Epidemia de sida, en África como en Washington

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Hay un tipo de periodista occidental que cuando va en el avión del Papa en dirección a África ya tiene una pregunta preparada, que a su juicio resume todo el viaje: ¿por qué la Iglesia no bendice el preservativo para luchar contra el sida que causa tantas muertes en África? Si el Papa da una respuesta con matices, en la que hace ver que la prevención del sida exige cambios de conducta más profundos sin los cuales el mero uso del preservativo no mejorará la situación, este periodista solo retendrá una idea: la Iglesia rechaza el preservativo para combatir el sida, y a partir de ahí ejercerá su derecho a escandalizarse en titulares.

La escena ha vuelto a repetirse en el viaje de Benedicto XVI a Camerún y Angola. Lo que el Papa dijo es que “no se puede resolver este flagelo simplemente con la distribución de preservativos; al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema. La solución solo se logrará actuando en dos frentes. El primero es una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que lleve consigo un nuevo modo de comportarse una persona con otra. En segundo lugar, una verdadera amistad, sobre todo con las personas enfermas: la disponibilidad, incluso con sacrificios y con renuncias personales, a estar con los enfermos. Estos son los factores que ayudan a progresos visibles”. Y señaló cómo la Iglesia católica está absolutamente presente en esta lucha contra el sida, con su servicio a los enfermos.

Para los críticos de esta postura, todo lo que no sea distribuir condones es “irrealista y poco eficaz”. Pero no da la impresión de que sean condones lo que más escasee en África. Uno de los enviados al viaje reconocía que en Yaoundé era más fácil comprar preservativos muy baratos que disponer de agua, pues el agua había estado cortada durante varias horas. Y otros observadores señalan que en los dispensarios médicos de bastantes zonas sobran preservativos, y en cambio no disponen de antibióticos ni de aspirinas. Otra cosa es la calidad de esos preservativos, que no es precisamente la misma en Washington que en una aldea africana del interior.

Tasa superior a la de África Occidental

Pero tampoco en Washington los preservativos han sido la panacea para la prevención del sida. Según un informe hecho público en estos días por las autoridades sanitarias del distrito de Washington, un 3% de los habitantes está infectado por el VIH, lo que supone haber sobrepasado el umbral del 1% que define una “generalizada y severa” epidemia.

“Nuestra tasa es superior a la de África Occidental”, ha dicho Shannon L. Hader, directora del programa sobre el sida en el distrito. “Está a la par de las de Uganda y de algunas partes de Kenia”. Washington D.C. tiene la tasa más alta de infección de EE.UU. Además, las autoridades reconocen que probablemente sea mayor, ya que las estadísticas solo han tenido en cuenta a la gente que se ha hecho la prueba para la detección del VIH.

Tampoco en Washington el problema parece ser el acceso a los preservativos. De hecho, hay un programa de distribución gratis de condones, que el año pasado proporcionó 1,5 millones de unidades. A pesar de todo, se registra un aumento del 22% de infectados desde 2006, en todos los modos de transmisión.

Según el informe, el sexo entre homosexuales sigue siendo la principal fuente de contagio. Con la sensación de que el sida ya no es una enfermedad mortal, están tomando menos precauciones. Le sigue de cerca el contagio por relaciones heterosexuales, aunque sería más exacto añadir promiscuas. Pues, según otro estudio sobre las relaciones heterosexuales en el distrito hecho por la Escuela de Medicina de la George Washington University entre 750 participantes, casi la mitad de los encuestados reconocen haber tenido varias parejas sexuales simultáneas en los últimos doce meses. Tampoco queda lejos el contagio por drogas intravenosas, aunque el dinero del contribuyente se emplea desde 2007 para la distribución de jeringuillas, con la idea de la “reducción de daños”.

A partir de estos datos, cabe pensar que sería muy sano en Washington lograr esa “humanización de la sexualidad”, que propugna Benedicto XVI.

La situación de Washington, como la del África Occidental, indica también que la lucha contra el sida va muy unida a la lucha contra la pobreza. Entre los encuestados en el estudio de la George Washington University, el 60% dice ganar menos de 10.000 dólares anuales, un porcentaje similar no ha estado nunca casado y un 43% están desempleados. Son situaciones que, como en África, no se arreglan con preservativos.

Cuando el único cambio que se propugna es el uso de preservativos, puede ser la excusa para soslayar los cambios de conducta que exige una vida sana. En unas declaraciones recogidas en este viaje por John Allen para el National Catholic Register, la doctora Vanessa Balla, de Yaoundé, explica su experiencia: “Con condones, la gente piensa que puede hacer lo que quiera. Les anima a tener conductas sexuales de riesgo”. Balla insiste en que la solución a la crisis “no son los condones, sino el cambio de conducta”.

Es un criterio que sirve tanto para África como para Washington. Lo que no se entiende es por qué le preguntan al Papa por el sida cuando viaja a África y no cuando va a EE.UU.

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