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Literatura infantil y juvenil, instrucciones de uso

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

La tensión entre lo educativo y lo literario
La gran producción editorial para niños y jóvenes está muchas veces tan vinculada al mundo escolar que resulta difícil deslindar los intereses comerciales de los educativos. Tal como están las cosas, corresponde a los padres y a los profesores despejar caso por caso los fundados recelos acerca del valor, literario y formativo, de muchos libros que circulan con profusión.

Al hablar de la literatura infantil y juvenil (LIJ) hay que despejar una cuestión previa: si por tener muchas veces un claro talante educativo, es o no verdadera literatura. La respuesta es que cualquier literatura proporciona una visión del mundo y, por tanto, siempre busca influirnos más o menos sutilmente. Del mismo modo que, por ejemplo, la intención satírica contribuye a que Los Viajes de Gulliver sea una obra maestra, el carácter formativo, sea o no explícito, es compatible con la categoría literaria e incluso puede realzarla, como se puede ver en las Crónicas de Narnia, de C.S. Lewis.

Otro punto discutido es si la LIJ es una «literatura menor», por emplear unos registros más simplificados. Se podrían citar reconocidos autores que cuando han escrito para un público infantil han producido bodrios penosos; y es que la deliberada sencillez de lenguaje, argumento y construcción puede implicar más complejidad… Pero la cuestión no está en la dificultad o en la facilidad, como la calidad del oro no depende de ser encontrado a cielo abierto o después de horadar montañas. La serie traducida en España como Sapo y Sepo, del norteamericano Arnold Lobel, demuestra que unas asumidas restricciones de lenguaje, de formato y de temas no impiden crear unos relatos magníficos.

Los gustos de los niños

Y cuando hablamos de LIJ hay que aclarar a qué niños y jóvenes nos referimos. Tolkien, que afirmaba no escribir para niños pero cuyos hijos eran sus primeros lectores, es contundente: «Los gustos y los talentos de los niños, en cuanto llegan a una edad que permite diferenciarlos claramente, difieren tanto como los de los adultos. Por tanto, pueden ser el blanco de cualquier cosa que pueda llamarse literatura. Sería inútil ofrecer a muchos niños de catorce o aun de doce años la basura que resulta bastante buena para muchos adultos respetables que duplican y triplican esa edad, pero cuyas dotes naturales son menores».

Al margen de cualquier argumento teórico, la vida misma ha superado estas viejas discusiones. Es ya muy abundante la buena literatura entre la LIJ, y hay bastantes libros de calidad que triunfan. Por otra parte, la numerosa producción del momento también ofrece la oportunidad de poder escoger lo que tenga calidad, y lo que sea más eficaz como ayuda en la tarea educativa y, en concreto, para el aprendizaje literario.

Ausencias clamorosas y presencias excesivas

Contribuirá mucho a clarificar el panorama La formación del lector literario (1), una investigación de Teresa Colomer -profesora de Didáctica de la Lengua en la Universidad Autónoma de Barcelona- acerca de la narrativa infantil y juvenil actual. En un marco amplio, que tiene en cuenta perspectivas psicológicas, didácticas, sociológicas y literarias, la autora quiere definir mejor qué resortes hay que pulsar para facilitar el aprendizaje literario, qué problemas presenta, qué acciones educativas lo favorecen. El análisis de 200 relatos publicados en Cataluña entre los años 1977 y 1990, y considerados de calidad por distintas instancias, muestra y cuantifica los cambios que ha sufrido la LIJ respecto a los modelos clásicos.

Teresa Colomer entiende que la LIJ evoluciona en función de las ideas sociales sobre la infancia y la adolescencia. Las obras de este tipo se proponen cumplir una función de formación cultural, que incluye tanto favorecer la educación social de los destinatarios como iniciarles en el aprendizaje de las convenciones literarias.

Los resultados de su trabajo confirman que las innovaciones más interesantes se producen: en las primeras edades, con la irrupción de los álbumes ilustrados; en las edades intermedias, con la proliferación de relatos de fantasía moderna en los 70, auge debido también al rechazo de un realismo que se consideraba ligado a lo educativo; y desde 10-12 años, con las numerosas historias que, de un modo u otro, tratan sobre la construcción de una personalidad propia, a menudo en medio de conflictos afectivos o familiares.

Sus conclusiones indican que la LIJ ha ido evolucionando hacia una mayor sofisticación narrativa y hacia nuevos modelos de representación literaria del mundo -fantasía, humor, juego literario, psicologización, ruptura de tabúes temáticos…-, empleados como cauce para transmitir nuevos valores. Son significativas las variaciones que se han producido en la definición de los personajes, en especial de los femeninos, un aspecto analizado con particular atención. Al repasar las novedades en los temas, Teresa Colomer hace notar ausencias clamorosas y presencias excesivas. Entre otras, se pregunta por qué tantas novelas de adolescentes que narran lo sexual nunca hablan de la masturbación, y por qué los protagonistas jóvenes siempre son sensatos, salvo breves etapas de desorientación, y no se muestran los desórdenes que a veces causan; por qué no aparece el divorcio en los libros para los más pequeños, cuando es un telón de fondo tan frecuente en los que se dirigen a los mayores, y por qué hay tantos relatos que, al criticar todo autoritarismo, parecen empeñados en hacer saber a los niños cómo deberían ser sus padres…

Un cuento es sólo un cuento

Cuestiones como éstas evidencian que la LIJ ha de utilizarse sólo para lo que es: «un cuento no es más que un cuento, una obra literaria que tiene el objetivo de producir un efecto igualmente literario», explicaba Tolkien. Un profesor puede usar distintas clases de relatos como estímulos en el aprendizaje de sus alumnos, pero debe calcular los riesgos de recurrir a Parque Jurásico para discutir los límites éticos de la investigación científica. Una madre puede usar una novelita de primeros amores para disfrutar con lo mismo que sus hijas y, de paso, charlar con ellas, pero mal le van las cosas cuando la emplea para que comprendan su interés por un nuevo novio.

Dicho de otro modo: la LIJ como instrumento educativo-formativo tiene muchas limitaciones. Algunas de ellas quedarían igualmente patentes aunque se abarcasen todas las obras que de hecho «llegan» a los chicos de una generación concreta, y el estudio no se ciñese sólo a libros que coinciden en el tiempo de su edición aunque sean de distintas procedencias y fechas de redacción.

Otras, sin embargo, se derivan de las características de una selección que refleja la imagen que la sociedad (los editores de esa sociedad) quiere presentar de sí misma a los chicos en ese lugar y momento histórico concreto. Los autores no escriben y los editores no publican lo que creen que no vende, o lo que no es «políticamente correcto» según sus criterios. Y así, a los relatos estomagantes del pasado sobre niños ejemplares y chicas sumisas, les han sucedido historias con un nuevo didactismo manipulador sobre situaciones para las que se mendiga la comprensión-complicidad de los jóvenes lectores. A fin de cuentas, no son los niños quienes escriben acerca del divorcio de sus padres.

La misión de las ficciones

La gran reverencia que se debe a los niños, escribía otra vez Tolkien, nos debería inducir a evitar «los fatigados y endebles clichés de la vida adulta», pero lamentablemente no es así en muchos casos. En la LIJ actual abunda la bazofia sentimental y frívola que habla a los niños, por ejemplo, de la esperanza del reciclaje para después de la muerte; compadreo con los jóvenes del tipo «tú no escogiste el momento, el momento te escogió a ti»; y manipulación ideológica-comercial de los sentimientos o los instintos del lector.

Obviamente, no se puede juzgar la LIJ por sus deformaciones, ni se le puede pedir que sea «moral» en el sentido de que tenga que presentar una versión mejorada, y por tanto falsa, de la realidad. Se le puede permitir, por supuesto, que sus finales sean felices y esperanzados, pues es fundamental proporcionar optimismo y confianza a los niños; pero eso no quiere decir desenlaces disneyanos o hollywoodienses. Y se le ha de exigir siempre que promueva una búsqueda honrada de respuestas y que ofrezca razones sólidas (si las tiene, y si no, que no haga trampas).

Educación literaria

Desde el punto de vista de la educación literaria, está claro que obligar a los chicos a leer El Quijote o darles a leer Quijotes para niños no garantiza, ni mucho menos, que cuando sean mayores lleguen a leer y apreciar El Quijote. Este mismo objetivo, de poner en condiciones de comprender y disfrutar los grandes clásicos, señala claramente que la educación literaria no consiste sólo en la adquisición de conocimientos literarios y en el aumento de la competencia lectora, sino que apunta también a la recepción de valores permanentes.

Será más fácil conseguirlo si los primeros pasos del camino se dan con relatos de LIJ de calidad contrastada que cumplan con la misión de las ficciones: «El desvelamiento de la verdad y avivar los valores éticos en la vida real, mediante el viejo artificio de ejemplificarlos en situaciones extrañas para presentarlos como válidos en nuestro mundo», de nuevo según Tolkien.

La novedad de los clásicos infantiles

Muchos libros que leen los niños y los jóvenes nunca han sido concebidos para ellos, pero, por unas u otras razones, han terminado en sus manos. Es el caso de algunas novelas clásicas de aventuras (Robinson, Ivanhoe…), o de las tiras cómicas de sátira social que utilizan personajes infantiles (Carlitos, Mafalda, Calvin…). Otros han sido escritos por autores que, buscando agradar a padres-compradores y a niños-lectores, han logrado relatos con varios niveles de comprensión que han traspasado barreras de tiempo y lugar (Alicia, Peter Pan…). Con estos orígenes, es fácil suponer que cada una de estas obras supuso en su momento una ampliación de horizontes de los lectores, adultos y pequeños.

Pero hay más. Existen estudios, como el recientemente publicado de Alison Lurie (2) sobre autores y autoras ingleses y norteamericanos clásicos (Greenaway, Potter, Nesbit, F.H. Burnett, Baum, Milne, Tolkien y otros), que señalan cómo la mejor LIJ, también la que ha sido compuesta expresamente para niños, siempre es «subversiva», pues desborda las convenciones educativas y sociales del momento.

«Si quisiésemos saber lo que se ha censurado con anterioridad según los patrones de la cultura dominante, o lo que realmente quieren nuestros hijos, haríamos bien en releer los clásicos infantiles y escuchar esas cantinelas que se escuchan en los patios de las escuelas», dice la profesora norteamericana de la Universidad de Cornell. Ella prueba esa tesis aunque no reflexiona sobre la realidad de que esos clásicos infantiles han sido escritos casi siempre por un padre para sus hijos o por un adulto para niños concretos a los que aprecia mucho. Precisamente ahí está una de las claves de su permanente novedad: en que nacieron del afecto y fueron confeccionados sin pensar en los receptores como público-consumidor y sin tener en cuenta para nada las pautas del pensamiento dominante.

Opuestos a estereotipos

Y en un marco geográfico y lingüístico más amplio, el carácter rompedor de muchos libros o cómics «infantiles», de los que han durado en el tiempo, se puede también comprobar en su oposición frontal a estereotipos que tantas veces se dan por supuestos. Así, en Alemania, el teórico país del orden y la disciplina, nacen los primeros niños rebeldes y maleducados, unos verdaderos revolucionarios en la literatura infantil: Wilhelm Busch publica Max y Moritz (1865), sobre dos chicos díscolos sin deseo de enmienda, que están en el origen de los primeros personajes de cómic y de todos los Zipi y Zape del mundo. Alicia (1865) y sus amigos, los personajes más libres y los ambientes más caóticos de la literatura, nacen en la rígida Inglaterra victoriana. Heidi (1880), la campeona de los sentimentales, es la más conocida representante de Suiza, el país de la contención y la exactitud, en el que también nace, dicho sea de paso, el pequeño y tierno sioux Yakari (1969), quizá los mejores cómics para niños-niños, redactados y dibujados por Job y Derib.

Bélgica, un país que muchos calificarían de anodino, es la patria de Tintín (1929), el aventurero por excelencia. Los Peanuts o Charlie Brown (1950), del norteamericano Charles Schulz, son todo un elogio del perdedor en el país que ha hecho de la competitividad una religión. Italia no sólo produce a un muñeco inconstante y mentiroso como Pinocho (1883), sino a los chicos heroicos y rectos de Corazón (1886). Los personajes infantiles más conocidos del país de Descartes y del amor por la razón (y también de Pascal, es cierto), son Babar (1931) y El Principito (1943), dos obras que llegan directas al corazón. Y si Francia es la patria del chovinismo, lo es también de su mayor sátira: Astérix (1959). La heroína infantil, que no héroe, más intelectual no es europea sino compatriota de Evita: Mafalda (1964). La chica más traviesa y activa no es latina, sino nórdica: Pippi Langstrump (1945). Y un país que se supone vitalista, como España, aporta con Marcelino, pan y vino (1952) el único gran relato infantil que termina con la muerte del protagonista… y el único que consigue, a pesar de ser triste, mostrar la muerte no como una puerta que se cierra sino como una puerta que se abre.

Estos ejemplos bastan para resaltar la frescura y apertura mental de las mejores obras de LIJ, y prueban que «la mejor defensa contra la mala literatura es una experiencia plena de la buena; así como para protegerse de los bribones es mucho más eficaz intimar realmente con las personas honestas que desconfiar en principio de todo el mundo» (C.S. Lewis). Es cierto que determinadas cuestiones no se pueden abordar con lenguaje y perspectiva de niños o de jóvenes, pues el fondo del mensaje está irremediablemente ligado a la forma que se emplea. Pero también lo es que algunas verdades se descubren cuando miramos la realidad con ojos de niño, o mejor, si nos fijamos en qué cosas hacen reír (y conmover) a los niños o qué nos hace reír a los adultos cuando nos reímos como los niños.

Luis Daniel González_________________________Luis Daniel González es autor de Guía de clásicos de la literatura infantil y juvenil (ver servicios134/97 y 75/98).(1) Teresa Colomer. La formación del lector literario. Narrativa infantil y juvenil actual (La formació del lector literari, 1998). Colección «El árbol de la memoria». Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid (1998). 367 págs. Versión castellana de la autora.(2) Alison Lurie. No se lo cuentes a los mayores. Literatura infantil, espacio subversivo (Don’t tell the Grown-Ups. Subversive Children’s Literature, 1990). Colección «El árbol de la memoria». Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid (1998). 237 págs. Traducción de Elena Giménez Moreno.

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