Cuando el permisivismo mata niños

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Bruselas. «Para que Julie y Melissa no hayan muerto en vano»: este es el lema de una campaña de opinión pública emprendida en Bélgica tras el descubrimiento de los cuerpos de esas dos niñas de ocho años, secuestradas, víctimas de abusos sexuales y muertas de hambre en el sótano de su asesino. La policía aún busca a otras niñas raptadas por el mismo individuo, un pederasta que se hallaba en libertad provisional.

El país entero ha reaccionado con estupor. Diez mil personas acuden al funeral celebrado el 22 de agosto, dos millones más lo siguen por televisión. Las autoridades decretan un minuto de silencio, acompañado por el paro de los transportes públicos. Se desencadena un inmenso movimiento popular de simpatía con los padres, de horror por los crímenes, de indignación por los fallos del sistema judicial y policial.

Asociaciones de padres, como la Liga de Familias Numerosas, o humanitarias, como la Operación Marie France Botte, lanzan una campaña «para que Julie y Melissa no hayan muerto en vano». Piden al gobierno una política coherente contra la pederastia, medios suficientes para llevar a cabo una prevención eficaz, seguimiento de los agresores una vez cumplida la condena… Medidas todas ellas estrictamente necesarias.

Pero quizá sea el momento de ir aún más al fondo del problema. El sociólogo belga Claude Javeau analiza los hechos con mirada más penetrante: ¿Cómo podemos extrañarnos, dice, de tales tragedias cuando vivimos en medio de una permisividad sexual a ultranza? Lo mismo habría que decir cuando nos quejamos de los asaltos a los que transportan dinero -frecuentes en Bélgica en los últimos meses- en una sociedad dominada por el mismo dinero. Lo lógico es que ocurran estas cosas.

Una reflexión semejante hizo el actor británico Roger Moore, embajador honorario de UNICEF, durante la Conferencia Mundial contra la Explotación Comercial de Niños, celebrada la pasada semana en Estocolmo. Allí, entre las medidas que tomar, se ha hablado sobre todo de reformar las leyes penales para que los «turistas sexuales» puedan ser perseguidos en los países de origen por los abusos cometidos en el extranjero. Pero Moore llamó la atención sobre las raíces de este sucio comercio. Se refirió al creciente uso publicitario de imágenes que aprovechan el atractivo sexual de chicos y chicas muy jóvenes. En 1962, señaló Moore, cuando se estrenó la película Lolita, que muestra las relaciones entre una chica de doce años y un inquilino de su casa, se produjo un escándalo. «Ahora -añadió el actor- se ven Lolitas por todas partes, no sólo en películas, sino también en carteles publicitarios, revistas y videoclips».

Eso ven pederastas y violadores en general. Por eso, la indignación de ciudadanos y autoridades sería más justa si fuera acompañada de mayor coherencia. Mientras fomentemos o consintamos la presente saturación de estímulos sexuales, estamos interpretando el papel del bombero pirómano. Para que Julie y Melissa no hayan muerto en vano, hemos de cambiar la moralidad pública además del Código Penal.

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