De la célula adulta a la embrionaria

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Los recientes descubrimientos del japonés Shinya Yamanaka1,2 y el estadounidense James Thomson3 han causado sensación en el mundo de la ciencia y menos en la sociedad. Quizás porque las revelaciones de la «reprogramación genética» de las células adultas dejan fuera de combate el modelo de obtención de células madre basado en la experimentación con embriones humanos y en la clonación terapéutica. El significado biológico y ético de estos descubrimientos es explicado por Manuel de Santiago en un artículo publicado en Nueva Revista (nº 116, abril 2008) que reproducimos en parte.

De «seismic shift» calificaba el editorialista de la revista Science la convulsión que, entre los investigadores, ha provocado la irrupción de la descomplicada técnica de la reprogramación celular y sus expectativas.

En realidad, los descubrimientos han confirmado las previsiones del Consejo Asesor de Bioética del presidente norteamericano sobre la existencia de alternativas reales para la consecución de células pluripotentes —iguales o semejantes a las embrionarias— sin destruir embriones humanos4,5. Es decir, obviando la hipoteca moral que gravita sobre el consumo y destrucción de embriones humanos para la investigación y sobre la mal llamada «clonación terapéutica» humana, en el intento de convertir a los posibles clones en fuente de células embrionarias, algo que el lobby de las embrionarias nunca ha querido aceptar. (…)

Los científicos Yamanaka y Thomson han venido a decir que, respetando la racionalidad científica, la inclusión de tres o cuatro genes específicos y mantenedores de las características del estado embrionario, en cualquier célula madura del organismo humano adulto, da lugar a su transformación en célula embrionaria o muy similar a la embrionaria natural. La célula adulta se retrotrae a los orígenes más indiferenciados de su estirpe.

Dar la vuelta al reloj biológico

Dicho de otro modo, los genes que mantienen en la célula embrionaria natural su «plasticidad» (esto es, la capacidad de transformarse en cualquier tipo de célula del organismo, del hígado, cerebro, piel, etc.) y su «inmortalidad» (o sea, una ininterrumpida capacidad de multiplicarse en el tiempo) son capaces -introducidos en una célula adulta- de retrotraerla o devolverla al estado embrionario. La célula adulta, introducidos los genes, cambia de forma, pierde la función que poseía como madura y experimenta, por así decir, un proceso de infantilización, de vuelta atrás, recuperando la «plasticidad» y el carácter de «inmortal» que poseen las embrionarias. Así lo ha conseguido Yamanaka a partir de células de piel de una mujer de 36 años y de tejido conjuntivo de un hombre de 69. (…)

Desde la perspectiva utilitaria, el hallazgo de una fuente infinita de «células madre pluripotentes inducidas» (iPS cells) —como se las denomina— localizada en el propio cuerpo del enfermo —en su piel o cualquier tejido—, puede suponer, previa manipulación y transformación en la célula adulta deseada, un importantísimo recurso terapéutico para reponer las células de los tejidos dañados, si un día la ciencia garantiza definitivamente la inocuidad de estas células.

Piénsese en la implantación de células en la retina, para aliviar una ceguera; piénsese en las células pigmentadas de la sustancia nigra del cerebro, para mejorar un parkinson; piénsese en las células beta para tratar una diabetes, pues los ejemplos podrían ser muchos. La nueva promesa superaría, además, en eficacia a las células madre embrionarias llamémoslas naturales, pues con ella se habría obviado el llamado «rechazo», al ser de origen propio las células implantadas. Los comentarios que la nueva técnica ha producido y las esperanzas que ha despertado no responden sólo a la solución del problema moral de la destrucción de embriones sino, como más adelante veremos, a la demostración de la capacidad de manipulación genética que ha provocado la fascinación de los científicos. (…)

Para comprender los mecanismos biológicos

Desde esta perspectiva, la importancia de los hallazgos que comentamos es que el problema de la materia prima, si así se puede decir, podría estar resuelto de forma generosa y asequible. La sencillez de la tecnología de la reprogramación, por otra parte, contrasta con las enormes dificultades de la clonación «terapéutica» humana, un hecho que sólo la soberbia de algunos impide reconocer. El giro copernicano del padre de la clonación, el escocés Ian Wilmut, al decidir volcarse en la nueva técnica de la reprogramación y abandonar la transferencia nuclear en la que es uno de los mayores expertos, da idea del impacto producido. (…)

Por otra parte, y también desde la perspectiva biológica —en clave de puro conocimiento básico—, la reprogramación puede convertirse en un formidable instrumento para desvelar los complejos mecanismos de la biología del desarrollo, esto es, el modo oculto como el designio impreso en el código genético de cada zigoto se desenrolla y va, poco a poco, construyendo el edificio de la corporeidad. (…) Mediante el modelo de la reprogramación será posible ir definiendo mejor el papel de cada uno de los genes que participan en el proceso de desarrollo de un embrión y de un feto después, y el modo como interactúan con los factores epigenéticos. Al final del proceso, que es difícil datar en el tiempo, la humanidad dispondrá de un conocimiento suficiente sobre cómo la naturaleza construye los cuerpos.

En suma, si importante puede ser la perspectiva de la tecnociencia —la vertiente terapéutica volcada al mercado—, extraordinariamente importante y aun fascinante puede ser el descubrimiento de los sutiles mecanismos biológicos del principio de la vida y de la individuación de la persona (…).

El significado ético

(…) Eminentes hombres de la ciencia y del pensamiento (Jonas, Collins, Habermas, Sandel, Fukuyama, Kass, entre otros) se vienen rebelando frente a ese cientifismo sin alma (…), cuya retórica parece determinar lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral en la sociedad; también contra la superficialidad de los medios en la proyección de las tecnologías biomédicas —sistemáticamente juzgadas como «avances»— y al silencio, en fin, de muchos frente a las modas o los paradigmas dominantes en algunas parcelas de la ciencia.

En el caso de la investigación con embriones, es sintomático el recurso jurídico y cientifista al fosilizado y erróneo concepto de pre-embrión, ya meramente ideológico; a la supuesta autonomía moral radical de la ciencia y al relativismo de buen número de bioeticistas de pensamiento débil y complejo de inferioridad ante el dictamen de la ciencia, siempre reactivo frente a cualquier intromisión o juicio que someta a dudas sus postulados. (…).

La línea de investigación laboriosamente emprendida por Shinya Yamanaka, un modesto investigador de la Universidad de Kioto, que ha ejercido previamente como cirujano, viene a desestabilizar a la ideología cientificista dominante, al lobby de las embrionarias, para el cual —como dijera Watson— aquello que en la ciencia se pueda hacer se deberá hacer. Es decir, vale todo, y por supuesto vale la investigación con embriones humanos, ya sean congelados procedentes de la FIV, ya creados ad hoc o mediante clonación, con el exclusivo fin de investigar con y sobre ellos.

Sin destruir embriones

El primer dato para el análisis moral fue destacado por el propio Yamanaka en una conferencia que ofreció en el club de corresponsales extranjeros de Tokio, donde apuntó que su técnica estaba libre de problemas morales relacionados con la destrucción de embriones y que podría utilizarse, en el futuro, en el tratamiento de dolencias como el cáncer o la enfermedad de parkinson, entre otros. Respondía así a los intereses utilitarios tan prevalentes en el imaginario colectivo de la sociedad respecto de estos avances.

Pero a continuación subrayó el segundo ámbito de su preocupación moral, algo que ya hoy se intuye: la reprogramación celular es una herramienta que potencialmente podría crear vida humana en el laboratorio; porque dada la sencillez de la tecnología, ésta podría ser empleada para «hacer algo malo» —dijo— y, por tanto, veía necesario el esfuerzo de una regulación legal que evitara derivas peligrosas para la sociedad. El buen sentido de este cirujano convertido en investigador —tal vez ya candidato al Nobel— se percibió en el auditorio cuando remachó que él trabajaba para «curar seres humanos, no ratones», y que harían falta años de trabajo y de experiencias antes de pensar en la regeneración de tejidos humanos.

Entrevistado por el New York Times (11-12-2007), Yamanaka no ocultó el designio ético de sus investigaciones: «Cuando vi al embrión [al microscopio], rápidamente me di cuenta que había poca diferencia entre él y mis hijas» y «entonces pensé que yo no podía permitirme destruir embriones para investigar. Tenía que haber otra posibilidad».

Potencial cancerígeno

Como ha sintetizado López Moratalla6, la reprogramación puede proporcionar una célula pluripotencial semejante a las embrionarias, que va a facilitar la investigación de sus hasta ahora insalvables dificultades. Podrá permitir experiencias y ensayos sin la hipoteca moral de su hasta ahora equívoco origen; pero pesa sobre ella el mismo obstáculo que gravita sobre las embrionarias naturales, es decir, la incapacidad de la ciencia de controlar su potencial tumorígeno.

En efecto, las células somáticas adultas procedentes de las células madre embrionarias —que estamos llamando naturales— producen tumores y la muerte del 70% de los animales de experimentación y, lo que es peor, tanto si se mantienen en sus cultivos como si se incorporan al tejido del paciente pueden convertirse en células madre cancerígenas y determinar su muerte.

La ciencia no domina aún la intimidad de esta transformación, es más, no hay datos convincentes de que la plasticidad de las embrionarias sea capaz de transformarlas en células somáticas adultas verdaderamente estables y fisiológicas. Es evidente que se integran en la mayoría de los tejidos de un embrión, pero esto no quiere decir que, una vez allí, sean capaces de suplir a las células dañadas de un tejido en el sujeto adulto. Cientos de artículos afirman haber conseguido una línea celular determinada desde embrionarias, con algunas características de las adultas, pero otra cosa es que sean capaces de integrarse en el organismo de un sujeto adulto y contribuyan al funcionamiento real del órgano, reemplazando la función de las células dañadas.

Sobre el papel, las embrionarias o seudoembrionarias de Yamanaka parecen haber superado el problema del rechazo, la tolerancia inmunológica, puesto que la célula de piel en su caso, o de cualquier otro tejido en el futuro, es o será del enfermo al que se va a tratar. Esta ventaja inicial las identifica como un producto mejor, de mayor garantía tal vez, pero abierto a la cancerificación como las anteriores. (…)

El riesgo de la manipulación genética

Los experimentos de Yamanaka y Thomson abren un melón sin catar, intuido pero nunca ejecutado: la posibilidad de manipular los genes en el inicio de la vida. Una tecnología inicialmente buena, que evita la destrucción de embriones y por lo demás neutra, puede derivar, sin embargo, a aventuras reprobables.

No es que la denominada cirugía genética (resecar genes patológicos de un embrión e insertarle un gen sano) no se lleve intentando desde hace años. (…) Pero con semejante buena intención, ya no se percibe con rechazo por algunos la eugenesia positiva, esto es, no ya la supresión de un gen dañino para el individuo humano, sino la inclusión, mediante tecnología genética, de genes que doten al embrión y luego adulto humano de cualidades biológicas deseables e insospechadas, en línea con las tesis de la libertad procreativa de los padres y en directa relación con las previsiones de Huxley en su obra Un mundo feliz, mejoras genotípicas que algunos científicos no rechazarían. (…)

El impacto del trabajo de Yamanaka y Thomson está llevando a muchos a cambiar el modelo de su investigación. Pues, reconocidas las dificultades casi insuperables de la llamada «clonación terapéutica» y el fracaso de las células embrionarias naturales, una parte de la comunidad científica está virando a la reprogramación, que se percibe como un ámbito de trabajo más eficiente y rentable.

De la manipulación genética queda mucho —casi todo— por conocer. Y puede, como otras tecnologías, conducirse de una forma ética, respetuosa con la dignidad de la persona, o de un modo autónomo, utilitario e irresponsable —«liberal» como ahora titulan algunos—, de un modo «malo» como se ha expresado el investigador japonés. Quizás se ha puesto la primera piedra para que el lobby de las embrionarias pierda interés por la tecnología «consumidora de embriones» —como la denomina el filósofo Habermas7—, pero tal vez se está cociendo en lontananza aquel poder apocalíptico de la ciencia del que hablaba Hans Jonas8 y al que ha retornado Fukuyama9, la tesis de que Huxley tenía razón, que la amenaza más significativa planteada por la biotecnología estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana, y, por consiguiente, nos conduzca a un estadio «posthumano» de la historia. (…)

No podemos demonizar ciertamente el avance de la genética -sería absurdo-, porque puede proporcionar a la humanidad nuevos resortes para aliviar el dolor y el sufrimiento humanos; pero no podemos extender a la tecnociencia un cheque en blanco, según vemos la situación en perspectiva.

La falta de visión de la ley española

Nada que no sea «humano» puede ser bueno en este campo de la investigación biomédica. Por eso es necesario denunciar el desacierto y la falta de visión de la reciente Ley de Investigación Biomédica, aprobada en España en 2007, y la necesidad de modificarla cuanto antes, lo que ya parece difícil. Contra el curso de los acontecimientos, la ley abre las puertas a la clonación terapéutica, incluso permitiendo la producción de fetos clónicos —moralmente condenada por la Asamblea General de Naciones Unidas—, legaliza la donación de óvulos para la experimentación y permite el uso de embriones y fetos para la investigación, despenaliza el uso de fetos procedentes de abortos y del aborto selectivo asociado a la práctica de la reproducción asistida; y donde se afirma, contra el hallazgo de la reprogramación, el carácter «imprescindible» de la investigación con embriones y células embrionarias en el ámbito de la terapia celular y la medicina regenerativa10.

Manuel de Santiago Corchado es secretario general de Worldwide Bioethics.


NOTAS

1 Shinya Yamanaka y colaboradores, Cell, vol. 131, 861, 2007.

2 Shinya Yamanaka y colaboradores, Nature Biotechnology, vol. 26, enero 2008.

3 James Thomson y colaboradores, Science, 20 diciembre 2007.

4 The President’s Council on Bioethics, Altemative Sources Of Human Pluripotent Stem Cells, 2005.

5 Manuel de Santiago, Aspectos éticos de las células madre. Cuadernos de Bioética, 2006/3.

6 Natalia López Moratalla, ¿Qué hay de nuevo sobre las células troncales? La utopía de la “clonación terapéutica”, Cuadernos de Bioética, nº 64, 367-385, 2007.

7 Jürgen Habermas, El futuro de la naturaleza humana, Paidós, 2002.

8 Hans Jonas, Técnica, medicina y ética, Paidós, 1997, y El principio de responsabilidad, Círculo de Lectores, 1994.

9 Francis Fukuyama, El fin del hombre, Ediciones B, 2002.

10 Natalia López Moratalla (op. cit.) y también el meritorio trabajo de Juan-Ramón Lacadena, La ley 14/2007 de Investigación Biomédica: algunos comentarios sobre aspectos éticos y científicos.

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