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Charles Taylor, un filósofo que tiende puentes

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Charles Taylor (Montreal, 1931), eminente filósofo e intelectual canadiense, ha recibido el premio Templeton. Dotado con 1,5 millones de dólares -aún más sustancioso que el Premio Nobel-, el premio de la fundación Templeton se suele otorgar a investigadores que en sus respectivos campos han contribuido a poner en relación la cultura contemporánea y las realidades espirituales. Taylor es un hombre que se caracteriza por tender puentes entre corrientes a menudo enfrentadas: Ilustración y comunitarismo, fe y razón, filosofía y acción política.

Partidario ardiente de la identidad propia del Québec francófono, en épocas anteriores concurrió a varias elecciones parlamentarias. A pesar de su apellido inglés, es un quebequés orgulloso de serlo. Sus ideas sobre el multiculturalismo han tenido enorme influencia en estos tiempos en que otros países se enfrentan al problema de la integración de sus minorías. Sin embargo, lo que le ha merecido el premio Templeton a los descubrimientos o los progresos en la investigación sobre las realidades espirituales, son sus obras en torno a la historia de la modernidad y su relación con la teoría moral contemporánea.

Derribar el muro

En el discurso de aceptación del premio, Taylor se centró en la actual brecha que separa la fe y la razón: «Creo que la meta que se ha propuesto sir John Templeton es una de las de mayor importancia y relevancia hoy día: hemos de encontrar alguna forma de derribar el muro que se alza entre nuestra cultura científica contemporánea y los estudios académicos, por una parte, y el ámbito del espíritu, por otra. Este ha sido uno de objetivos que han dirigido mi propio trabajo intelectual, y verlo así reconocido me llena de gozo y humildad a la vez».

Actualmente Taylor es profesor de derecho y filosofía en la Northwestern University (Estados Unidos) y profesor emérito del departamento de filosofía de la Universidad McGill (Montreal). Se ha ganado justo crédito como destacado crítico de lo que llama «individualismo atomista» de ciertas corrientes del pensamiento y de la sociedad occidentales. A lo largo de sus numerosos artículos y libros -en especial Fuentes del yo (Sources of the Self), Hegel y La ética de la autenticidad (The Ethics of Authenticity)- ha sido un atento crítico del individualismo metodológico que ha dominado las ciencias sociales desde el principio del siglo XX.

El hombre aislado de la Ilustración

Es difícil resumir trescientos años de filosofía en pocas palabras. Pero desde la Ilustración del siglo XVIII, las ciencias sociales se han centrado casi exclusivamente en «el individuo» como el portador de la verdad y la dignidad. Esto, a su vez, ha llevado a colocar la verdad en un ámbito abstracto de la razón objetiva, contrapuesto a la historia y a la tradición. Por consiguiente, se ha acabado por transformar los principios morales en un contrato social entre individuos racionales que se ponen de acuerdo en una situación de deliberación ideal.

De ahí que el hombre ideal de la Ilustración es un individuo aislado, que en actitud escéptica guarda las distancias con su iglesia, su comunidad y sus antepasados. De la misma manera, el Estado y la sociedad son meros proveedores de servicios que protegen las libertades y derechos del individuo, gestionan los conflictos y la competencia, y le brindan distintas opciones para su realización y su consumo individuales.

En otros tiempos, la justicia implicaba una concepción compartida del bien moral. Hoy, en cambio, la justicia es una función de la capacidad de la sociedad para proveer a las necesidades materiales de los ciudadanos y para salvaguardar sus libertades. Las grandes cuestiones de la religión y el sentido de la vida se desechan como asuntos en los que el Estado no tiene interés alguno. La consecuencia de este individualismo exagerado, insiste Taylor, es que los filósofos y los cultivadores de las ciencias sociales han perdido de vista las dimensiones sociales e históricas de la verdad y de la personalidad humana.

Taylor reprocha a las teorías morales contemporáneas que son abstractas y sin vida. En ellas, la verdad de los principios morales aparece desconectada de la cuestión de en qué consiste para los seres humanos una vida buena. Por tanto, olvidan lo fundamental que es para todos nosotros la pregunta por el sentido. ¿Cuál es el fin de la existencia? ¿De dónde venimos? ¿Adónde iremos? ¿Qué significa vivir una vida buena? Muchos filósofos contemporáneos desprecian estas cuestiones por considerarlas sin sentido.

Pero, según Taylor, no podemos dejar de lado las realidades espirituales en la vida pública: «La ceguera a la dimensión espiritual de la vida humana nos hace incapaces de explorar cuestiones que son vitales para nosotros. O, por decirlo de modo positivo: recuperar lo espiritual abre horizontes en los que se torna posible hacer descubrimientos importantes e incluso emocionantes».

Contra la secularización radical

Taylor desea invertir la tendencia a la secularización radical. Sostiene que desde el principio mismo de la historia el deseo de conocer la verdad sobre el hombre y el mundo ha impulsado a los seres humanos, ha dado sentido a su vida y ha configurado el desarrollo de la cultura. Sócrates, uno de los padres de la filosofía, pasó su vida intentando responder a la llamada del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Nuestro planeta está sembrado de testimonios que han dejado distintas civilizaciones de sus esfuerzos por entender la naturaleza trascendental de la existencia humana: pinturas rupestres, antiguas cámaras funerarias en el valle de Boyne (Irlanda), las grandes pirámides del antiguo Egipto…

Pero descubrir el significado de nuestra condición no es empresa que pueda cumplir un individuo atomista. Taylor escribe en su breve pero estimulante libro La ética de la autenticidad: «Solamente si existo en un mundo en el que la historia, o las exigencias de la naturaleza, o las necesidades de los demás seres humanos, o los deberes propios del ciudadano, o la llamada de Dios, o alguna otra cosa de ese orden, tiene importancia crucial, puedo definir para mí mismo una identidad que no sea trivial».

Taylor siempre ha discutido si es sostenible el proyecto ilustrado de colocar la verdad y la moralidad en el individuo. Predijo que acabaría llevando a una pérdida de solidaridad y de cohesión social, y haría que se extendieran el escepticismo y el relativismo moral. El tiempo le ha dado la razón.

Razones del multiculturalismo

Así pues, en sus libros rastreó el progresivo distanciamiento entre los canadienses, a medida que las crecientes exigencias de trabajo y productividad separaba a las personas de los otros y de sus propias familias. Pasaron de ser personas en una trama de relaciones a convertirse en trabajadores y consumidores de una cadena de producción y consumo.

En sus reflexiones sobre el multiculturalismo y el nacionalismo quebequés, Taylor articuló una visión de la dependencia social del yo, en la que la autoestima, la dignidad y el respeto de los individuos dependen de cómo se relacionan con otros. «Definimos nuestra identidad siempre en diálogo con -a veces en lucha contra- las cosas que quienes son relevantes para nosotros quieren ver en nosotros», dice Taylor. «Incluso después de emanciparnos de algunos de ellos -nuestros padres, por ejemplo- y de que hayamos perdido su presencia, la conversación con ellos continúa en nuestro interior hasta el fin de nuestra vida».

En algunos aspectos, su análisis del multiculturalismo ha sido profético. Sostenía que el liberalismo contemporáneo, centrado en el individuo abstracto como el portador de los derechos y el centro de la moralidad, no sería capaz de responder adecuadamente a los deseos multiculturales de reconocimiento y solidaridad porque tienen que ver fundamentalmente con las necesidades de comunidades y de grupos sociales. Simplemente, no encajan en la mentalidad individualista del proyecto ilustrado.

Pero a pesar de su crítica al individualismo atomista y al proyecto de la modernidad, Taylor nunca ha dado por perdidos del todo a la Ilustración o a la democracia liberal. Su enfoque es positivo, no negativo ni áspero. La Ilustración y la filosofía política liberal que fomentó contienen muchas intuiciones importantes sobre la dignidad de la libertad humana que no deberíamos desechar. Aunque el atomismo subsiguiente que se desarrolló en el siglo XX era equivocado y perjudicial, no deberíamos concluir que la libertad personal y el empeño crítico están sobrevalorados.

Lo que hemos de hacer, dice Taylor, es repensar nuestras ideas de verdad, dignidad y libertad para cimentarlas en el terreno de las tradiciones históricas de pensamiento y reflexión moral que son más sustanciales que el modelo hoy dominante del egoísmo atomista y de la autosuficiencia intelectual. De esta manera la libertad personal será considerada como una expresión de nuestra autocomprensión colectiva más bien que como algo abstracto resultante de un hipotético contrato social entre agentes morales sin relación entre ellos.

Fe y razón se necesitan

La interpretación, abierta a la tradición, que hace Taylor de los principios e ideales de la Ilustración recientemente le ha llevado a centrar su estudio en la noción de modernidad católica. Aquí ha intentado demostrar cómo los ideales ilustrados de dignidad humana y libertad personal existen en el interior de la tradición católica con la que Taylor mismo está firmemente identificado. Este trabajo pretende reconciliar la razón moderna, que a veces ataca violentamente la autoridad de la tradición religiosa, con los conservadores y los fundamentalistas que tienden a retraerse de la investigación crítica.

Si hay un mensaje central que Taylor quiere que extraigamos de su obra, es que la fe necesita a la razón y la razón necesita a la fe. Si falta una, la experiencia humana y el potencial humano quedan cojos. Esto es lo que Taylor llama pensamiento espiritual. Su último libro, A Secular Age -que saldrá este año-, está dedicado a este proyecto. Será, quizás, el trabajo más importante de la prestigiosa carrera de Taylor. Junto con los recientes diálogos entre Jürgen Habermas y el Papa Benedicto XVI, promete reconducir la investigación académica hacia los puntos de contacto entre religión y razón.

Michael McGann


Recorrido por las obras de Charles Taylor

Charles Taylor se ha dedicado a la filosofía política y social después de un largo y profundo estudio del pensamiento continental europeo y anglosajón. De hecho, su primera obra después de la tesis doctoral, Hegel (1975) todavía hoy está considerada como un análisis de referencia para estudiar al padre del idealismo alemán. Conoce la tradición de la filosofía analítica y ha dedicado algún trabajo a la figura de Wittgenstein. Una de las huellas imborrables de su formación, que se encuentra presente en algunas de sus obras, es la corriente hermenéutica que parte de Heidegger.

Una crítica constructiva

La obra de Taylor puede decirse que constituye una recapitulación de la filosofía de los tres últimos siglos, con el fin de aclarar la posición -filosófica, moral y social- del hombre contemporáneo. Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna (Sources of the Self: The Making of the Modern Identity, 1989) marcó un antes y un después en su trayectoria intelectual. En efecto, en esta obra Taylor expone los puntos principales que desarrollará posteriormente, partiendo de la crítica a las consecuencias sociales del positivismo.

Para Taylor, el proyecto moderno ha disuelto y desdibujado la identidad de los sujetos, que a partir de entonces puede ser definida con independencia de sus puntos de vista morales. Esto ha llevado a frivolizar el fenómeno moral con una marcada tendencia al subjetivismo. Su traducción social ha sido el individualismo, con la consecuente desintegración de la cohesión entre ciudadanos.

¿Es irreversible este camino? Taylor cree ver en la filosofía contemporánea cierto cansancio del sujeto moderno, construido como una ficción, con una identidad arbitraria. Pero a su juicio, algunas propuestas, especialmente la de Rawls y la de Habermas, aún no consiguen consolidar ese giro hacia la intersubjetividad debido a sus propios fundamentos modernos y sobre todo porque son «ensayos de laboratorio», apartados de la problemática real de las sociedades.

Del yo a la comunidad

La identidad del individuo es un proceso social e histórico, con implicaciones morales. Taylor reivindica el papel del diálogo y de la comunidad en la formación del individuo y, al igual que otros comunitaristas, concibe la vida del hombre, enraizado en un mundo cultural determinante, como proyecto.

El ideal moral que cada individuo posee marca lo que será su futuro, su biografía. Sin embargo, como explica en La Ética de la autenticidad (The Malaise of Modernity en la edición canadiense de 1991, The Ethics of Authenticity en la edición estadounidense de 1992; ver Aceprensa 153/94), no todas las opciones morales son igualmente valiosas, contra lo que pretende cierto relativismo. Es más, el horizonte vital de cada hombre se enmarca dentro de una norma -lo que debería desear- y no en los deseos y necesidades que, de hecho, siente. La ética de la autenticidad que Taylor propone exige al hombre ser fiel a sí mismo, a su propio ideal moral.

El reconocimiento de formas de vida moral superiores e inferiores no pone en riesgo la libertad de las personas, es más: la afirma. En este sentido, frente a sus críticos -sobre todo, los liberales que han acusado a Taylor de dogmatismo-, el pensador canadiense sostiene que las sociedades precisamente han de ser el escenario en el que disputen, en libertad, los diferentes ideales morales.

La alternativa hoy al atomismo social pasa por recuperar la comunidad familiar, en primer lugar. Taylor trata de decirle al hombre contemporáneo que no está solo, que lo que es se debe, sobre todo, a la educación recibida en el hogar, que constituye un punto en el que convergen tradiciones, hombres y culturas. Que su propia identidad es recibida.

Las diferencias culturales

En cuanto a su filosofía propiamente política, el comunitarismo de Taylor reviste algunos rasgos especiales, sobre todo porque su defensa de las peculiaridades culturales está relacionada con su papel de político activo, como miembro del Movimiento Nacional de Québec. De su planteamiento político se puede concluir que los lazos comunitarios son previos a los políticos, aunque ello no le lleve ni a demonizar el papel del Estado -como el neoliberalismo- ni, por supuesto, a encargarle tareas que corresponden a la sociedad civil. Es un convencido defensor del principio de subsidiariedad.

Si con el sistema democrático quedan asegurados los derechos de los ciudadanos, no es menos cierto que también ha de velarse por el respeto a la diferencia cultural de las comunidades. En este sentido, el volumen Multiculturalismo y política del reconocimiento (Multiculturalism and «The Politics of Recognition», 1992), obra colectiva de la que él es el editor y autor principal, intenta encontrar una solución conciliadora al problema de las democracias liberales: asegurar la igualdad, pero sin destruir la diversidad cultural.

El trasfondo de su propuesta es antropológico. Al ser los lazos culturales determinantes en la vida del individuo, es obvio que la igualdad no puede suponer un cercenamiento de su expresión. Ante ello, Taylor apuesta por el reconocimiento jurídico-político de las diferencias, aunque admitiendo los límites impuestos por los derechos humanos y los sistemas democráticos.

Una secularización no laicista

Taylor, que se declara católico, ha dedicado algunos ensayos a la religión. En sus Variedades de la religión hoy (Varieties of Religion Today: William James Revisited, 2002; ver Aceprensa 71/04) dialogó a través del tiempo con W. James. Taylor concibe la tradición católica en un adecuado equilibrio entre el individuo y la comunidad, frente a la concepción protestante, más subjetiva. Al mismo tiempo, junto a las nuevas expresiones religiosas, centradas en la sensación del propio yo -al estilo New Age-, Taylor saluda a los nuevos movimientos religiosos que acentúan los lazos comunitarios.

Con su agudeza y penetración, Taylor también se ha pronunciado sobre el papel que la religión ha de desempeñar en la esfera pública. Además de revisar la importancia de la religión en la vida de los individuos y comunidades, en Imaginarios sociales modernos (Modern Social Imaginaries, 2004; ver Aceprensa 85/06) reconoce el papel fundamental que pueden tener las creencias para la política. En este sentido, su próximo libro, A Secular Age, constituye una réplica al pensamiento laicista.

Josemaría Carabante
ACEPRENSA

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