Opiniones, ciencia y manifiestos ante el aborto

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Como todos quieren tener de su parte a la ciencia, a veces se la usa como ascua para sardinas que no le corresponde asar. Por ejemplo, una cuidadosa selección de expertos bendice como sustentado en los conocimientos actuales lo decidido de antemano por motivos políticos. Así ha hecho el gobierno español con su comité sobre la reforma de la ley del aborto.

El dictamen del comité de expertos fue puesto en evidencia por el reciente “Manifiesto de Madrid” (cfr. Aceprensa, 17-03-2009), suscrito inicialmente por unos trescientos científicos y profesores españoles, y que a esta fecha ya ha recibido dos mil adhesiones, según los promotores. El primero de los doce puntos de ese texto afirma: “Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación”. A continuación se detalla: “la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad”.

Los siguientes puntos exponen sumariamente cómo la fusión de los gametos en una “nueva y singular” combinación de los genes maternos y paternos, que desde entonces actúan como “centro coordinador del desarrollo”. Así, el embrión primero y luego el feto, o sea el ser humano en sus primeras fases, va desplegando su constitución biológica original, que mantendrá hasta el final de su vida.

Ahora otro grupo de científicos, también de España, ha contraatacado en una declaración, dada a conocer el 26 de marzo, con que pretenden “salir al paso de la creciente utilización ideológica y partidista de la Ciencia y la investigación científica en relación al debate suscitado en torno al anteproyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo”.

El contramanifiesto, en el que aparecen diecisiete firmas, primero se expresa de modo similar al de los otros científicos: “Los datos científicos disponibles sobre las etapas del desarrollo embrionario son hechos objetivables, cuya interpretación y difusión han de estar exentas de influencias ideológicas o creencias religiosas”. De ahí que no se deba adornar con la vitola de científico “opiniones sobre las que ni la Genética, ni la Biología Celular ni la Embriología [las tres mismas disciplinas invocadas por el “Manifiesto de Madrid”] tienen argumentos decisorios”.

Del pasado remoto

Pero resulta que una opinión de esas es el inicio de la vida humana. “El momento en que puede considerarse humano un ser no puede establecerse mediante criterios científicos; el conocimiento científico puede clarificar características funcionales determinadas, pero no puede afirmar o negar si esas características confieren al embrión la condición de ser humano, tal y como se aplica a los individuos desarrollados de la especie humana. Esto entra en el ámbito de las creencias personales, ideológicas o religiosas”.

Tal declaración parece venida del pasado remoto. Desde el siglo XX se sabe que cada especie se distingue por su dotación genética, cifrada en el ADN. En nuestros días se ha logrado describir el genoma completo del hombre y algunas otras especies. Si se encuentran restos de cualquier tejido (sangre, cabello, piel…) adheridos a un objeto, el examen del ADN permite determinar de qué especie es el propietario, y hasta quién es si se dispone de muestras tomadas directamente de él mismo.

Por eso tales análisis sirven como pruebas de cargo o descargo en los juicios. El inculpado no puede alegar que el genoma hallado en el escenario del crimen podría ser de otro, o que casualmente coincide con el que él tiene ahora, pero no con el que tenía cuando se produjeron los hechos. Pues todas las células de un individuo llevan siempre el mismo e irrepetible genoma, recibido de la primera (el cigoto), formada por la fusión de los gametos en la fecundación.

Por eso decía el profesor Jerôme Lejeune que si un estudiante de biología no fuera capaz, examinando los cromosomas de una célula embrionaria, de decir si es humano o no el ser del que fue tomada, suspendería el examen. Ahora, los firmantes del contramanifiesto adjudican estas conclusiones de la genética al ámbito de las creencias, como si pudiera ser materia de fe lo que muestra la secuencia del ADN.

De todas formas, lo relevante a efectos de la ley del aborto no es el “momento” exacto en que termina el proceso de fecundación (dura alrededor de un día desde la penetración del espermatozoide en el óvulo) y la nueva célula resultante de la fusión de los gametos es ya un ser humano, un organismo individual capaz de desarrollarse. La gran mayoría de los abortos se realizan dentro del plazo en que se quiere dar vía libre (12 semanas), cuando el concebido ya presenta apariencia externa humana y su cerebro provoca movimientos espontáneos (6-7 semanas de gestación), se distinguen sus manos y pies (8 semanas), tiene reflejos y cuerdas vocales con las que puede emitir sonidos (10 semanas), son detectables los latidos del corazón (12 semanas).

Los firmantes habrían estado más acertados si hubieran dicho que la ciencia no puede decidir por sí sola las respuestas morales, jurídicas y políticas ante el aborto. Pero eso no significa que sobre esa materia solo quepa tener “ideas y creencias” -como ellos dicen-, y en función de ellas adoptar “posturas personales frente a cualquier iniciativa legislativa”. Habría más luz en el debate si todos, como pretende el “Manifiesto de Madrid”, procuráramos tener una “postura informada”.

Los científicos, como cualquiera, tienen sus propias opiniones sobre el aborto. Pero los del “Manifiesto de Madrid” dan razones basadas en datos para justificar las suyas. Los del contramanifiesto no se arriesgan a criticar esos datos, sino que visten sus opiniones favorables al aborto con sus membretes científicos.

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