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Cuando la vida eterna va en primera página

publicado
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Contrapunto

Roma. Ya se sabe que la prensa muestra cierto pudor, o a veces cierta alergia, para destacar los aspectos que puedan tocar más directamente la trascendencia cristiana. Pero en ocasiones esa regla salta de modo natural en los momentos más inesperados. Es lo que ha ocurrido con motivo del fallecimiento de Giovanni Agnelli, el patrón de la Fiat, el «rey» de Italia.

Nos hemos enterado así de que también los ricos y famosos, a pesar del glamour que les rodea, piensan en su alma. «Había recibido la confesión y la comunión, y se había preparado a morir como un cristiano», afirmó con sencillez el cardenal Severino Poletto, arzobispo de Turín. El cardenal atendió espiritualmente a Agnelli en los últimos meses y, avisado por la familia, le administró la Unción de los enfermos poco antes de morir. «Para mí, añadió Poletto, ha sido una experiencia muy hermosa y reconfortante. Solemos ver a las personas famosas sólo bajo el perfil de la imagen pública y no conocemos lo que viven en lo íntimo de su alma».

Que no había sido una conversión in extremis lo puso de manifiesto la prensa al relatar cómo durante el velatorio, y ante las miles de personas que pasaban para rendir homenaje al difunto, la viuda y el resto de la familia rezaron el rosario. O al hacerse eco de los recuerdos de quienes veían al «Avvocato» en la misa dominical del pueblo o «en la mañana de cualquier día laborable rezando en el Santuario de la Consolata».

El mismo funeral mantuvo ese tono, con una homilía centrada en la vida eterna y no en la alabanza del fallecido, como hacía notar el escritor Vittorio Messori: «sufragios, no elogios; admoniciones a los vivos, no biografías hagiográficas de los muertos, que solo Dios puede juzgar»; pero, al mismo tiempo, «lejos de la sospecha de quererse apropiar de un cadáver ilustre, el arzobispo ha recordado que el turinés llamado Giovanni Agnelli ha querido, libre y conscientemente, una muerte cristiana».

Poco más de un mes antes de la muerte de Agnelli, el fallecimiento de otro personaje famoso de la cultura italiana, el editor Leonardo Mondadori, había traído al primer plano de la actualidad la serenidad de una muerte cristiana. En este caso, la muerte de un converso, como el mismo interesado había dejado plasmado en un libro (ver servicio 49/02). Una conversión ocurrida en pleno éxito, mucho antes de la aparición de la enfermedad, y que los empleados de la editorial que presidía definían así en una nota pública: «Se convirtió. No por miedo, sino por vitalidad. No para dar sentido a su muerte, sino a su vida. Como un hombre libre, como ha sido hasta el final».

Otro caso más discreto, pero muy significativo, del que se ha hecho eco la prensa en las últimas semanas ha sido el fallecimiento del periodista Domenico del Rio, antiguo corresponsal de La Repubblica en el Vaticano. Del Rio comenzó su carrera de periodista después de abandonar los hábitos franciscanos en la época postconciliar. En los primeros tiempos del pontificado de Juan Pablo II criticó con tonos ásperos el «triunfalismo» de los viajes del Papa, lo que provocó que fuera excluido, en 1985, del grupo de corresponsales que iban en el avión del Papa en uno de sus viajes.

Ese episodio suscitó mucho revuelo, pero posiblemente fue el inicio de un proceso interior que le llevó a una profunda comprensión del pontificado. Su nueva visión se manifestó en cientos de artículos y en media docena de libros. En una conversación en el lecho de muerte, y ante la pregunta de su amigo y colega del Corriere della Sera sobre si deseaba que transmitiera algún mensaje a alguien, dijo que sí: «Al Papa. Quisiera que supiera que le agradezco, con humildad, la ayuda que me ha dado para creer, a mí que tenía tantas dudas y dificultades. Esta ayuda la recibía al verlo rezar, cuando se mete en Dios y se ve que esto le salva de todo».

Diego Contreras

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