Dejemos el matrimonio en paz

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William Bennett, autor de El libro de las virtudes (ver servicio 88/96), responde en Newsweek (3-VI-96) a la opinión que en la misma revista vierte Andrew Sullivan, una página antes. Sullivan, director de The New Republic, opina que cualquier pareja de homosexuales que se quiera y se comprometa a ser leal, tiene derecho a casarse como cualquier matrimonio, «ante su familia y su país para siempre».

Hay al menos dos cuestiones clave que dividen a quienes están a favor o en contra del matrimonio de homosexuales. La primera es si el reconocimiento legal de las uniones del mismo sexo reforzaría o debilitaría la institución matrimonial. La segunda tiene que ver con la idea misma de matrimonio. (…)

Al ampliar la definición de matrimonio para incluir las uniones de personas del mismo sexo se iría mucho más allá del mero reconocimiento, y se producirían intentos nuevos de expandir la definición más aún. ¿Con qué fundamento podría excluir Andrew Sullivan a otros que más ansiosamente quieren lo mismo que él, el reconocimiento legal y la aceptación social? ¿Por qué razón excluiría Sullivan el matrimonio de un bisexual que quiere casarse con dos personas? Después de todo, la exclusión equivaldría a no reconocer la tendencia sexual de esa persona. Lo mismo se podría decir del padre y la hija que se quieren casar. O de dos hermanas. O de los hombres que quieren soluciones polígamas (de común acuerdo). Sullivan podría pensar que sería insensato admitir algunas de esas posibilidades. Pero, una vez que ha usado el relativismo sexual para defender su causa, ha perdido la capacidad efectiva de poner límites y establecer distinciones morales.

(…) Muchos de los que defienden el matrimonio de homosexuales, no comparten de hecho este ideal [la fidelidad mutua]; la promiscuidad entre los homosexuales varones es bien conocida. El mismo Sullivan ha escrito que las relaciones entre varones homosexuales funcionan gracias a la «apertura del contrato» y a que los homosexuales deben evitar que su «variedad y complejidad de situaciones» quede reducida a un «modelo único y moralista». Pero ese «modelo único y moralista» ha sido extremadamente útil a la sociedad. (…)

La segunda cuestión clave se refiere a la esencia misma del matrimonio. Yo creo que el matrimonio no es un constructo arbitrario que puede ser redefinido a capricho. Es un estado honorable, instituido por Dios y edificado sobre realidades morales, religiosas, sexuales y humanas. El matrimonio se basa en una teleología natural, en las condiciones -diferentes y complementarias- del hombre y la mujer, de modo que uno y otra se mejoran, ayudan, animan y completan mutuamente. Es la institución con la que propagamos, alimentamos, educamos y sostenemos nuestra especie.

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