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El alcance del no matarás en el contexto de hoy

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Presentación de la nueva encíclica por el Card. Ratzinger
El alcance del «no matarás» en el contexto de hoyEl cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presentó el 30 de marzo la nueva encíclica Evangelium vitae. Su presentación se ciñó al tercer capítulo de la encíclica, el más doctrinal. Este capítulo abarca tres ámbitos: precisa el significado del quinto mandamiento en el conjunto del mensaje de la fe; después ilustra sus imperativos éticos concretos, y finalmente propone las consecuencias para la ética en el ámbito político. Ofrecemos una síntesis de la intervención de Ratzinger.

En el conjunto del mensaje bíblico, «el quinto mandamiento es ante todo un elemento constitutivo de la Alianza del Sinaí… Este elemento central de la Antigua Alianza, indicación del verdadero modo de ser hombre, sigue siendo válido también en el Nuevo Testamento». El «no matarás» enlaza con la más antigua historia de la humanidad: «La intangibilidad y la sacralidad de la vida humana es el núcleo de la alianza con Noé, es decir, de la alianza universal, que abraza a toda la humanidad. Con la narración de la alianza con Noé, la Biblia quiere decir: Dios no pertenece sólo a un pueblo y a una historia, sino que es el Dios de todos».

«La conciencia de la santidad de la vida humana, que nos es dada no como algo de lo que se puede disponer libremente, sino como don que hay que custodiar fielmente, pertenece a la herencia moral de la humanidad. Y aunque esta conciencia no haya estado presente en todas partes con la misma pureza y profundidad, su núcleo central nunca se ha perdido del todo».

«El no matar, el detenerse ante el hombre creado a imagen de Dios, es el comienzo del amor al prójimo. La palabra del Sinaí se desarrolla en el mandamiento del amor», en la comunión con Cristo que «da su vida por los demás y así opone a la espiral destructiva del homicidio y de la violencia la nueva ley de la donación y del sacrificio».

El respeto del ser humano inocente

Ante la afirmación de que el «no matarás» tiene un valor absoluto, surge la objeción: la Iglesia ha considerado siempre lícita la legítima defensa, aunque comporte la muerte del otro, y no ha condenado la pena de muerte.

Ratzinger recuerda el solemne pronunciamiento del Papa: «Con la autoridad que Cristo ha conferido a Pedro y a sus sucesores, en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral» (n. 57). Este pronunciamiento magisterial incluye dos precisiones: «inmoral es la eliminación directa y voluntaria, y cuando se trata de un ser humano inocente». Con estas precisiones, el mandamiento tiene un valor absoluto: «La defensa contra el injusto agresor no es una excepción al mandamiento, sino un acto de distinto género en su esencia. El injusto agresor en realidad no es inocente».

En cuanto a la pena de muerte, «el Papa en la encíclica no excluye que pueda darse una situación en la cual el orden público y la seguridad de la persona no puedan ser defendidas de otro modo. Pero sus reservas respecto a la pena de muerte son todavía más fuertes que las que se exponían en el Catecismo. A las condiciones allí expuestas añade aún dos precisiones: tanto en la sociedad como en la Iglesia existe ‘una tendencia a pedir una aplicación muy limitada e, incluso, su total abolición’. Y más adelante: ‘Hoy… estos casos son ya muy raros, por no decir, prácticamente inexistentes’ (n. 56)».

Embrión y persona

Después el Papa habla de dos casos concretos de la prohibición de matar: el aborto y la eutanasia. «En los dos casos -explica Ratzinger- no se enuncia ningún nuevo mandamiento o enseñanza, sino que simplemente aplica lo que está claramente contenido en el quinto mandamiento». En cuanto al aborto, declara que «el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave» (n. 62).

Si nadie duda que el niño es inocente, lo que se discute es si se le puede considerar desde el principio un ser humano en el pleno sentido de la palabra. «El Papa propone para esta cuestión dos tipos de argumentaciones, que están estrechamente unidas. Aduce sobre todo un dato reconocido por la ciencia biológica moderna: ‘Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre’ (n. 60)».

A este dato hoy indiscutido se contrapone, sin embargo, por parte de muchos, que si bien el embrión inicial tiene una individualidad genética, no tiene una individualidad personal: sólo cuando fuese un organismo humano viable podría ser persona. Ratzinger recuerda que el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre «El don de la vida» ya era consciente de este tipo de objeciones. El documento no quiso profundizar en la relación entre individuación y personalización, pero formuló un interrogante: «¿Cómo un individuo humano podría no ser persona humana?». «En definitiva, toda separación entre individuo y persona en el ser humano es arbitraria, un juego entre filosofía y ciencia biológica sin valor cognoscitivo real. Aquí entra el segundo argumento de la encíclica, con el cual el Papa supera el juego de las hipótesis con la observación indiscutible: ‘Bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano’ (n. 60)».

La aceptación de la muerte

La condena de la eutanasia está precedida de las necesarias distinciones para concretar lo que es moralmente ilícito. Ratzinger advierte que «el desarrollo de la medicina moderna amenaza con llevarnos a una alternativa fatal: o bien se degrada la vida humana con una utilización de todas las posibilidades técnicas para alargar la vida hasta el absurdo, o bien se decide cuándo la vida ya no es digna de ser vivida y entonces simplemente se la elimina. En ambos casos el hombre se hace señor de la vida y de la muerte».

Respecto al encarnizamiento terapéutico, cuyo rechazo constituye la objeción principal a favor de la eutanasia, la encíclica afirma que renunciar a los medios desproporcionados no es suicidio o eutanasia, sino «aceptación de la condición humana» (n. 65). «Algo totalmente distinto a la renuncia a intervenciones médicas extremas y sin sentido es la autodeterminación del momento de la muerte, la cual o es suicidio -hoy a menudo en forma de suicidio asistido- o simplemente homicidio. Cuando el hombre decide por sí mismo qué vida es digna de ser vivida, se sobrepasa el límite marcado por el quinto mandamiento, que constituye exactamente la demarcación entre la humanidad y la barbarie».

Problemas de ética política

«¿Qué consecuencias tiene todo esto para el Estado de Derecho y para la legislación civil? El Papa sale al paso de la opinión ampliamente difundida según la cual el ordenamiento jurídico de una sociedad debería limitarse a registrar y recoger las convicciones de la mayoría. (…) Sólo tal relativismo práctico garantizaría la libertad y la tolerancia, mientras que el obstinarse en normas morales objetivas llevaría al autoritarismo y a la intolerancia».

La encíclica muestra la contradicción interna de tal postura. «En primer lugar hay ya una contradicción en la comprensión de la conciencia. Mientras que los individuos singulares exigen para sí plena autonomía moral, al político se le impone que deje a un lado su propia convicción de conciencia y que se someta al criterio de la opinión de la mayoría. La formulación democrática de las leyes se va a pique en el compromiso de un equilibrio entre intereses opuestos, en el cual a menudo prevalece el derecho del más fuerte. Si no subyace un criterio moral vinculante para todos, la aplicación absoluta del principio de mayoría puede fácilmente convertirse en tiranía, que en el caso del aborto se utiliza contra los más débiles. ‘La democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad. (…) El valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna’ (n. 70)».

«Estas afirmaciones fundamentales sobre las condiciones esenciales de un Estado de Derecho llevan a una conclusión práctica. Leyes que contradicen los valores morales centrales no son justicia, sino que reglamentan la injusticia; no tienen ningún carácter de derecho. No sólo no se está obligado a obedecerlas, sino que se debe oponer la objeción de conciencia».

El Papa toca en este contexto otro problema de moral política: cómo se debe comportar un diputado cuando se manifiesta una posibilidad de mejorar de modo esencial una ley sobre el aborto extremadamente injusta, pero no existe la posibilidad de abrogarla. «¿Se pueden hacer compromisos cuando se trata de elegir entre el bien y el mal? El Papa dice a este respecto: es fundamental que el diputado deje clara su absoluta oposición al aborto, y que esta actitud sea declarada públicamente de modo inequívoco. Con estas condiciones, el parlamentario puede aprobar propuestas cuyo fin sea ‘limitar los daños… y disminuir los efectos negativos…’ (n. 73). Lo que nunca puede hacer es dar su voto para que se declare justo lo injusto.

«En esta encíclica -concluye Ratzinger- el Papa se manifiesta como un gran maestro no sólo de la cristiandad, sino de la humanidad, en una hora en la que se necesita un nuevo impulso moral, para oponerse a la oleada creciente de la violencia y del envilecimiento del hombre. Ante este texto no es posible refugiarse en discusiones formalistas sobre qué, cuándo y dónde, con qué autoridad es enseñado. Este texto habla con la grandeza de su contenido, con su profundidad y amplitud humana. Afronta problemas que afectan a todos nosotros y ante los cuales nadie puede esconderse. Esperemos que (…) este mensaje contribuya a una reflexión común más allá de todas las divisiones».

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