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El aborto aumenta el riesgo de problemas mentales

publicado
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Según un estudio neozelandés publicado en el «Journal of Child Psychology and Psychiatry», cuando una mujer joven aborta, se incrementa significativamente el riesgo de padecer problemas mentales. Según los investigadores, el 42% de las mujeres que se habían sometido a un aborto antes de los 25 años experimentaron una depresión en los cuatro años siguientes.

El estudio (1) está dirigido por David Fergusson, psicólogo y epidemiólogo. Los datos del estudio están tomados del seguimiento de una cohorte de 1.265 niños desde que nacieron en Christchurch (Nueva Zelanda) en 1977. Los investigadores comprobaron que el 41% de las mujeres que permanecían en la cohorte habían quedado embarazadas antes de cumplir 25 años y que el 14,6% habían abortado.

Aquellas que habían abortado tenían una tasa significativamente mayor de problemas mentales. Esa tasa del 42% de depresiones casi duplica la de las mujeres de la misma edad que nunca han estado embarazadas y es un 35% más que las que decidieron seguir adelante con el embarazo. Otros problemas detectados, aparte de la depresión, son ansiedad, tendencias suicidas y abuso de alcohol o drogas.

Fergusson, que se declara ateo y partidario del aborto, dice que él ha sido el primer sorprendido por los resultados, pero que hubiera sido una grave «irresponsabilidad científica» no publicarlos, a pesar de que pudieran provocar controversia. «Por hacer un paralelismo, si hubiéramos descubierto un efecto secundario negativo de un medicamento, tendríamos la obligación ética de publicarlo», dice. No obstante, no ha sido fácil: «Tuvimos que acudir a cuatro publicaciones, lo cual es insólito pues normalmente aceptan nuestros estudios a la primera», afirma el profesor («The New Zealand Herald», 5-01-2006).

Al parecer, es frecuente que los investigadores que trabajan en la relación entre aborto y salud mental tengan una perspectiva favorable a la vida y sean acusados de llegar a conclusiones basadas en «pruebas poco sólidas o en sus creencias religiosas». «Nadie puede acusarme de eso -dice Fergusson-; estoy a favor del aborto pero es probable que haya revelado unos datos que favorezcan la perspectiva pro-vida. No actúo al dictado de intereses ideológicos: hago lo científicamente posible con un problema difícil».

El equipo reconoce que no esperaban encontrar ninguna relación entre aborto y enfermedades mentales, pero ha sido al revés. Si no han esquivado el fuego de las críticas ha sido porque la salud de la mujer está en juego. «Es escandaloso que una operación quirúrgica que se realiza en una de cada diez mujeres esté tan poco estudiada y evaluada», afirma Fergusson.

Una de las críticas al estudio es que no es totalmente concluyente. Esto irrita al profesor: «Nada en la ciencia es totalmente concluyente: es acumulativo. Nuestro estudio demuestra una fuerte relación entre someterse a un aborto y padecer una enfermedad mental», concluye. Fergusson mantiene que los resultados no pueden discutirse alegando que esas mujeres tenían ya problemas mentales. «Sabíamos qué personas tenían esos problemas antes de que estuvieran embarazadas. Hemos tenido en cuenta su contexto social, educación, etnia, la salud mental previa, el haber sufrido abusos sexuales y otros factores». El estudio continuará el próximo año, para averiguar más detalles sobre la influencia del aborto.

En Nueva Zelanda se realizaron 18.211 abortos en 2004, el 98% por riesgo de la salud mental de la mujer. Pero el estudio ahora publicado pone en cuestión precisamente que el aborto pueda mejorar la salud mental. Un paso más en el razonamiento del profesor le lleva a que la idea de que el embarazo puede provocar riesgo para la salud mental está «basada en conjeturas». Nadie ha examinado la relación entre coste y beneficios. «Si la legislación se basa en razones sanitarias, se debe estudiar más a las mujeres que han abortado», concluye.

______________________(1) «Journal of Child Psychology and Psychiatry», vol. 47, n.º 1, enero 2006, pp. 16-24.

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