueno» (1 Tes 5, 21).

Evangelizar con la vida

La forma de vida de los cristianos en el tiempo de los Padres fue elemento decisivo en la evangelización de la cultura. La manera de vivir de las comunidades cristianas era un espectáculo a los ojos de los paganos, suscitando una gran impresión. Muchos de los escritores del siglo II se convirtieron porque, además del encuentro con la Palabra de Dios, admiraron las actitudes de los cristianos. Su forma de vida era el argumento más convincenteque esgrimirán en favor de la verdad de su fe. Los mismos textos de la patrística nos indican la forma de vida de los primeros cristianos. El Discurso a Diogneto nos dice:

«Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su lengua ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivamente suyas, ni hablan en lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. En verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas y bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de conducta peculiar, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente».

También Tertuliano, en el Apologeticum, escribía: «Vivimos con vosotros en este mundo, frecuentando vuestro foro, vuestro mercado, vuestros baños, vuestros comercios, vuestras oficinas, vuestras hospederías, vuestras ferias y demás lugares donde se ventilan los negocios. Con vosotros también navegamos y servimos en la milicia, y trabajamos el suelo, y ejercemos el comercio, cambiando, por tanto, con vosotros el producto de nuestra industria y de nuestro trabajo».

Los cristianos eran los mejores ciudadanos, no sólo por la fuerza coercitiva de las leyes, sino en conciencia, por una razón moral y religiosa, como la expresa San Agustín: «Tratad vosotros mismos de encontrar mejores ciudadanos que aquellos formados por la doctrina de Cristo: mejores soldados, maridos, esposas, hijos, hijas, patrones, servidores, reyes, magistrados, contribuyentes, agentes fiscales, todos ornados de la calidad que requiere la doctrina cristiana, y veremos si aún tienen el coraje de decir que la Iglesia es un obstáculo para el bienestar del Estado» (4).

Asimilación y rechazo

El Simposio «Diálogo fe-cultura en la antigüedad cristiana», organizado por el Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra, se centró en tres ámbitos: pensamiento, vida social y comunicación.

El profesor Henry Chadwick (Universidad de Oxford) analizó el caso del mártir San Justino, laico, quien gustaba de llamarse «filósofo cristiano», y que llegó a la fe tras haber recorrido las principales escuelas filosóficas de la época. Los cristianos hubieron de sufrir múltiples calumnias por parte de su coetáneos, algunas de ellas inverosímiles: ateísmo -no adoraban al emperador-, inmoralidad -les acusaban de incesto por llamarse entre sí hermanos-, canibalismo -por la Eucaristía-, etc. Pero con sus vidas, sencillas y desconcertantes a un tiempo, supieron dialogar con sus contemporáneos y fueron el fenómeno de una nueva sociedad.

Para Domingo Ramos-Lissón (Universidad de Navarra), esta conciencia de haber encontrado la verdad les facilitó gran libertad a la hora de tratar a las autoridades políticas, a las que servían como ejemplares ciudadanos.

El profesor Hubertus Drobner (Universidad de Paderborn) señaló el caso de la escuela de Alejandría, regida durante un tiempo por Orígenes, primer caso de escuela cristiana con estudios superiores, donde se integraban los conocimientos profanos y las enseñanzas de la Sagrada Escritura.

Este diálogo con la cultura no se produjo sólo entre los cristianos más cultos -destacan los Padres de la Iglesia, educados en las mejores escuelas de la época-: también el pueblo lo expresó en el arte. El profesor Antonio Quacquerelli (Universidad La Sapienza, de Roma) mostró cómo la iconografía cristiana supo aprovechar temas de los mitos paganos para la catequesis: sorprende la frecuencia con que aparece en obras cristianas el tema de Ulises voluntariamente amarrado al mástil de su barco, para resistir los encantos de las sirenas: era puesto como ejemplo de fidelidad conyugal y cumplimiento del deber.

Pero no todo fue asimilación y purificación; también hubo rechazo y superación, ante perspectivas indignas del cristiano. José Orlandis (Universidad de Navarra) evocó la creación de una «cultura de la muerte» cristiana muy diversa de la pagana. Frente al «comamos y bebamos, que mañana moriremos», y a los lamentos desesperanzados, los Padres enseñaron a llorar, sí, pero con la esperanza puesta en la inmortalidad.

Los participantes en el Simposio recibieron un telegrama de Juan Pablo II, en el que les alentabaa «ofrecer elementos válidos que, enriquecidos por aportaciones del pasado, permitan a la Iglesia fomentar un provechoso encuentro entre fe y cultura, así como instaurar un constructivo diálogo con quienes, aun moviéndose en posiciones diversas, tratan de contribuir a la promoción de la cultura humana».

Luis Martínez Ferrer_________________________(1) Simposio internacional «Diálogo fe-cultura en la antigüedad cristiana», organizado por el Instituto de Historia de la Iglesia de la Universidad de Navarra (Pamplona, 17-19 de noviembre).(2) Discurso a los intelectuales europeos venidos a Roma con ocasión del Año Santo (15-XII-1983).(3) J.A. Ubieta, «Significación neotestamentaria de la Iglesia de Corinto», en Revista Catalana de Teología 14 (1989), 336.(4) Epistolae, n. 138: CP, Serie Latina, 9, 579.

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