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Y aún dicen que la gasolina es cara

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Nadie está a gusto con la subida de los combustibles. Los europeos claman contra los impuestos, sus gobiernos acusan a la OPEP. En la actual «crisis del petróleo» hay distintas cuestiones implicadas -entre ellas la forma de reducir la contaminación-, como han querido resaltar algunos comentarios en la prensa.

La revuelta popular contra la subida de los combustibles ha obligado a los gobiernos europeos a revisar sus políticas fiscales. Ahora bien, dice un editorial de Le Monde (15-IX-2000), el problema es complejo, por «la multitud de actores en escena -con intereses claramente contradictorios- y la estrechez de sus márgenes de maniobra». Por una parte, los países productores no admiten responsabilidad por el alza del barril, que cuesta cerca de 35 dólares: echan la culpa a la reducción de los stocks -que forma parte de la nueva estrategia de las compañías petroleras- y al cambio de las pautas de consumo en Estados Unidos, agravado por el juego de los especuladores. Así, alegan los países exportadores, «la OPEP no solo no ha provocado ninguna escasez artificial, sino que ha hecho un gesto de buena voluntad al aumentar recientemente la producción. Toca a los países compradores, concluyen, disminuir los impuestos».

Esos argumentos no convencen a los gobiernos europeos, que «desean que el precio del barril vuelva a estar en torno a los 25 dólares y piden a la OPEP la apertura de un ‘diálogo’ permanente que permita estabilizar los flujos, en beneficio de todos».

El tercer actor es la Unión Europea. «Una directiva de Bruselas prohíbe a los gobiernos de los Quince bajar los impuestos sobre los carburantes por debajo de cierto mínimo comunitario, a fin de asegurar la competencia leal».

Por eso, el editorial afirma: «Por su amplitud y su poder de contagio, la crisis actual saca a la luz una de las grandes taras de la construcción económica europea: la ausencia de armonía fiscal, que sin embargo la instauración de la moneda única hace más urgente».

Para The Economist (16-IX-2000), «hay razones poderosas, tanto ecológicas como de política energética, a favor de mantener impuestos elevados sobre los carburantes». En realidad, añade, desde el punto de vista económico, habría que decir más bien que los impuestos en Estados Unidos son demasiado bajos, no que los europeos sean demasiado altos. «En cualquier caso, sobre los consumidores no recae una carga excesiva: incluso en Gran Bretaña, que tiene los impuestos sobre combustibles más altos de Europa, el coste real del funcionamiento de los vehículos ha permanecido más o menos estable durante los 25 últimos años».

Los impuestos no son la causa de la reciente subida de precios del petróleo. «En realidad, los impuestos son la causa de que los europeos paguen por la gasolina mucho más que los norteamericanos; pero así ha sido durante muchos años». Es cierto, sin embargo, que los gobiernos europeos se han aficionado a los ingresos procedentes de esos impuestos, cuya justificación original era promover un uso más eficiente de la energía, reducir la contaminación, etc. Pero eso tampoco es nuevo, y hasta ahora no había provocado protestas. Lo nuevo es que el barril está ahora por encima de 30 dólares, más del triple que hace dos años.

La discusión, concluye el semanario, no se debe centrar en los impuestos, porque el verdadero culpable es el cartel del petróleo: la OPEP. Precisamente, «una de las razones que en su día llevó a imponer tributos elevados sobre los carburantes fue reducir el consumo de petróleo y estimular el ahorro, a fin de depender menos del cartel».

El medio ambiente y el bolsillo particular

El catedrático español Cayetano López descubre una paradoja en las demandas populares (El País, 28-IX-2000). Los combustibles fósiles contaminan la atmósfera con dióxido de carbono. Por eso, con el Protocolo de Kioto (1997) se acordó que los países desarrollados redujeran sus emisiones. «Esta reducción solo será posible si disminuye el uso de carburantes, lo que ocurrirá, a su vez, si disminuye el consumo energético total o si son sustituidos, al menos parcialmente, por otras fuentes menos contaminantes. Y uno de los más acreditados mecanismos para producir esos efectos es la actuación sobre los precios. No a otra cosa responde el debate sobre la conveniencia de imponer una ecotasa, es decir una forma más de impuesto sobre ciertos consumos energéticos que sirva a un doble fin: disuadir de su abuso y contribuir a reparar algunos de los daños causados por el mismo».

«Cualquier medida sensata de protección de la atmósfera pasa por ahorrar carburante, propiciar mejoras en el uso de la energía en los procesos productivos, y estimular seriamente la investigación y el desarrollo en otras energías que, hoy por hoy, no tienen la menor oportunidad de desarrollarse y competir con el petróleo. La persuasión, hasta ahora, no ha sido efectiva por sí sola, mientras que el aumento de los precios parece un mecanismo eficaz. Por eso creo que escandalizarse por la subida del precio de la gasolina y escandalizarse también, aunque en días distintos, por el aumento de gases de invernadero que vertemos a la atmósfera puede no ser del todo coherente».

Por eso, hay que mirar «hacia un futuro en el que los carburantes serán más caros y en el que habrá de fomentarse de forma decidida el ahorro (…) y el desarrollo de fuentes alternativas, lo que implica que habrá que impulsar cambios materiales y de mentalidad».

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