Robert Schuman, padre de Europa

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Robert Schuman

Robert Schuman. CC: Joop van Bilsen Anefo

 

La Asamblea Parlamentaria de la Comunidad Europea despidió a Robert Schuman, su primer presidente, con un nombramiento inusitado: el de Padre de Europa. La Historia ha concedido ese trato también a Adenauer y De Gasperi, quienes -junto con él- pusieron en marcha el proceso de integración de las Comunidades Europeas. Pero fue el ministro de Exteriores francés quien propuso el modo concreto de realizarla, en su Declaración de 9 de mayo de 1950. En esa fecha se celebra ahora el “Día de Europa”: una muestra más de la centralidad de Schuman en la historia de la Europa unida.

Schuman nació en Luxemburgo en 1886, si bien su familia provenía de Lorena, entonces territorio del Reich alemán. Estudió Derecho en Munich, Bonn y Estrasburgo, y ejerció como abogado en Metz. Fue ciudadano alemán y oficial de su ejército, hasta que en 1918 Francia recuperó Lorena al terminar la Primera Guerra Mundial. Schuman se definió a sí mismo como un “hombre de frontera”, cualidad común con Alcide de Gasperi y Adenauer.

Desde 1919 ocupó cargos públicos, y sufrió acusaciones por su cambio de nacionalidad y más adelante por su colaboración con el gobierno de Vichy. Después de librarse de estos cargos comenzó otra vez su carrera política que le llevaría a ser ministro de Finanzas (1946-47), jefe de Gobierno (1947) y finalmente ministro de Exteriores (1948-1952).

Del aislamiento a la solidaridad

Las naciones, escribió Schuman años después del desempeño de su tarea como ministro, “son incapaces de dominar por sus propios medios los enormes problemas que se les presentan”. La autarquía era ya imposible, y la fragmentación de Europa -a su juicio- un “anacronismo absurdo”. “Después de dos guerras mundiales, hemos acabado reconociendo que la mejor garantía para la nación no reside ya en su espléndido aislamiento, ni en su propia fuerza, sea cual sea su poder, sino en la solidaridad de las naciones que estén guiadas por un mismo espíritu y que acepten las tareas comunes en un interés común”.

Con este diagnóstico se presentó Schuman ante los periodistas el 9 de mayo de 1950, acompañado por Jean Monnet. Y ofreció a las naciones europeas una receta a la vez ambiciosa y viable: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”. “Europa -explica tras señalarla como la solución al problema de la paz- no se hará de una vez: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen primero una solidaridad de hecho (…). Exige que la oposición secular entre Francia y Alemania quede superada”. Y para ello el Gobierno francés proponía “actuar de un modo inmediato sobre un punto limitado, pero decisivo (…): la puesta en común de las producciones del carbón y del acero”, industrias estratégicas, objeto de permanentes controversias entre ambos países.

La guerra entre Alemania y Francia se haría de esta manera “no solo impensable, sino materialmente imposible”. El Tratado de la CECA (París, 1951) y los posteriores Tratados de la Euratom y la CEE, pondrían las bases jurídicas de una colaboración estable -sometida a unas normas comunes, aplicadas por un Tribunal de Justicia imparcial- gestionada por una Alta Autoridad Común, propiamente supranacional, que recibiría más adelante el nombre de Comisión. A partir de estos avances surgiría así lo más importante para Schuman: “La idea de Europa, el espíritu de solidaridad comunitario”. La unidad económica reclamaría la unidad política.

Los obstáculos no fueron pequeños, pero Schuman y el equipo negociador de Jean Monnet los afrontaron con determinación y flexibilidad. Según todos los testimonios, la principal palanca para remover las barreras de todo tipo fue la amistad cordial que Schuman cultivó con Adenauer y De Gasperi, y su talante conciliador. Esto favoreció que las delegaciones negociadoras cerraran el proyecto del Tratado en un tiempo récord: menos de un año.

Un político cristiano ejemplar

Schuman impulsó también la fallida Comunidad Europea de Defensa: no todo fueron éxitos. Después de abandonar sus cargos en el Gobierno francés, se dedicó a la promoción del proyecto europeo como Presidente del Movimiento Europeo, y más tarde de la Asamblea Parlamentaria Europea. En 1959 se retiró de la vida pública -aquejado de esclerosis múltiple con frecuentes pérdidas de conciencia y memoria- y se centró en revisar sus anotaciones y escritos, con la intención de publicarlos. Así nació Por Europa (ver Aceprensa 8/07), un libro que -según escribió él mismo- no era unas memorias al uso: poseía “el valor de un mensaje”. Robert Schuman falleció el 4 de septiembre de 1963, atendido espiritualmente por el obispo de Metz.

Su intensa vida cristiana y su servicio a su país y a la reconciliación europea han llevado a la Iglesia a iniciar su proceso de beatificación. Nacido en una familia cristiana, Schuman siempre dio muestras de inquietud religiosa. En su juventud se planteó el sacerdocio, formó parte de asociaciones católicas, y comenzó a cultivar una sólida piedad apoyada en la Escritura y en la Eucaristía. Nunca contrajo matrimonio.

Pero sobre todo destaca por su testimonio luminoso en las tareas públicas. Jean Monnet dejó escrito este retrato: fue “un hombre sin deseos personales, sin ambiciones, de una sinceridad total y de una inmensa humildad intelectual, que lo único que buscaba era servir donde y cuando hiciese falta. (…) Pero, sobre todo, quedará en la memoria como el prototipo de verdadero demócrata, imaginativo y creativo, combativo dentro de la suavidad formal, siempre respetuoso del hombre y fiel a una vocación íntima que daba sentido a su vida” (Jean Monnet, Memorias).

En marzo de 2004 -cerrada la fase diocesana- André Lacrampe, arzobispo de Besançon, afirmó que el Papa Juan Pablo II consideraba próxima una decisión sobre su acceso a los altares. Su figura resultaba especialmente significativa en el momento del debate constitucional sobre las raíces cristianas de Europa. Con su vida personal y sus realizaciones políticas, puso de manifiesto una idea central de su pensamiento que difícilmente perderá actualidad: “La democracia debe su existencia al cristianismo”.

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