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¿Por qué este y no el otro?

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La entrega en Estocolmo del Premio Nobel de Literatura despierta siempre la pregunta de qué criterios se siguen para atribuirlo. ¿Estéticos? ¿Políticos? ¿Cómo han cambiado a lo largo de los años? Kjell Espmark, presidente del Comité Nobel de 1988 a 2005, ha intentado explicarlo en el libro El premio Nobel de Literatura (Ed. Nórdica).

“A lo largo del siglo transcurrido desde que se entregó por primera vez el premio Nobel de Literatura en 1901, se han acumulado las preguntas de una forma que carece de equivalencia en los premios científicos. ¿Por qué Sully Prudohmme, Rudolf Eucken, Grazia Deledda y Pearl Buck? ¿Por qué no Tolstói, Ibsen, Proust, Kafka y Joyce”. ¿Y por qué J.M. Le Clézio?, podemos añadir.

“La respuesta a tales preguntas -continúa escribiendo el sueco Kjell Espmark, autor de este ensayo y presidente del Comité Nobel de 1988 a 2005- está en un material que se guarda en el archivo de la Academia Sueca, declarado confidencial durante cincuenta años”. Este libro es una edición ampliada y revisada de El premio Nobel de Literatura, que apareció por vez primera en 1986.

El testamento de Alfred Nobel

Parte Espmark de las instrucciones que Alfred Nobel dispuso en 1895, donde decía que se debe premiar a quien “haya producido lo mejor en sentido ideal”. Y aquí, en la interpretación del testamento, reside uno de los principales problemas del premio Nobel. Espmark dedica una buena parte de este estudio a analizar las diferentes interpretaciones estéticas que se han dado a lo largo del siglo XX a esta orientación.

En los primeros años el premio Nobel recayó en un grupo de escritores que basaron su literatura en una estética de inspiración clasicista. En esta primera etapa es muy importante el papel que desempeña Carl David af Wirsen, secretario perpetuo de la Academia Sueca durante casi treinta años. En estos años, en los dictámenes se habla de que la literatura debe perseguir “un ideal elevado y puro”, asentado en los valores del cristianismo. Esta tendencia estética lleva consigo el rechazo de toda ideología determinista o fatalista y la defensa implícita de la inviolabilidad del Estado, la soberanía del monarca y “el ardiente amor a la patria”.

Este “realismo ideal”, que procede de la estética idealista alemana, con Goethe como máximo ejemplo, dominaba la literatura occidental teórica y práctica. Por eso se rechaza la candidatura de Tostói, a pesar de reconocer su valía como escritor: sus libros no encajan en los valores estéticos del clasicismo. Y por motivos semejantes se rechazan el naturalismo y la literatura de crítica social (como la de Zola).

Neutralidad literaria

Esta postura estética sufre importantes cambios a raíz de la muerte de Wirsén. En primer lugar, se abre la puerta a literaturas no europeas (en 1913 se concede el premio a Rabindranath Tagore). Luego, se intenta que el premio no sea un sucedáneo del “ministerio de exteriores”. Pero la nueva etapa choca con la dura realidad que impone la Primera Guerra Mundial.

Con el testamento de Alfred Nobel en la mano, el premio opta por la “neutralidad literaria” y se apuesta por un tipo de literatura que no necesariamente esté vinculada a la herencia clásica y cristiana. En esos años, en los dictámenes se habla de promover una literatura “de humanidad universal”.

Una estética de alcance universal

Tras la Primera Guerra Mundial el premio entra en una fase de ruptura con los primeros años. Epmark define esa década como el predominio de la “humanidad cordial”, lo que permite abandonar “una exigencia idealista con restricciones confesionales” y optar por una “visión humanista formulada de modo más general”. Aunque todavía los premiados se mueven en la órbita de una estética de corte clasicista, “han desaparecido todas las exigencias de una concepción teísta de Dios”, con sus lógicas implicaciones sobre la visión de la vida y la sociedad.

En los años treinta se ve claramente cómo se sigue avanzando en esta tendencia estética. Epmark titula este capítulo “Para el lector normal”, resumiendo así lo que persigue la Academia Sueca en esos años: premiar a escritores que practiquen la estética del gran estilo y de la accesibilidad general. El premio adquiere un carácter más universal en detrimento de la calidad literaria. Se premia a escritores de éxito, asequibles (como Pearl S. Buck, John Galsworthy, Sinclair Lewis).

La época de los pioneros

La situación crítica generada por una visión popular y comercial de la literatura cambió radicalmente a partir de 1946. Como escribe Epmark, “la posguerra marca una ruptura bastante radical con la política del premio de la época anterior”. Y define esos años, hasta 1960, como “la época de los grandes pioneros” (Hesse, Gide, Eliot, Pasternak y, sobre todo, Faulkner, entre otros), donde se destaca el carácter innovador de sus literaturas. Con estos premiados se tiene la “idea de poner de relieve una producción importante pero desconocida para un público amplio”.

En las décadas posteriores el premio Nobel, a su manera, reacciona también contra el comercialismo que domina la industria editorial. Por eso, dirigen su atención a autores que no están suficientemente considerados. “¿De qué sirve, se pregunta el jurado, abrir las puertas de par en par galardonando best-sellers internacionales?”. Para Epmark, estos años son duros, pues los premiados no cuentan en muchos casos con el apoyo de la opinión pública internacional.

Y ya con el final de siglo el premio ha vuelto a adquirir una dimensión universal difícil de conseguir en etapas anteriores. Ahora hay un mayor conocimiento de la literatura internacional y se disponen de más medios críticos para conocer con profundidad la literatura que se hace en otros continentes y latitudes. Sin embargo, sigue siendo complicado este asunto, pues la mayoría de los escritores de estos países no forman parte de la comunicación global y, además, no es fácil que se entiendan fuera de su entorno. Y en estos países falta una estructura literaria que fomente los estudios y las traducciones. La orientación eurocéntrica sigue dominando, pues, aunque se premie a escritores de otros continentes.

Efectos políticos

En su estudio, Epmark aborda también otras cuestiones que suelen salir a colación cuando se quiere criticar al premio Nobel. Por ejemplo, sus repercusiones políticas. Epmark defiende la integridad literaria del premio, la autonomía e independencia de la Academia Sueca (que ocupa una situación autónoma respecto al Estado y al gobierno). Sin embargo, no oculta, porque es inevitable (se vio especialmente cuando se concedió el premio a Pasternak, Solzhenitsin y Gao Xingjian), que “todos los premios son políticos en sus efectos, aunque no es su intención”. Sobre todo, porque la elección de un premiado “no es una ocurrencia de un año sino el resultado de reflexiones hechas a lo largo de un cierto tiempo”.

Lo cierto es que el jurado del premio literario más importante del mundo no lo tiene fácil. Las presiones son muchas, lo mismo que las limitaciones. Y la polémica siempre está al acecho. Para complicar todavía más las cosas, hay que añadir que estamos hablando de literatura y de ideas estéticas, sobre las que resulta complicado ponerse de acuerdo. En 2008 el premiado Le Clézio no ha levantado grandes pasiones, pero esa es también otra de las misiones del Nobel: apoyar a los escritores minoritarios.

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(1) Kjell Espmark. “El premio Nobel de Literatura”. Nórdica. Madrid (2008). 363 págs. T.o.: Litteraturpriset-Hundra ar med Nobles Uppdrag. Traducción: Marina Torres.

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