Robert Spaemann: testigo insobornable de la verdad

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“Si la filosofía deja de ser la doctrina de la buena muerte, tampoco lo es de la vida buena. Entonces desaparece, deja de existir y ya no quedan más que los sofistas”. Así concluía un discurso Robert Spaemann (1927-2018), tras evocar la vida y la muerte de Sócrates. Varios años después, el pasado 10 de diciembre, el filósofo alemán culminaba una existencia lograda. Con su muerte, perdemos a uno de los pensadores más lúcidos y profundos de nuestro tiempo. Un sabio que, con su vida y su pensamiento, desafió desde joven el relativismo moderno, encarnado ejemplarmente en el epigrama de David Hume: “Nunca avanzamos un paso más allá de nosotros mismos” (“We never really advance a step beyond ourselves”).

Ya en un temprano estudio, Reflexión y espontaneidad (1963) , Spaemann se opuso al concepto de naturaleza que latía en la célebre discusión sobre el amor puro entre Fénelon y Bossuet: para el primero, el amor puro a Dios nos exigiría anular el interés egoísta por la felicidad que anida en nuestra naturaleza; para el segundo, predicar un amor de Dios no sustentado en ese interés egoísta sería reprobable por antinatural. La discusión se encontraba viciada de antemano –explicaba Spaemann– porque uno y otro concebían la naturaleza como recurva in seipsa, orientada exclusivamente hacia su propia conservación.

La filosofía de Spaemann fue un incansable ascenso en el orden de las causas finales, apuntando cada vez más a lo esencial

Bajo semejante comprensión, la naturaleza solo podría explicar el amor a Dios y al prójimo como una máscara de la búsqueda de uno mismo; y la única escapatoria a semejante conclusión sería predicar junto con el amor puro, como hizo Fénelon, la negación de esa naturaleza egoísta. Uno y otro, sin embargo, estaban equivocados, ya que “aquello cuyo ser pertenece por naturaleza a otro, está inclinado principalmente y en mayor medida a aquél que a sí mismo” (S. Tomás de Aquino). Es la naturaleza, en definitiva, la que da pasos más allá de sí misma.

Más adelante, Spaemann exploró las consecuencias políticas del abandono del concepto teleológico de naturaleza en la figura del pensador que, quizás, ha corrido con tales consecuencias más consecuentemente: Jean-Jacques Rousseau (Rousseau: ciudadano sin patria, 1980; trad. esp. 2013). Con el olvido del concepto clásico de telos, portador simultáneamente del fin y del límite de un ser, uno y otro se separaron y, como disjecta membra, trataron de afirmarse con carácter absoluto en el individuo. El resultado es el aislamiento y absolutización del “principio de deseo” y el “principio de realidad” (Freud), del proyecto de autoemancipación y el proyecto de autoconservación, de progresistas y conservadores, de izquierda y derecha.

Toda vez que carecen de cualquier medida más allá de sí mismos, ambos principios luchan por afirmarse absolutamente. Es obvio que la conservación no apunta más allá de sí misma. Pero, sin un referente desde el que pueda comprenderse y a partir del que pueda medirse, tampoco la emancipación puede hacer otra cosa más que reivindicar el valor absoluto de su propia obra: “Allí donde se abandona el concepto platónico-teleológico de la esencia del hombre, y donde la figura del Hijo del hombre ya no se acepta como respuesta incuestionable a la pregunta: ‘¿Qué es el hombre?’, allí habrá sitio para nuevas versiones del Ecce homo… El camino que se abre es infinito, porque ‘nadie llega más lejos que aquel que ha olvidado adónde conduce el camino’ (Goethe)”, escribió Spaemann.

El amor benevolente, base de la vida lograda

Poco después del opúsculo sobre Rousseau, Spaemann publicó junto con Reinhard Löw un importante estudio con el títuloHistoria y redescubrimiento del pensamiento teleológico (1981) .

Al cabo de unos años concluyó Felicidad y benevolencia (1989; trad. esp. 1991), su gran obra dedicada a la ética. Frente a la moderna asociación de la idea filosófica de eudaimonia con la búsqueda egoísta de uno mismo, en este trabajo expuso su interpretación clásica como “vida lograda”, así como su definitivo anclaje por el cristianismo en el amor benevolentiae. De un modo verdaderamente impresionante, Spaemann desarrolló el significado metafísico del amor benevolentiae como una salida de la centralidad autorreferencial del instinto para “despertar a la realidad”, un éxodo que culmina en la gratitud y la reverencia religiosa.

El filósofo alemán tomó partido decidido por causas como la defensa de la vida, la preeminencia de los pobres, la ecología o la reivindicación de lo sagrado en la vida social

La falta de solución de continuidad entre ética y metafísica se vuelve a manifestar en su siguiente libro, Personas (1996; trad. esp. 2000) , que constituye una profundización ontológica en el ser que es capaz de trascender su propia naturaleza, que no es simplemente su naturaleza sino que tiene una naturaleza respecto a la cual ha de conducirse. En fin, la antítesis del epigrama de Hume se completa con el encabezamiento de sus Ensayos y discursos reunidos con el título Pasos más allá de nosotros (2 Vols., 2010 y 2011).

A contracorriente

Robert Spaemann cultivó desde joven un compromiso insobornable con la verdad. A esta actitud contribuyeron, en buena medida, su admiración por Platón o las experiencias vividas durante el nacionalsocialismo. Como joven bachiller durante la tiranía nazi, comprendió cuál es la forma que adopta la conciencia de la verdad frente a una presión exterior abrumadora, que da por buena la injusticia y amenaza a quien osa cuestionarla. La experiencia de verse en ocasiones “solo en la verdad” le exigió refugiarse en el hombre interior en medio de la presión, una actitud que le acostumbró a afrontar las modas dominantes con escepticismo e ironía. Al mismo tiempo, sin embargo, semejante experiencia le dotó de una fina sensibilidad y apertura para apreciar cualquier signo de verdad, bien y belleza en el mundo.

Más allá del ámbito estrictamente académico, Spaemann hizo entrada en la esfera pública y polemizó con algunas de las principales figuras del mundo secularizado contemporáneo (Habermas, Sloterdijk, Singer, etc.). Se interesó por los grandes temas que deben preocupar a la humanidad, y tomó partido decidido por causas como la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, la preeminencia de los pobres en la comunidad cristiana como predilectos de Dios (“un mandato de Jesucristo, y no una opción preferencial como se dice ahora”, gustaba repetir), la ecología o la reivindicación de lo sagrado en la vida social. Fue un gran apoyo intelectual en la Iglesia durante el gran pontificado de San Juan Pablo II, y cultivó una honda amistad con su compatriota y coetáneo Benedicto XVI.

Ascenso a lo esencial

La filosofía de Spaemann fue un incansable ascenso en el orden de las causas finales, apuntando cada vez más a lo esencial. Como fruto maduro de este ascenso, al final de su vida nos dejó dos volúmenes de Meditaciones sobre los salmos que he tenido el honor de traducir al castellano (el primero abarca los Salmos 1-51; el segundo, los Salmos 52-150). Pienso que se trata de una obra maestra, sapiencial, en la que se funden teología, filosofía y espiritualidad.

Spaemann polemizó con algunas de las principales figuras del mundo secularizado contemporáneo: Habermas, Sloterdijk, Singer…

No me resisto, pues, a concluir este obituario reproduciendo un pasaje de su meditación sobre el salmo 126 que da una muestra del sentimiento que –de modo cada vez más intenso– le embargó en su vida, y de las ansias que habrá visto cumplidas: “Reír ahora (cf. Lc 6,25) –escribía Spaemann refiriéndose a quien pone todo su corazón en lo terreno– supone haber perdido de vista la manifestación de la gloria de los hijos de Dios, aún pendiente, consolándose con trabajo y diversión en lugar de hacer como Raquel, que no se dejaba consolar (Mt 2,18). Los que tienen hambre y sed de justicia son los que siembran el grano del reino futuro. Siembran con lágrimas y cosecharán entre cantares (Sal 126,5). ‘Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados’ (Mt 5,4). ‘Al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas’ (Sal 126,6)” (Meditaciones de un cristiano, Vol. II, 2017).

Como Raquel –la madre de los santos inocentes–, Spaemann deseó la justicia y sufrió por las injusticias del mundo. Sembró con lágrimas: coseche ahora entre cantares.

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Fernando Simón Yarza es profesor en la Universidad de Navarra y traductor de R. Spaemann.

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