La Santa Sede reacciona con firmeza ante los abusos del régimen de Pekín

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A comienzos de diciembre se celebró en Pekín la octava Asamblea de Representantes católicos chinos, convocada por las autoridades políticas del Régimen en un claro enfrentamiento con Roma, tras años de progresivo acercamiento. Ha supuesto una clara violación del derecho a la libertad religiosa, que se suma a la consagración del obispo de Chengde, forzada por el Gobierno contra la previa oposición romana. La Santa Sede ha reaccionado con un duro comunicado difundido por la Oficina de Prensa vaticana el pasado día 17.

La Santa Sede lamenta, ante todo, las fuertes presiones -también físicas- que recibieron numerosos obispos, sacerdotes y fieles, en plena comunión con Roma, para asistir a esa Asamblea, en contra de su voluntad. Refleja que, a pesar del tiempo transcurrido, Pekín no renuncia al “deseo persistente de controlar la esfera más íntima de la vida de los ciudadanos, es decir, su conciencia, y de interferir en la vida interna de la Iglesia Católica”.

Participación forzosa

La nota oficial del Vaticano no sólo lamenta, sino que se permite -algo poco frecuente dar cierta interpretación de lo sucedido: “parece ser un signo de miedo y debilidad, más que de fuerza, de una intolerancia intransigente y no de apertura a la libertad y al respeto efectivo tanto de la dignidad humana como de una distinción correcta entre las esferas civil y religiosa”.

El texto deja claro que la Santa Sede había hecho saber a todos, públicamente, que no debían participar en el evento. Por tanto, recuerda la responsabilidad de obispos y pastores ante Dios y ante la Iglesia: “también tendrán que hacer frente a las expectativas de sus respectivas comunidades, que tienen derecho a recibir de su propio pastor una guía segura en la fe y en la vida moral”.

Desde luego, como muchos obispos y sacerdotes se vieron obligados a participar, conducidos forzosamente por fuerzas policiales, la Santa Sede “condena esta grave violación de sus derechos humanos, en particular su libertad de religión y de conciencia”. A la vez, “expresa su más profunda estima por quienes, de distintas maneras, han dado testimonio de su fe con valentía e invita a los demás a orar, hacer penitencia y, a través de sus obras, a reafirmar su voluntad de seguir a Cristo con amor, en plena comunión con la Iglesia universal”.

En estas circunstancias, se impone a los fieles de China hacer un profundo ejercicio de examen y de humildad, de comprensión y paciencia. Y Roma exhorta a los pastores “a proseguir con valentía sosteniéndoles frente a las imposiciones injustas que encuentran en el ejercicio de su ministerio”.

Nombramientos inaceptables

En el plano jurídico, durante la Asamblea, fueron designados los responsables de la llamada Conferencia Episcopal y de la Asociación Patriótica Católica de China. Ese Colegio de Obispos Católicos de China no puede ser reconocido como Conferencia Episcopal por la Sede Apostólica, porque no admite a los obispos «clandestinos», no reconocidos por el Gobierno, que están en comunión con el Papa. Menos aún, cuando un obispo ilegítimo ha sido designado presidente de la Conferencia y uno legítimo al frente de la Asociación Patriótica, olvidando que la independencia es contraria a la doctrina de la Iglesia, “una, santa, católica y apostólica” desde los más antiguos símbolos de la fe. En su carta de 2007 a los fieles de China, el Papa Benedicto XVI recordó expresamente la incompatibilidad absoluta entre la doctrina de Roma y esa asociación controlada por el gobierno.

La nota de la Oficina de Prensa elogia el gran desarrollo de China, pero lamenta que no ponga en práctica “las exigencias de la libertad religiosa genuina, a pesar de que en su Constitución declara que la respeta”. Las últimas decisiones hacen “más difícil el camino de la reconciliación entre los católicos de las ‘comunidades clandestinas’ y los de las ‘comunidades oficiales’, con lo que inflige una herida profunda no sólo a la Iglesia en China, sino también a la Iglesia universal”.

«En China, no hay todavía libertad de religión”, escribió el cardenal Joseph Zen de Hong Kong, un estrecho colaborador del Papa Benedicto XVI, en un artículo publicado el 14 de diciembre en el sitio de la Unión de los católicos en Asia. Se refiere expresamente a la que considera una «acción destructiva» y lamenta «la desgracia para el país» que supone.

La oración por los cristianos chinos

Como era previsible, Pekín ha criticado duramente la protesta de Roma, que considera “peligrosa” y “dañina”. Un comunicado de la Oficina de Asuntos Religiosos presenta todo como una injerencia extranjera en los asuntos chinos.

Los católicos no consiguen adivinar por qué el gobierno sabotea el acercamiento entre la Iglesia oficial y las comunidades fieles al Papa. Anthony Lam, un investigador de Hong Kong, supone que se trata de una afirmación de poder dentro de la administración comunista. «La Oficina de Asuntos Religiosos quiere demostrar que controla la situación, que no ha cedido ante el Vaticano». Otros observadores sugieren el avance de una «línea de extrema izquierda» dentro del partido.

A pesar de tantas dificultades, los católicos chinos siguen empeñados en vivir su fe con serenidad. Según informaba la agencia Fides el día 21, “la fe, la evangelización, la caridad, la solidaridad, la promoción vocacional: sobre estos temas principales la comunidad católica china del continente está viviendo su camino de preparación para la Navidad. Hay varias iniciativas y eventos preparados para estos días, que dibujan un panorama general de cómo los católicos de China viven la espera del Señor”.

En fin, el texto del Vaticano subraya en sus últimas líneas que sigue siendo apremiante la invitación del Santo Padre “dirigida el 1 de diciembre de 2010 a todos los católicos del mundo para que recen por la Iglesia en China, que está atravesando un momento particularmente difícil”. Ya en la carta de mayo de 2007, manifestó su deseo de que el 24 de mayo, memoria de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos, que se venera con tanta devoción en el santuario mariano de Sheshan, en Shangai, fuese una jornada de oración por la Iglesia en China.

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