Cultura emocional e identidad

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Frente a épocas anteriores en las que los sentimientos eran relegados a un segundo plano, las sociedades actuales se caracterizan por una omnipresente cultura emocional. De ahí que el proyecto de investigación “Cultural emocional e identidad” (CEMID), que se desarrolla en la Universidad de Navarra, se proponga realizar un diagnóstico de las sociedades contemporáneas desde el prisma peculiar que ofrece la creciente relevancia de las emociones.

A través del análisis de las emociones en sus distintas manifestaciones culturales y sociales, CEMID pretende ver cómo inciden en los estilos de vida y la definición de la identidad.

La estrategia para abordar la naturaleza y función de las emociones en la acción social y la construcción de la identidad en las sociedades contemporáneas es doble: por un lado, la elaboración de un marco teórico y conceptual; por otro lado, la realización de estudios aplicados que sirvan a la vez de fuente documental y comprobación del marco conceptual que vaya desarrollándose.

En la propia web del proyecto se explica qué se entiende por cultura emocional, con algunas preguntas y respuestas.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de «cultura emocional”?

Es un modo de designar una cultura o modo de vida que, desde un punto de vista estructural, favorece la satisfacción inmediata de las tendencias, y que, por otro lado valora muy positivamente la expresión de las emociones y su adecuada gestión.

¿Qué manifestaciones tiene esa cultura emocional?

Los cambios en el «régimen emocional» se advierten sobre todo en cambios en el modo de concebir las fronteras de lo público, lo privado y lo íntimo. Un ámbito en el que esto se aprecia especialmente es el ámbito de los medios de comunicación: podemos pensar en las expresiones emocionales típicas de los talk-shows, los reality-shows, pero también en lo que se oculta y se muestra en las noticias cotidianas.

¿Entonces la cultura emocional es algo circunscrito a la llamada «cultura de masas»?

No: la cultura emocional se aprecia también en otras esferas de la vida: en el modo de plantear las prácticas de consumo, el ocio, el modo de enfocar la salud y la enfermedad, la educación, etc. Sin embargo, es patente que las imágenes, conductas, ideales que absorbemos en los medios influyen en el modo en que abordamos luego nuestras propias vidas. En cierto modo, los medios actúan como potenciadores de la cultura emocional –basta pensar en su efecto multiplicador ante un evento deportivo, el modo en que fomentan el consumo o la alarma social que contribuyen a generar ante cuestiones relativas a la salud y la enfermedad–. Contribuyen así a elevar el clima emocional de nuestras interacciones cotidianas, o a modificar los términos en que antes se planteaban esas relaciones.

¿No se debe eso simplemente a que de hecho todos esos ámbitos suscitan de por sí muchas emociones?

No es tanto la presencia de emociones lo que nos lleva a hablar de «cultura emocional», cuanto el protagonismo que éstas han adquirido en nuestra vida social. En general, hemos pasado de una cultura más bien reservada en materia de emociones a una cultura que valora de manera positiva la expresión de las emociones y su adecuada gestión. No se trata solo del boom de la “inteligencia emocional” de hace unos años, o de la importancia que hoy recibe la adecuada “gestión emocional” en la familia, en la empresa, etc., sino también del modo en que hoy se plantea la publicidad de muchos productos, instituciones, o líderes políticos, en la que ante todo se venden experiencias emocionantes, simpatía, feeling, etc. y el modo en que todo eso altera las relaciones sociales.

¿Es eso lo que explica el interés de la sociología por las emociones?

Sí. Las emociones desempeñan un papel importante en el proceso de socialización, y son lugares privilegiados para el análisis social.

Emociones como la vergüenza, la angustia, la ansiedad, el miedo, resentimiento, envidia, compasión, tristeza, esperanza, indignación… no nos hablan solo de la persona que las experimenta sino del entorno en el que se mueve.

En un momento en el que la sociedad es muy compleja, individualizada y fragmentaria, y, consiguientemente, las grandes teorías explican poco, el análisis de las emociones no sólo permite conocer algo de la textura de nuestra vida cotidiana, sino que nos permite también ponerla en conexión con categorías clásicas del pensamiento social, así como con pautas de cambio social más generales.

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