Lo que Benedicto XVI pensaba decir en La Sapienza

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Doscientas mil personas -una cifra récord- se reunieron el 20 de enero en la plaza de San Pedro para acompañar al Papa en el tradicional Angelus dominical. La multitud de fieles expresaba de este modo su apoyo a Benedicto XVI en esta semana después de que se viera obligado a anular su visita a la Universidad de La Sapienza.

“Por desgracia -afirmó el Papa-, como es sabido, el clima que se había creado ha hecho inoportuna mi presencia en la ceremonia. A pesar mío, desistí de acudir a la invitación, pero de todos modos he querido enviar el texto que había preparado para esa ocasión. Con el ambiente universitario, que durante largos años fue mi mundo, me unen el amor por la búsqueda de la verdad, por el diálogo franco y respetuoso de las respectivas posiciones”.

Al inicio de la que iba a ser su intervención en el ateneo romano, Benedicto XVI explica su concepción de la institución universitaria: “Pienso que puede decirse que el verdadero e íntimo origen de la Universidad está en el anhelo de conocimiento que es propio del ser humano, que quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere verdad (…). Es este el impulso con el que ha nacido la Universidad occidental”. Una gran empresa en la que se ve enseguida implicado el espíritu cristiano: “El interrogarse de la razón sobre Dios, sobre la naturaleza y el sentido del ser humano, no significaba -para los cristianos- ausencia de religiosidad, sino que muy al contrario formaba parte de su modo de ser religioso”. Su concepto de religión incluye la “búsqueda fatigosa de la razón por alcanzar el conocimiento de la verdad” y por ello “podía, es más, debía, en el ámbito de la fe cristiana, del mundo cristiano, nacer la Universidad”.

Al referirse a ese proceso de búsqueda de la verdad, el Papa aclara que “la verdad significa más que el saber: tiene como objetivo el conocimiento del bien”. No se trata tampoco de una verdad simplemente teórica. La Universidad nació con vocación práctica, con el deseo claro de atenerse a la realidad y resolver problemas de la existencia cotidiana. Explica Benedicto XVI cómo las primeras cuatro facultades de la Universidad medieval (medicina, jurisprudencia, filosofía y teología) buscaban siempre esa correlación entre teoría y praxis. En este punto, destaca el Papa el papel que el medievo otorga a las facultades de filosofía y teología: “A ellas les era confiada la investigación sobre el ser humano en su totalidad, y con ello el tener siempre viva la sensibilidad por la verdad (…), no permitir que el hombre se distraiga en su búsqueda de la verdad”.

En los tiempos más recientes, la Universidad se enriquece con nuevos ámbitos del saber (las ciencias naturales, la investigación histórica, las humanidades…). “El peligro del mundo occidental -alerta el Papa- es que el hombre, precisamente a la vista de la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad”, cediendo a la “tensión de los intereses y el atractivo de la utilidad” y considerando estos como criterio último.

Semejante situación tiene unos efectos devastadores sobre la filosofía y la teología: “Existe el peligro que la filosofía, no sintiéndose capaz de cumplir con su verdadera ambición, se degrade en positivismo; y que la teología (…) venga confinada a la esfera privada de un grupo más o menos grande”. De ocurrir esto, “la razón se vuelve sorda al gran mensaje que le viene de la fe cristiana y se reseca como un árbol cuyas raíces no alcanzan ya las aguas que le dan vida (…). Aplicado a la cultura europea, esto significa que si ésta quiere autoconstituirse solamente sobre el círculo de sus propias argumentaciones lo que en un momento dado le convence, y -preocupada por su laicidad- se separa de las raíces de las que vive, entonces no llega a ser más razonable y más pura, sino que se descompone y se hace añicos”.

Ante este panorama, Benedicto XVI se plantea: ¿qué puede decir el Papa a la Universidad? “Sin duda -afirma-, no debe buscar imponer a los demás la fe de modo autoritario”, sino más bien “mantener siempre despierta la sensibilidad por la verdad; invitar de nuevo a la razón a ponerse a la búsqueda de la verdad, del bien, de Dios y -en este camino- animarla a apreciar las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y ver así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro”.

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