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La conclusión esperanzada del Año Sacerdotal

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Roma. Sacerdotes de los cinco continentes se han reunido En Roma para celebrar la conclusión del año sacerdotal. Se cumplen 150 años de la muerte del Santo Cura de Ars, patrón de los párrocos. Su rostro preside la fachada de la Plaza de San Pedro. Han llegado sacerdotes que vienen como peregrinos, y otros que por motivos de estudio se encuentran en Roma y no han querido faltar a la cita. Roma ha quedado invadida por camisas negras y alzacuellos, a pesar del calor sofocante que sufre la Ciudad Eterna en estos días. Muchos turistas se quedan asombrados ante los 15.000 sacerdotes que llenan las cuatro basílicas de la ciudad: San Pedro, San Pablo Extramuros, Santa Maria la Mayor y San Juan de Letrán, y que recorren las calles con mochilas de todo tipo, sombreros y gafas de sol. Benedicto XVI ha pedido a los sacerdotes que se dejen guiar por la mirada del Santo Cura de Ars, “para comprender de nuevo la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal”.

El Santo Padre, visiblemente emocionado, fue recibido hacia las nueve y media de la noche con grandes aplausos de los presbíteros que llenaban la plaza de San Pedro. Una imagen jamás vista. En esta vigilia el Santo Padre ha querido agradecer, en estos momentos, a tantos sacerdotes que viven “apasionados por Cristo”. Respondiendo a las preguntas de cinco sacerdotes (uno por cada continente) el Santo Padre ha defendido la verdad del celibato “pues aunque por desgracia existen otros escándalos que oscurecen la gran verdad del sacerdocio, existe el otro gran escándalo, el escándalo del celibato, que es el gran signo de la presencia de Cristo en el mundo. Por ello debemos dar a conocer el verdadero escándalo de la fe en Jesucristo”.

“Es curioso -señaló el Santo Padre- cómo se critica el celibato en un mundo donde el matrimonio tampoco está de moda. Este rechazo es mirarse a sí mismos y rechazar el vínculo definitivo que nos une a Cristo de manera auténtica”. Los sacerdotes han de tener presente que “hablamos in persona Christi. El nos hace partícipes de su propio Yo y su Yo se transforma en nuestro yo”. El celibato, por ello, es la anticipación al mundo de la Resurrección, hecha posible por la gracia de Dios.

En el mundo de hoy, el celibato es incomprensible porque es un sí definitivo, es abandonarse a las manos y la voluntad de Dios. El sacerdocio, ha explicado el Papa en la noche del jueves, es un acto de fidelidad, una confianza y fidelidad que exige a su vez el matrimonio. La misma fidelidad que exige el matrimonio, lo exige a su vez el Sacramento del Orden.

Eran ya las once de la noche cuando comenzó la Adoración silenciosa al Santísimo, que presidió durante media hora el altar de la Plaza de San Pedro. Los doce mil sacerdotes, como una marea silenciosa, permanecieron de rodillas hasta que el Santísimo abandonó el altar y se dirigió a la Basílica.

La audacia de Dios

Miles de estolas blancas han concelebrado la misa de conclusión del Año sacerdotal, junto a la imagen del Santo Cura de Ars que preside la Basílica. En su homilía, el Santo Padre ha querido, lo primero de todo, señalar los objetivos que se querían alcanzar en este año sacerdotal: recordar “esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de los seres humanos, que es la mayor grandeza que se oculta en la palabra sacerdocio”, así como agradecer el hecho de que Dios “se confíe a nuestra debilidad”, y pedir que haya más vocaciones, una plegaria que es una llamada de Dios “al corazón de jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces”.

El Santo Padre ha reiterado su petición de perdón por los casos de abusos sexuales y ha prometido hacer todo lo posible para que no vuelva a suceder jamás. Por otro lado, ha explicado que “era de esperar que al enemigo no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes”. El término “el enemigo” es un modo tradicional en la Iglesia para referirse al diablo. El Santo Padre ha reconocido que considera lo ocurrido como una tarea de purificación, un nuevo trabajo que “nos acompaña hacia el futuro, y que nos hace reconocer y amar más aún el gran don de Dios”. En este año sacerdotal no se trataba de reconocer nuestros propios logros personales, sino de sentirnos agradecidos por el don de Dios, un don que se lleva en vasijas de barro.

Benedicto XVI ha exhortado a los obispos a ser más exigentes con sus propios presbíteros, pues “no hay amor [a la Iglesia] cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal, como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación, y la destrucción de la fe” construyéndonos una fe autónoma. Sin embargo, ha animado a los Pastores de la Iglesia a seguir adelante con su labor, ayudando a sus fieles a seguir a Cristo por los senderos difíciles.

Como conclusión de este Año sacerdotal, el Santo Padre ha pedido a los presbíteros que esta celebración se convierta en un vigoroso impulso para seguir viviendo con alegría, humildad y esperanza el sacerdocio, siendo “mensajeros audaces del Evangelio, ministros fieles de los Sacramentos y testigos elocuentes de la caridad”. Y les ha invitado a continuar aspirando cada día “a la santidad, sabiendo que no hay mayor felicidad que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas”.

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