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Debate sobre la posible conversión de Antonio Gramsci al cristianismo

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Roma. La presunta vuelta al cristianismo, en el lecho de muerte, de Antonio Gramsci (1891-1937), fundador del Partido Comunista Italiano, ha ocupado numerosas páginas de la prensa italiana en la última semana. En realidad, no existen documentos que certifiquen tal conversión, sino varios relatos -de hace unos decenios- que fueron rememorados por el arzobispo Luigi de Magistris, penitenciario emérito de la Santa Sede, en el curso de la presentación del primer catálogo internacional de estampas de santos.

Según esos relatos, en los largos meses que pasó ingresado en la clínica romana Quisisana, que concluirían con su muerte, el 27 de abril de 1937, Gramsci mantuvo junto a sí una estampa de Santa Teresa de Lisieux. Además, durante su última Navidad quiso besar la imagen del Niño Jesús que las monjas que atendían la clínica ofrecían a los enfermos y que, en un primer momento, no llevaron a su habitación hasta que el propio Gramsci lo pidió. Las fuentes citadas por De Magistris son dos testigos presenciales: sor Gertrude, de origen suizo, y otra monja, hermana de monseñor Giovanni Maria Pinna, que fue secretario de la Segnatura Apostólica.

A diferencia de los testimonios anteriores, monseñor De Magistris habló explicitamente de conversión. Esas declaraciones crearon una amplia polémica periodística en el curso de la cual se desempolvó la documentación publicada en 1977 por el jesuita Giuseppe Della Vedova en la revista Studi Sociali. En dos artículos, el religioso ofrece testimonios de otras de aquellas monjas de la clínica, en los que subrayan la atención de Gramsci por la religión. Una de las religiosas, sor Piera Collini, era la tía del jesuita. Las otras son Angelina Zürcher (que relata una frase de Gramsci: “madre, rece por mí porque siento que estoy al final” y “ayúdeme a rezar porque estoy agotado”) y Palmira Petretti (que rememora una escena en la que vio a Gramsci ante la puerta abierta de la capilla mirando fijamente al sagrario).

Della Vedova recoge también una entrevista con monseñor Giuseppe Furrer, que fue capellán de la clínica desde 1935 a 1938. Este sacerdote le confió que visitaba a Gramsci periódicamente y, cuando podía el enfermo, conversaban largamente. En palabras de Furrer, Gramsci “mostraba un conocimiento profundo de los Padres de la Iglesia, especialmente de Agustín, y también de Tomás [de Aquino]”. Cada visita concluía con el rezo, por parte del capellán, de un padrenuestro, un avemaría y la bendición.

Sobre el momento de la muerte, el sacerdote afirma que acudió en seguida a la habitación y que, a pesar de las protestas de la cuñada Tatiana, desde el umbral rezó por el moribundo y le roció con agua bendita. Gramsci estaba ya muy rígido y no abrió los ojos en su presencia. Preguntado sobre por qué no le impartió los últimos sacramentos, pues se trataba de una persona bautizada, el sacerdote respondió que no lo hizo por respetar la voluntad del paciente, pues siempre que le habían ofrecido los sacramentos había respondido: “no es que no quiera, es que no puedo”.

A algunos observadores ha llamado la atención la presencia de la estampa de santa Teresa de Niño Jesús, que se proclamó “hermana de los ateos”, en la habitación del enfermo. Hasta aquí lo que se puede relatar de un caso sobre el que no hay otras pruebas a favor de la conversión que las mencionadas. En realidad, nunca sabremos lo que pasó por el alma de Antonio Gramsci en sus últimos momentos. Sin embargo, lo que sí parece evidente es que el fundador del Partido Comunista Italiano, que llegaría a ser el más importante de occidente, no era un militante anticlerical. Su actitud ante la religión católica era bastante distinta del radicalismo que hoy parece más en boga.

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