Castro decepciona a los amigos

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Contrapunto

Las injustas condenas a pacíficos disidentes políticos en Cuba y las ejecuciones de los que secuestraron un barco para huir de la isla, han provocado una crisis entre el castrismo y algunos intelectuales conocidos por su apoyo público al régimen. Gabriel García Márquez, en respuesta a Susan Sontag que le emplazó a condenar estas medidas represivas, declara al diario de Bogotá El Tiempo que siempre ha estado en contra de la pena de muerte, y desvela su acción intercesora ante Castro: «Yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de conspiradores que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años. Muchos de ellos no lo saben, y con los que lo saben me basta para tranquilidad de mi conciencia».

No hay por qué dudar de esta compasiva y silenciosa acción. Pero con sus mismas palabras García Márquez admite implícitamente la catadura de un régimen que desde hace décadas suscita tal «cantidad» de presos políticos. En un régimen democrático normal, no hace falta conspirar, porque se puede alcanzar el poder por elecciones; no hay presos políticos, porque la oposición no es un crimen; no hay disidentes, porque la libertad de expresión está reconocida. Ni nadie se siente inclinado a secuestrar aviones o barcos para salir del país, porque emigrar es un derecho. Y la condena o la libertad no dependen de la acción de un amigo del gobernante, sino de un juicio justo. El problema de García Márquez y de otros es que quieren ayudar al mismo tiempo a las víctimas y al verdugo.

Castro ha decepcionado también a uno de los intelectuales más difíciles de decepcionar, el portugués José Saramago, cuyos ideales comunistas han sobrevivido a todas las catástrofes del socialismo real. Ahora Saramago se desengancha del castrismo y declara que «ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado». Pero no conviene olvidar que si Castro ha llegado hasta aquí ha sido también porque ha sabido rentabilizar las relaciones con los intelectuales de izquierdas para promocionar su régimen. Quizá sin ese apoyo, tantas veces incondicional, Castro no podría desilusionar a nadie, porque ningún nombre prestigioso habría contribuido a encumbrarle.

Ignacio Aréchaga

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