Contra el despilfarro, artículos de larga vida

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Muchos objetos de uso cotidiano duran poco, no se reparan o ni siquiera tienen arreglo: simplemente se sustituyen por otros nuevos. Se ha impuesto el usar y tirar en móviles, ropa, electrodomésticos… que se amontonan luego en los centros de reciclaje. Para reducir el despilfarro, algunos países empiezan a restringir lo desechable o imponen mayores garantías para el consumidor. Mientras tanto, crece un mercado de productos caros y de alta calidad, bajo la promesa de una larga duración.

Comprar un jersey o una camiseta con una garantía de 30 años; adquirir un traje o un bolso de larga duración se ha convertido en el último reclamo para frenar el consumo low cost, que ha puesto la renovación continua del vestuario al alcance de todos los bolsillos. Pero los productos de larga vida tienen también precios altos, y hay quien ve en todo esto un tipo más de marketing que, bajo argumentos éticos o ecologistas, busca llegar a un nuevo nicho de clientes.

¿Quién compraría una cazadora de algodón argentina de Cuyana por 280 euros cuando en HM podría adquirir 6 con esa suma? ¿O quién pagaría 45 euros por una simple camiseta blanca por más que le aseguren que durará hasta 2046 y se la zurcirán si es necesario, como afirma la start-up británica Tom Cridland? Aunque lo haga el oscarizado DiCaprio y lo pregone en Internet, seguir estos consejos, inasequibles para la mayoría, no va a poner fin a la compra de fast fashion o ropa de una sola temporada.

Comprar menos es un lujo

El que las cadenas de bajo precio estén en plena expansión tiene que ver más con la satisfacción fugaz de adquirir una ganga o con el deseo de comprar sin pensárselo mucho y arriesgando poco, que con la auténtica necesidad. En cambio, apuntar a productos de larga duración para combatir ese impulso momentáneo recuerda a las desfasadas recomendaciones de la diseñadora Vivien Westwood cuando en 2010 sugería “elegir bien y comprar menos” mientras señalaba a sus caras colecciones.

Cada ciudadano de la Unión Europea consume catorce toneladas de materias primas y genera otras cinco de basura al año

Para Madeleine Sommerville, periodista y autora del libro All You Need Is Less (“Todo lo que necesitas es menos”), “curar la fiebre del consumo con la filosofía del ‘compra menos’ –a tan alto precio– es en sí mismo un lujo”. Y frente a la serie de empresas on line nacidas al grito de ‘compra una sola vez’, la autora de esta guía contra el despilfarro señala que “conseguir 15 dólares para reemplazar una prenda cada año es mucho más fácil que lograr 100 e invertirlos en una sola pieza por mucho que te dure toda la vida”.

El usar y tirar o el exceso de consumo no parece resolverse solo con ciudadanos más conscientes e informados. Ni es una mera cuestión de ir a la moda la que obliga a actualizar el vestuario para no quedar atrás. Es verdad que en cuestiones de atuendo el impulso ha pasado a ser uno de los principales motivos de la compra. Según una encuesta de la ONG Believe in children se camina “hacia la cultura del ‘usar una sola vez’ y un 25% de las británicas considera que a partir de tres puestas, una prenda se queda vieja”. Pero esta misma actitud es extensible a otros productos: electrodomésticos, tecnología, material para el hogar, etc.

Obsolescencia programada

Cuando el psicólogo Oliver James publicó en 2007 un libro titulado Affluenza: How to Be Successful and Stay Sane ya describía este fenómeno occidental, denominado con la síntesis en inglés de affluence (opulencia) e influenza (gripe), como un virus consumista que te dirige hacia un círculo cerrado de “compra, insatisfacción personal y más compra…”. James ponía el acento en el comportamiento de personas ricas, con poca responsabilidad. Pero habría que atender también a otras causas que empujan a la compra, como la obsolescencia programada, es decir, la fabricación de productos con vida útil limitada y que necesariamente hay que reponer.

Hoy se sabe que los aparatos son cada vez más efímeros y que la duración de los electrodomésticos decrece. Por ejemplo, la Universidad de Bonn ha comprobado que entre 2004 y 2013 estas máquinas perdieron un año de duración al pasar de una vida media de 14 años a 13. Y esto ha ocurrido con televisores de pantalla plana, portátiles y batidoras. En general, los aparatos tienen una vida media tres años más corta que hace una década.

Muchos usuarios acusan a las empresas de estos ciclos cortos y aseguran que su fabricación está planificada para vender más. Pero en este final presuntamente programado no siempre hay una voluntad oculta. La mayoría de las veces la fabricación es menos rigurosa y los materiales de menor calidad: de ahí que se deterioren antes y la reacción automática sea sustituirlos y no emprender reparaciones costosas.

Los teléfonos móviles se reemplazan cada 9 meses en Japón, cada 15 en Europa y cada 18 en Estados Unidos

Si esto sucede con los electrodomésticos, en los dispositivos tecnológicos se añaden otras razones. Tres cuartas partes de los usuarios de teléfonos móviles cambian su receptor antes de que falle. La vida de un smartphone que se cuida podría alargarse hasta los cinco años; sin embargo, los móviles se reemplazan cada 9 meses en Japón, cada 15 en Europa y cada 18 en Estados Unidos. “Los nuevos modelos suelen ser versiones actualizadas o de mayor potencia, pero en esencia iguales a los anteriores”, afirma Enrique Aguilar, director de Locompramos.es, una empresa que se dedica a la venta de móviles de segunda mano.

Sin repuestos

Cuando en la compra entra en juego el afán de novedad o simplemente el capricho, la renovación de un dispositivo ya no aparece directamente ocasionada por el fabricante. Sí es cierto que hay otro tipo de obsolescencia; un modo de dejar desfasado un aparato de una manera menos evidente: forzarlo a entrar en el limbo de los descatalogados. “Todos nos hemos quedado alguna vez con tabletas o portátiles con sistemas operativos sin soporte técnico o equipos en los que la batería ya no es reemplazable”, afirma Óscar Burgos, cofundador del Movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada).

El gobierno francés, por ejemplo, hace ya dos años que adaptó su legislación para luchar contra estas prácticas. Las empresas deben informar a los consumidores de cuánto durarán sus electrodomésticos y también de hasta qué fecha podrán encontrar piezas de recambio. No hacerlo así supondrá una multa de hasta 15.000 euros. Con toda esta información, un consumidor ya no podrá echar alegremente la culpa a los fabricantes.

Montañas de desechos

Pero independientemente de en quién recaiga la responsabilidad, este nivel de consumo de productos de primera necesidad, artículos desechables, fast fashion o dispositivos eléctricos, ha traído un problema paralelo: hoy los residuos se acumulan. Algunas ciudades han puesto en marcha planes de choque para reducir la basura; es el caso de Hamburgo, donde el ayuntamiento ha aprobado una guía verde que deja fuera de sus compras el plástico desechable: con cargo al presupuesto municipal ya no se podrá adquirir agua envasada ni platos de plástico ni cápsulas de café.

Otras legislaciones europeas se han centrado en los supermercados. En Dinamarca, la ONG WeFood está vendiendo alimentos descatalogados pero perfectamente comestibles, a precios reducidos, tras una reforma legal dirigida a disminuir el volumen de desperdicios alimentarios. La iniciativa es una llamada a la responsabilidad de los consumidores para intentar rebajar el derroche, ya que se calcula que anualmente la comida comprada y no consumida se acerca a los 1.300 millones de toneladas.

Una de cada cuatro británicas considera que a partir de tres puestas, una prenda se queda vieja

Hace menos de dos meses, Francia también aprobó una ley que permite reciclar o donar alimentos no vendidos en las grandes superficies con la colaboración de una organización caritativa. “Lo más importante es que los supermercados firman un acuerdo de donación con organizaciones benéficas, y así seremos capaces de aumentar la calidad y la diversidad de la comida que distribuimos”, dijo Jacques Bailet, jefe de la red de Bancos de Alimentos de Francia.

Economía circular

¿Pero es real que el nivel de consumo es creciente? Muchas de estas acciones contra el despilfarro se inspiran en la economía circular que propone la Unión Europea. Según los datos de la Eurocámara, cada ciudadano de los países miembros consume catorce toneladas de materias primas y genera otras cinco de basura al año. Frente a esto, se han propuesto medidas para reutilizar, reparar o reciclar los productos o sus materiales, y reducir los residuos. Se trata de diseñar productos que duren y puedan servir para varios usuarios sucesivamente, es decir, con más de una vida.

Junto a alargar la vida útil de los productos, también se proponen iniciativas para alcanzar una durabilidad mejorada y una gestión más eficaz de los residuos. Y, además, nuevos modelos de negocio, que permitan alquilar, reparar, compartir o la compra-venta de productos de segunda mano. Uno de los ejemplos es el de una empresa holandesa que alquila pantalones vaqueros de diseño por meses, que tras un plazo de uso, pueden devolverse.

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