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“Algunos sacerdotes tienen un problema de relación… con Dios”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 5min.

En el contexto del debate sobre abusos sexuales de menores cometidos por clérigos, el psiquiatra vienés Raphael Bonelli habla en una entrevista con Stephan Baier para el diario Die Tagespost (8-05-2010) sobre el celibato sacerdotal, las tendencias sexuales desviadas, y la necesidad de que todo hombre o mujer se esfuerce por educar su sexualidad.

Existe la tesis de que “hacer de la sexualidad un tabú”, como parte de la opinión pública reprocha a la Iglesia, conduce a una mala canalización de lo sexual. ¿Hay algo de verdad en eso?

– Hoy sabemos que la sexualidad debe controlarse para poder vivirla de forma sana y feliz. La violencia sexual y la pedofilia nos muestran que la sexualidad no puede vivirse sin contenciones, porque puede hacer daño. Sin embargo, sorprendentemente todavía muchos sueñan con que puede vivirse sin límites, y creen que ahí tenemos el paraíso terrenal. Esto proviene particularmente de la ideología del movimiento del 68. Esa imagen de la represión de la sexualidad se corresponde con una interpretación freudiana del hombre muy grosera y mecanicista, que permanece todavía en muchas cabezas, aunque hace mucho que fue superada. Desde la revolución sexual, sobre todo, hay varones que son de la opinión de que deben realizarse sexualmente, porque si no, podrían enfermar. La sexualidad se experimenta aquí como una necesidad imperiosa, y no ya como algo dirigido y controlado por la razón.

Hemos hablado sobre si el celibato puede hacer enfermar. Pregunto de otro modo: ¿Puede esta forma de vida atraer a personas inseguras o perturbadas en su sexualidad?

– No se puede descartar que atraiga también a personas de estas patologías. Personas que no se pueden relacionar con el otro sexo encuentran aquí una forma de vida en la que pueden pasar desapercibidas. Esto es especialmente problemático cuando hay personas que quieren vivir otra forma, enferma, de sexualidad, que daña a otras personas. Hay que tener mucho cuidado con quién entra a los seminarios, porque solo un hombre psíquicamente sano y estable es apto para la vocación sacerdotal.

¿Es posible que haya habido hombres con tendencias pederastas que se escondieran tras una sotana para pasar desapercibidos, o para protegerse de sus propias inclinaciones?

– Muchas personas con tendencias pedófilas van a parar al matrimonio; otras, al sacerdocio. De algún modo, uno piensa que debe hacer su vida cuando descubre en sí ese tipo de inclinaciones. Quizá piense que las tiene bajo control, o que la consagración sacerdotal le ha curado. Sigmund Freud afirma que la sexualidad es polimorfa y que tiene un lado perverso, y ahí algo tiene de razón. En una relación sexual normal, la mujer suele ser el correctivo. Pero si la sexualidad es vivida en soledad, por ejemplo, en términos de autoerotismo y pornografía, entonces no existen ya límites. La represión de la sexualidad es generalmente beneficiosa, cuando existen inclinaciones degeneradas. Me refiero al control de los pensamientos, de las fantasías; a no mirar indiscriminadamente la televisión. Así desaparecen la mayoría de las fantasías desviadas, que siempre están relacionada con una hipersexualidad, y permanecen las inclinaciones sexuales sanas.

Detectar trastornos de personalidad

La relativización social de la pederastia proviene de ámbitos muy distintos.

– La psicología de la década de los 70 pretendió hacer creer que no existía nada intrínsecamente malo, o incluso que todo estaba bien, si la relación era consentida. En la década de los 70 y de los 80, hubo movimientos de liberación sexual que asumieron la defensa de la pedofilia. Un conocido político del Partido Verde alemán, aún en 1988, pidió la despenalización de la pedofilia consentida, una tesis de la que poco después se distanciaría. En aquel momento, era partidario de un movimiento por la despenalización y “despatologización” de las formas alternativas de sexualidad.

¿A qué se debe prestar más atención en la formación de sacerdotes? ¿Es posible detectar tendencias sexuales desviadas para descartar a los candidatos afectados?

– Por lo general, a lo largo de años de convivencia con los candidatos se ve si son o no apropiados. Los pedófilos suelen tener otros trastornos de personalidad que pueden detectarse. Uno ve, por ejemplo, cómo una persona se relaciona con los demás, y si es apto para servir y es capaz de obedecer. Ésas son virtudes que no están de moda, pero que muestran si alguien es psíquicamente sano, porque es capaz de no ponerse a sí mismo en primer plano, y ponerse al servicio de los demás. Cuando alguien debe ponerse siempre a sí mismo en primer plano, y necesita brillar, demuestra que se preocupa más del propio ego que de los demás. Eso es peligroso.

¿Es posible una educación para la castidad y el celibato en el seminario?

– Sí, y es absolutamente necesaria. El seminario está para enseñar la castidad sacerdotal. La aceptación de la propia sexualidad plena y de su hombría capacita al sacerdote para ser pastor paternal de otros. Eso incluye también enseñar a los hombres jóvenes a desarrollar su sexualidad desde la perspectiva del amor, como suelen integrarla naturalmente.

¿Qué puede aconsejar el psiquiatra a un sacerdote que flaquea en estos terrenos?

– Debe apartar la mirada de sí mismo y dirigirla a los otros, a su relación con Dios y a su ministerio sacerdotal. Normalmente los problemas sobre la castidad son problemas de personas que dedican demasiado tiempo a sí mismas. Cuando uno navega durante horas en Internet no puede sorprenderle que le asalten ideas estúpidas. La soledad y la sensación de que la propia vida carece de sentido son consecuencia de una falta de relación con Dios. Yo trato a personas adictas al sexo en Internet y casi todas ellas tienen problemas de relación con los demás. Por eso digo que los sacerdotes con este problema tienen un problema de pareja… con Dios. Y el yo es polimórficamente perverso. Cuando hay un problema, en todo caso hay que reconocer la dimensión patológica, y buscar ayuda profesional, sin avergonzarse por ello.

Traducción: Ricardo Benjumea.

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