Cuidar a los moribundos con dignidad

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Marilyn Chase escribe en The Wall Street Journal (Nueva York, 27-II-95) sobre el desarrollo en Estados Unidos de la medicina paliativa, en buena parte impulsada por el movimiento hospice (ver servicios 136/88 y 60/94), dedicado a la atención de enfermos en fase terminal.

En Estados Unidos mueren 2,2 millones de personas al año; el 80% de ellas, más o menos, en el hospital. (…) Pero el año pasado murieron en casa, atendidos por centros de medicina paliativa, unas 300.000 personas, casi el doble que hace una década. «Como la atención hospitalaria se ha encarecido tanto, han proliferado los hospices, al igual que los cuidados a domicilio», dice Constance Borden, del hospice de la bahía de San Francisco.

(…) Ni eutanasia ni ensañamiento terapéutico: el programa hospice es un conjunto de servicios especializados para enfermos terminales; una mezcla de servicios médicos, espirituales, legales y financieros. Normalmente, los pacientes llegan remitidos por los médicos, enfermeras, asistentes sociales o seguros sanitarios, aunque también se puede acudir directamente a un hospice. Se atienden por igual necesidades mundanas -deudas y testamentos- y preocupaciones más trascendentales.

El primer objetivo es dar alivio físico y psicológico, dice Richard Brett, director de cuidados paliativos en un hospital de Hayward (California). «Se ha difundido el mito de la muerte perfecta -señala-. Aunque pocos pueden tener una muerte perfecta, la mayoría puede librarse del dolor y del miedo, y tener paz en vez de temor a sentirse solos».

(…) El hospice intenta reunir a las familias afligidas o desesperadas alrededor del moribundo, continúa Brett. También ayuda al paciente a poner en orden su patrimonio, para que pueda quedarse tranquilo.

Brett recuerda lo que le confesó una mujer en el lecho de muerte: temía que «su marido se casara con la primera que encontrara y dejara a los hijos sin la herencia justa». Desde el hospice se convocó una reunión familiar, en la que el marido expresó su amor y fidelidad a su mujer, y ella quedó libre de sus temores. En otra ocasión, recuerda Brett, «un hombre piadoso me dijo: ‘Tengo algo importante que decirle’. Pensé que sería algo grande y conmovedor. Era esto: ‘Diga a mi hija que pague al dentista’. Necesitaba dejar todos sus asuntos en regla, para volver a ver a su mujer en el cielo».

(…) En los hospices no se acelera la muerte. Es más, la National Hospice Organization se opone a la cooperación al suicidio. Según Kathleen Foley, directora de la unidad de dolor de un hospital oncológico de Nueva York, «lo que tendríamos que discutir es cómo atender a los enfermos, no cómo matarlos». (…)

Barbara Cappa, de San Francisco, sabe lo mucho que vale esta atención especializada. El año pasado, diagnosticaron a su marido un cáncer de garganta muy avanzado. Él rechazaba cualquier ayuda, hasta que llegó una enfermera del hospice, la hermana Margaret Glynn. Hicieron buenas migas. Cuando sor Margaret dio con un tratamiento que le alivió los dolores, él le prometió llevarla a bailar. No llegaron a ir, pero la enfermera, agradecida, le aseguró que le haría cumplir la promesa en la otra vida. (…)

Casi todos los hospices ofrecen consuelo a los familiares de los pacientes fallecidos, durante un año después de la muerte. A menudo lo hacen gratis, y en cualquier parte del país. (…)

La Dra. Foley advierte que el atractivo económico de la atención en hospices ha hecho que algunos seguros sanitarios limiten la cobertura a dos mil dólares (o veinte días). Es verdad que los centros de medicina paliativa pueden dar más con menor coste; pero imponer a los moribundos un ultimátum económico va contra los principios de este servicio. «En el debate sobre la muerte y los enfermos terminales dominan los criterios económicos, y esto asusta a la gente», dice la doctora. Los cuidados paliativos deberían estar catalogados como una especialidad más, cubierta según un baremo propio, afirma, «para que los pacientes no se sientan como si les hubieran puesto en la cama un reloj de los que registran las horas de entrada y de salida del trabajo».

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