Uso y abuso de la sedación al final de la vida

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La sedación es, en principio, una práctica terapéutica nada sospechosa desde el punto de vista ético: se trata de evitar al paciente dolores derivados del estado de su enfermedad o de una intervención quirúrgica. Así fue al menos hasta hace apenas una década, cuando comenzó a hablarse de la sedación paliativa. Esta consiste en la sedación del paciente en estado terminal para aliviar síntomas refractarios, aquellos cuyas molestias no pueden ser aliviadas por medio de los medicamentos usuales.

Pero también se dan abusos de esta práctica. Paulina Taboada, directora del Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se pregunta, en un artículo publicado en Provida Press, si en algunos casos se está utilizando la sedación paliativa como una variante de la eutanasia.

La discusión terminológica

Paulina Taboada recoge una de las definiciones más utilizadas en la literatura médica sobre sedación paliativa: “La administración intencional de drogas para reducir la conciencia en un paciente terminal tanto como sea necesario para aliviar adecuadamente uno o más síntomas refractarios” (Claessens). Un primer problema que se plantea es la diversidad de prácticas que se incluyen bajo el nombre de sedación paliativa: sedación superficial o profunda, intermitente o continua, aplicada a síntomas físicos o a dolencias psíquicas… Una diversidad que dificulta emitir un juicio global sobre esta práctica.

Requisitos éticos

Los reparos éticos no tienen tanto que ver con la sedación paliativa en sí misma, una práctica terapéutica no reprobable, sino con los procedimientos y los fines con que se está aplicando. Así, Taboada señala que la sedación paliativa se pervierte cuando no se cumplen debidamente los procesos de entrega de información y de consentimiento.

Aunque la mayor desnaturalización de esta práctica se produce cuando el motivo que la anima ya no es terapéutico, sino que lo que se pretende es acelerar la muerte del paciente: “Es sabido que entre los riesgos del uso de sedantes en altas dosis están la depresión respiratoria y el compromiso hemodinámico, que pueden causar la muerte del paciente. Por tanto, un médico podría abusar de la sedación al indicar dosis de sedantes ostensiblemente más altas de las que se necesitarían para un adecuado control de síntomas, con la intención encubierta de acelerar la muerte; o cuando recurre a una sedación profunda en caso de pacientes que no presentan síntomas refractarios, con el objetivo oculto de afectar negativamente sus funciones vitales y causarle una muerte anticipada. Este tipo de abusos se conocen como ‘eutanasia lenta’ o ‘eutanasia encubierta’ y corresponden a actos éticamente inaceptables, que además están penados por ley en la mayoría de los países del mundo”.

Resulta curioso, sin embargo, que los países donde más se practica la ¿eutanasia lenta’ sean precisamente aquellos donde la eutanasia o el suicidio asistido están legalizados, tales como Holanda, Bélgica o Luxemburgo. En parte tiene que ver con que esta variante de la eutanasia permite saltarse gran parte de los trámites que exigen las fórmulas legalizadas.

Además del consentimiento informado del paciente o la necesidad de que los síntomas sean refractarios, Taboada señala otro requisito para la moralidad de la sedación terminal: que no se deje de alimentar o hidratar al paciente sedado. Al perder gran parte de su nivel de conciencia por el efecto de los sedantes, estos pacientes “suelen perder la capacidad de ingerir líquidos y nutrientes de forma espontánea […] Surge entonces la pregunta por la necesidad de implementar medidas de alimentación e hidratación médicamente asistidas”.

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