La crisis de los chicos y la escuela diferenciada

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Con el telón de fondo de la llamada crisis de los chicos en la escuela, resulta lógico que se discutan los modelos educativos que pretenden aportar una solución, entre ellos la educación diferenciada. Pero este debate se encuentra plagado de prejuicios, y cada cual sostiene que la suya es la posición no estereotipada.

Los defensores de la enseñanza diferenciada creen que sus detractores viven en el falso mito de la supuesta “segregación sexual” y del “machismo colectivo”, mientras que desde el otro lado se acusa a los promotores de la diferenciada de perpetuar “los roles sexuales tradicionales”. No obstante existe una diferencia importante: los favorables a la escuela diferenciada la creen absolutamente compatible con la mixta, cosa que no ocurre con sus detractores.

Michael Kimmel es un sociólogo norteamericano especializado en asuntos de género. En concreto sus estudios se han centrado en la crítica de “la vieja masculinidad”. El gobierno de Suecia, después de los últimos resultados sobre educación, le encargó un informe sobre las causas del menor rendimiento de los chicos.

El mismo título del epígrafe -”Are single sex schools the answer?”- denota cierta ignorancia de los argumentos esgrimidos habitualmente por los “sex separators”, como los llama Kimmel. La escuela diferenciada no se presenta como la respuesta, sino como una propuesta. No abogan por la desaparición de la escuela mixta, sino por legitimar otro modelo que -según el tipo de alumno y de su contexto- produce resultados realmente positivos, como de hecho reconoce Kimmel al comienzo del ensayo.

Sin embargo, el mismo autor no parece dispuesto a discutir esos argumentos. Prefiere tratar de deslegitimar históricamente el modelo single sex. De acuerdo con su interpretación, a principios del siglo XX una serie de intelectuales habrían caído en la cuenta de una peligrosa “feminización” de los chicos causada por la sobreprotección de las madres, la ausencia de la figura paterna -padres absorbidos por el trabajo- y un entorno escolar casi completamente copado por profesoras. Para contrarrestarlo, había que reforzar la masculinidad de los alumnos, incentivando sus aspectos más propios: bravuconería, competitividad, rudeza, etc.

Pero, si en algún momento estas fueron las ideas de los ideólogos de la educación diferenciada, desde luego no es el caso del movimiento actual.

Los chicos siempre serán chicos

Para Kimmel, los defensores de la escuela diferenciada se equivocan porque suponen que “los chicos siempre serán chicos”, lo que probablemente sea cierto, pero no en el sentido en que él lo plantea.

Como ejemplo de ese discurso supuestamente tópico y degradante, el autor recoge un texto de Leonard Sax, donde se describe el ambiente ideal en el que las chicas sacan un máximo partido a su aprendizaje, porque se sienten más a gusto. En él se dice de ellas que “tienden a ver al profesor como un aliado”, que una clase de chicas -que se lleven razonablemente bien- “es un lugar seguro, confortable y receptivo”. Añade que ellas tienen más facilidad para discutir un problema dentro de un modelo de aprendizaje cooperativo.

Pues bien, este texto supone una grave ofensa a los ojos de Kimmel. Y, según nos cuenta, cuando leyó el texto a sus alumnas, ellas también se sintieron agraviadas por este “insultante y condescendiente mensaje”. ¿Será que las alumnas de Kimmel no le ven como un aliado, y que su clase es un reñidero? Cabe preguntarse si de cualquier otro colectivo (los rubios, los altos, los zurdos…) se afirmara que tienen más facilidad para el trabajo cooperativo, ¿se sentirían agraviados?; o ¿qué pasaría si las cualidades atribuidas a las chicas fueran negativas?

Diferencias inter sexos e intra sexos

Según Kimmel, este tipo de discurso alimenta el falso tópico de que las chicas necesitan “algo distinto”, como si se les estuviera diciendo que no pueden competir con los chicos “en la misma arena”, es decir en la educación mixta.

Sin embargo, ese no parece ser el problema: las chicas han demostrado que en esa arena se mueven tan bien o mejor que sus compañeros. Además, los defensores de la diferenciada no pretenden que su modelo sea el mejor para todas las chicas o para todos los chicos, algo que sí pretenden quienes solo admiten la coeducación. Una pretensión que resulta contradictoria con su postulado de que las diferencias entre los chicos o entre las chicas -diferencias intra sexos, por así decirlo- son mucho más significativas que las diferencias inter sexos. Si entre los chicos y entre las chicas existe tanta diversidad, ¿no entra dentro de lo posible que a algunos les pueda beneficiar la educación diferenciada, o en eso resultan completamente homogéneos?

Lo que en realidad parece molestar a Kimmel y a otros “deconstructores de los roles tradicionales” es la mera aceptación de la feminidad o de la masculinidad como algo con características peculiares. Que alguien afirme que los chicos siempre serán chicos y que las chicas siempre serán chicas supone para el autor aceptar la derrota, porque “cuando lo dicen -los promotores de la diferenciada- quieren decir que los chicos están biológicamente programados para ser animales salvajes, depredadores”.

Pero, ¿pondrían tanto empeño los defensores de la diferenciada en educar a los chicos si realmente aceptaran que, hagan lo que hagan, sus alumnos se van a convertir en “animales salvajes”?

También hay chicos poetas

Otra objeción que se suele poner a la educación diferenciada es la de los elementos discordantes con el patrón de sexo: ¿qué hacer con un chico al que le guste la poesía o el arte y no encuentre alrededor más que compañeros primarios y bulliciosos?

Kimmel da a entender con estas preguntas que para que esas aficiones prosperen es necesario o muy conveniente el contacto en las aulas con las chicas. Es decir, que los chicos por sí solos no son capaces de desarrollarlas. Aparte de que esto contradice la historia de la literatura, llena de genios educados sin la convivencia con los del otro sexo en el ámbito escolar, resulta curioso que en este caso adjudicar a un sexo una desventaja no se considere un “estereotipo tradicional”, sobre todo cuando el autor se había sentido tan ofendido por una supuesta incapacidad de las chicas de “luchar en la misma arena” que los chicos.

Los que se oponen a la escuela diferenciada argumentan que la solución solo pasa por el contacto entre chicos y chicas, que acabará por derrumbar los prejuicios sobre cómo tiene que comportarse el hombre. El viejo modelo debe dar paso a una masculinidad “basada en una pasión por la justicia, un amor por la igualdad y la expresión de una paleta más rica de sentimientos”. Pero, ¿cuál de estas no debe ser asimismo una característica de cualquier personalidad femenina? En este planteamiento subyace una idea cercana al feminismo radical: ser una persona cabal está reñido de alguna manera con vivir una masculinidad igualmente cabal.

Al final da la impresión de que Kimmel ha escrito un informe para desarrollar sus propias ideas sobre la supuesta “nueva masculinidad” y no para estudiar las razones de la diferencia de resultados académicos entre chicos y chicas.

Los defensores de la escuela concertada no creen que haya que aislar a los chicos de las chicas. Pero sostienen que ese necesario contacto puede generar en algunos casos los efectos contrarios a los deseados, no solo académicos, si mayoritariamente se produce en un ámbito -el escolar- en el que a ciertas edades, por una conjunción de factores, ellos se van a sentir habitualmente como los perdedores. Para elevar eficazmente su autoestima, piensan, el reconocimiento y la valoración de su masculinidad no supone un obstáculo sino una ayuda.

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