Penelope Leach pide dar prioridad al interés de los niños

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El último libro de la psicóloga británica

La psicóloga británica Penelope Leach es famosa en el mundo anglosajón por sus libros y programas de televisión sobre los niños. Si tuviera que escoger una palabra para resumir su último libro (1), optaría por el término tiempo. De una forma u otra, a lo largo de todas estas páginas la autora insiste de mil maneras diferentes en que lo que los niños necesitan es el tiempo de sus padres, el tiempo para crecer, el tiempo para disfrutar de su infancia… Leach hace numerosas críticas respecto al trato que reciben los niños en la sociedad anglosajona. Sociedad que ha convertido el desarrollo y educación de los niños en una auténtica carrera, cuando este es un proceso que irremediablemente necesita tiempo.

Los temas que trata son muchos -tal vez demasiados-, pero todos ellos intentan responder a las preguntas que inicialmente se hace la autora: ¿Qué tendencias occidentales modernas son perjudiciales para los niños? ¿Cómo pueden distorsionar la teoría y la práctica los aspectos más conflictivos en la relación padres-hijos? ¿Cómo lo podemos mejorar en la práctica?

A raíz de estas tres cuestiones, Leach va realizando un minucioso análisis -los datos y los ejemplos que proporciona resultan abrumadores- de la situación anglosajona. Realidad que en muchos aspectos es equiparable al resto de los países occidentales y en otros no, lógicamente.

La autora parte de la idea de que los niños necesitan atenciones intensivas, personalizadas y duraderas. Y al hablar de niños no se refiere sólo a bebés, o a la primera infancia… sino a todo el proceso de desarrollo hasta que el niño llega a ser adulto. Es decir, de un modo u otro, cada persona necesita lazos afectivos duraderos para poder crecer emocionalmente estable. «Los niños pequeños necesitan crecer con un pequeño y reconocible número de adultos y en pequeños entornos que se puedan abarcar» (p. 316).

En el siglo XX hemos avanzado mucho técnicamente, pero humanamente dejamos todavía mucho que desear. Nuestros hijos crecen, sin duda, físicamente sanos, pero la desestabilización emocional se ha acentuado; y la relación afectiva es una necesidad para la salud y para el desarrollo apropiado. Por ello es imperiosa la necesidad de un reajuste de la función de padres.

Es preciso volver a crear auténticas familias duraderas, no familias en las que los miembros esenciales van cambiando a veces con una asombrosa facilidad. Debemos volver a convencernos de que educar a un hijo es una actividad creativa y única, en la que «los profesionales pueden ser útiles para los padres, pero no podrán nunca reemplazarlos porque, aunque saben mucho de niños en general, no saben nada acerca de este niño en particular» (p. 112). Cada padre debe tener claro el papel que le toca: «Cuanto más seguros estén un hombre y una mujer de las diferencias e identidades comunes que les convierten en padre y madre respectivamente, descubrirán un mayor espacio, que no tiene que ver con el género, en el que pueden actuar de forma indiscriminada como padres, y menos confusos y defensivos se sentirán acerca de sus límites» (p. 72).

Los niños necesitan a ambos, aunque en los primeros estadios especialmente a la madre. Este aspecto genera muchos conflictos ante el dilema que se presenta a la mujer: querer quedarse en casa e irse a la vez. Se busca la sustitución, pero hay que analizar el coste afectivo que esta supone. A la madre no puede reemplazarla cualquiera. En este punto crítico sería preciso que la economía y la propia organización familiar ayudaran con nuevos planteamientos.

Por otro lado, Leach advierte que hemos convertido la educación de los hijos en una auténtica carrera. Pero no olvidemos que el niño «no será un mejor ejemplar de su especie por el hecho de hacer estas cosas en un estadio anterior que la media, del mismo modo que la precocidad infantil no predice la perfección en la edad adulta». Este es uno de los mayores riesgos en la actualidad. No damos tiempo a los niños para madurar. Nos hemos saltado varios estadios en todos los órdenes -intelectual, afectivo, social…-, haciendo que los niños vivan experiencias mucho antes de lo que son capaces de asimilar plenamente. Ahora bien, esto ¿educa? He aquí el problema, pero no olvidemos que nada es repentino en el desarrollo humano y que los desajustes afloran antes o después.

Tal vez todo el libro esté escrito de un modo un tanto extremo, apasionado en muchos aspectos; sin embargo, muchas afirmaciones de la autora ayudan a reflexionar y a volver a poner a los niños primero. Una tarea que exige buscar, entre todos, nuevas propuestas para que los padres y las madres puedan armonizar sus aspiraciones de ser simultáneamente personas maduras, ciudadanos solventes y padres cariñosos que saben dedicar tiempo, en el sentido pleno de este término, a sus hijos.

Marta Ruiz Corbella_________________________(1) Penelope Leach. Los niños, primero. Todo lo que deberíamos hacer (y no hacemos) por los niños de hoy. Paidós. Barcelona (1995). 330 págs. 2.900 ptas. (T.o.: Children First, Random, Nueva York, 1994).

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