Del cisma a la reconciliación

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Mons. Marcel Lefebvre participó en el Concilio Vaticano II, y aunque suscribió todos los documentos aprobados por la asamblea, se distinguió por sus reparos a varios puntos, en los que veía deslizamientos contrarios a la doctrina y a la tradición católica. Los principales motivos de disconformidad eran las declaraciones conciliares sobre libertad religiosa y ecumenismo, la enseñanza sobre colegialidad episcopal y la reforma litúrgica.

Como señaló el entonces cardenal Joseph Ratzinger en el libro Informe sobre la fe (1985), las objeciones tradicionalistas procedían de una mala comprensión del Concilio, que en realidad no había roto con la tradición. Pero la difusión de interpretaciones y aplicaciones abusivas de la doctrina y la liturgia conciliares dio a Lefebvre y a muchos otros un aparente confirmación de que el mal procedía del Concilio mismo y de la autoridad de la Iglesia.

En 1970, Lefebvre renuncia a su sede episcopal de Tulle, por incompatibilidad con los demás obispos franceses, y se dedica a organizar un movimiento tradicionalista. Ese mismo año fundó en Suiza la Fraternidad Sacerdotal Internacional San Pío X, que recibió la aprobación temporal, por seis años, del obispo de Lausana, y al año siguiente un documento de alabanza de la Congregación para el Clero.

Pero Lefebvre sube el tono de sus críticas, con fuertes ataques al Concilio y a Pablo VI, y las publica en su libro Habla un obispo (1974). Por eso, en 1975 la Santa Sede hace que se retire la aprobación de la Fraternidad y ordena a Lefebvre cerrar el seminario que había constituido en Êcone (Suiza). Lefebvre recurre, pero no se retracta, y en 1976, contra la expresa advertencia del Papa, ordena 17 sacerdotes de la Fraternidad, lo que le acarrea la suspensión a divinis.

Acercamiento y ruptura

Por entonces ya resultaba claro el influjo del factor personal, que hacía muy difícil la reconciliación con Pablo VI y su curia. En 1978, Lefebvre ve más posibilidades de entendimiento con Juan Pablo II, recién elegido, con quien se entrevista en noviembre. El Papa dispone que se reanude el diálogo entre la Fraternidad y la Congregación para la Doctrina de la Fe, cosa que se hace, aunque Lefebvre no deja de verter declaraciones hostiles.

En 1984, Juan Pablo II decide que se pueda dar un indulto para que los amantes de la liturgia antigua la celebren legítimamente, y pide a los obispos que hagan uso generoso de esta facultad, sin exigir más condiciones que el reconocimiento de la validez de la liturgia nueva. Aunque la cuestión litúrgica sea el punto de fricción más llamativo, las diferencias decisivas eran de naturaleza doctrinal. Sin embargo, la Santa Sede sabía que el distanciamiento respecto de la Iglesia, en muchos seguidores de Lefebvre, no obedecía tanto a razones teológicas como de sensibilidad. En palabras del cardenal Édouard Gagnon, que en 1987 realizó, por encargo de Juan Pablo II, una visita apostólica a las instituciones de Lefebvre: “Muchos que están con Lefèvbre no comparten sus opiniones: le siguen solo porque encuentran en sus comunidades una práctica espiritual que no existe ya en otros sitios”.

El indulto pretendía quitar un importante obstáculo psicológico para facilitar el diálogo en los temas de fondo. Así, en mayo de 1988, tras sesiones de trabajo conjuntas entre teólogos de la Fraternidad y de la Congregación, Lefebvre se reunió con el cardenal Ratzinger y aceptó firmar un protocolo con vistas a lograr la plena comunión con la Iglesia. En ese documento Lefebvre declaraba aceptar ciertos puntos esenciales del magisterio conciliar y se comprometía a un diálogo para aclarar aquellos otros que a su juicio no concordaban con la tradición. Por su parte, la Santa Sede prepararía un proyecto para regularizar la situación de la Fraternidad dándole un estatuto jurídico conforme a las normas canónicas, y sugeriría al Papa que nombrase obispo a un sacerdote tradicionalista.

Juan Pablo II se mostró dispuesto a hacerlo de manera que el nuevo obispo pudiera ser consagrado en agosto de ese mismo año, siempre que primero Lefebvre le dirigiera una petición expresa de reconciliación según el protocolo firmado.

Pero Lefebvre se echó atrás un día después de firmar, y anunció que el 30 de junio ordenaría cuatro obispos elegidos por él, sin cumplir la condición exigida por el Papa. Así lo hizo, lo que supuso hacer un cisma e incurrir en excomunión, junto con los cuatro obispos que consagró. Más tarde, cuando Lefebvre estaba próximo a morir, Juan Pablo II le ofreció levantarle la excomunión si daba una muestra de arrepentimiento, pero el obispo falleció el 25 de marzo de 1991 sin reconciliarse con la Santa Sede.

Facilidades para volver

Tras el cisma, Juan Pablo II constituyó la comisión Ecclesia Dei, para facilitar el retorno de los lefebvrianos que quisieran recuperar la comunión. Para ellos se creó la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, un instituto de derecho pontificio en el que pueden integrarse sacerdotes tradicionalistas, con permiso para usar el rito antiguo. En 1998, unos diez mil lefebvrianos que se habían reconciliado con la Iglesia peregrinaron a Roma y fueron recibidos por el Papa.

En 2002 volvió a la unión con Roma una comunidad lefebvriana entera, la Unión Sacerdotal de San Juan María Vianney, establecida en Brasil, que contaba con 26 sacerdotes y unos 28.000 laicos. El año anterior, su cabeza, el obispo Licinio Rangel, que había sido ordenado por los que consagró Lefebvre en 1988, había escrito al Papa para pedirle la readmisión y declarar su pleno reconocimiento de la autoridad pontificia. Juan Pablo II aceptó la solicitud, levantó la excomunión a Rangel y los sacerdotes, y erigió la Unión en administración apostólica dependiente de la Santa Sede, con facultad para celebrar la liturgia previa al Vaticano II.

Mientras el trabajo de la comisión Ecclesia Dei y la aplicación del indulto de 1984 siguió logrando el paulatino retorno de tradicionalistas, la Fraternidad fundada por Lefebvre tardó más en dar algún signo de acercamiento. En 2005 el presidente, Bernard Fellay -uno de los cuatro obispos consagrados por Lefebvre-, se entrevistó con Benedicto XVI. Quedaron claras las diferencias, pero se acordó proceder gradualmente para solventarlas.

Fue bien acogida por los tradicionalistas la decisión de Benedicto XVI, promulgada en la carta apostólica Summorum Pontificum (2007), de autorizar de modo general, como modo extraordinario de celebrar la misa, la liturgia antigua según la última versión, aprobada por Juan XXIII en 1962.

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