Fútbol y cantares de gesta

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El triunfo del fútbol español en el Mundial de Sudáfrica ha acabado con la teoría de desaparición de los grandes relatos en la sociedad actual, por lo menos en la española. Por mucho que se hable del desencanto de la postmodernidad, un solo gol ha sido el detonante para que saltara la espita de un entusiasmo reprimido. De repente, vuelve el lenguaje de héroes, hazañas y epopeyas. En este mundo de ideologías moribundas y tradiciones fallidas, la vida vuelve a tener sentido y propósito.

El editorial de El País menciona que “unas acreditadísimas siglas económicas aseguran que el vencedor puede sumar hasta un 0,25% al PIB por el entusiasmo que el triunfo genere entre los consumidores”. La industria textil ya debe de haber notado el tirón, por lo menos las fábricas que ha vendido miles de metros de bandera nacional (esperemos que no la hayan hecho los chinos).

Conmoción afectiva

Sumida en la crisis económica y en las tensiones identitarias, “a España -afirma el editorial de El Mundo– le urgía reforzar su autoestima y poder airear sin prejuicios los símbolos nacionales, tanto tiempo guardados en el armario”. Y del armario pasaron a las ventanas, a las camisetas y a las pancartas. De pronto la bandera se convirtió en símbolo común, y la selección en el ejemplo de la unidad y del juego en equipo que el país necesita.

No hace falta ponerse lírico como el cronista del El Mundo: España “espera a los héroes que llegan de ultramar con las velas inflamadas por un viento distinto; velas rojas que cargan el viento del éxito…” Ni Colón ni Hernán Cortes a la vuelta de América se encontraron con este clima emocional. Pero da la impresión de que en un mes nos hemos sacudido el pesimismo histórico sobre nuestras realizaciones, y hasta los complejos de la Leyenda Negra. Y en este sentido se advierte una especial satisfacción por haber vencido precisamente a Holanda, por este triunfo en una “segunda Breda”, como escribe Raúl del Pozo en El Mundo. Así, millones de españoles, dice este columnista, se han visto “arrebatados por una conmoción afectiva, por el hecho de sentirse integrados en una nación capaz de hazañas”.

Como necesario contrapunto cabría recordar a Jorge Manrique: “Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos, / que en este mundo traidor,/ aun primero que muramos / las perdemos”. Quizá las perdamos en un próximo campeonato, pero siempre nos quedará la fama, tan apreciada también por Manrique, y el mérito de haber inscrito el nombre de España como octavo ganador del Mundial. No es el G-8, pero sin duda es mucho más emocionante.

El entusiasmo actual nos debe ayudar a mantener el reconocimiento internacional de la marca España, obtenido ahora a través del fútbol y que habría que prolongar por el buen hacer en otros campos. Pues basta recordar el caso de Argentina, gran creadora de mitos en momentos de exaltación, que pasó de proclamarse campeona del mundo en 1978 al corralito y al impago de la deuda en 2001.

Contagio del lenguaje religioso

Pero resulta raro hablar ahora del carácter pasajero de triunfos y derrotas -esos “dos impostores”, que decía Kipling-, cuando aquí todo el mundo ha desempolvado la eternidad: “De aquí a la eternidad” (El Mundo), “Un gol de Iniesta para la eternidad” (El País), “España se hace eterna” (ABC)…

Y es que se advierte un inesperado contagio del lenguaje religioso en esta España que suponíamos ya laica y secularizada. Puestos a encomiar las gestas y los triunfos de nuestros futbolistas, hasta un periódico como El País, que a diario da lecciones de laicismo, recurre a comparaciones religiosas: “Una oda a la alegría, la que despierta en el vencedor esta misa pagana que es el fútbol”; “un gol de reclinatorio”; “desde ayer el fútbol también está en el paraíso”; “el éxtasis de la victoria”… Por favor, un respeto a la separación constitucional entre el estadio y el altar. Hay aquí materia para que el gobierno ponga orden con la anunciada Ley de Libertad Religiosa.

Y no solo religión, también superstición. Porque, entre bromas y veras, hasta la prensa más solemne ha sacado las fotos del pulpo adivino, como nuevo oráculo de Delfos que nos vaticinaba un destino victorioso.

Pero, además, el triunfo de España no es una recuperación de la visión tradicional de nuestro fútbol, a base de coraje e individualismo. No. Le Monde puede seguir amarrado al tópico de “la furia española”, pero ahora estamos en otra galaxia, en el fútbol de una España modernizada y técnica, que exhibe eficacia e innovación. “Esplendor en la hierba”, como titula el editorial de El País. Se trata -dice- de una “construcción de belleza, acierto, atlético blindaje ante el adversario y resolución para la victoria…”. Y luego dirán que la economía española carece de competitividad. ¿Qué fue de la maquinaria de precisión alemana? ¿Qué de la cuenta naranja holandesa?

Si de aquí no sale un gran relato que vertebre a la España moderna, es que los rapsodas están prejubilados.

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