Justicia popular

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Un editorial de The Economist (26-II-94) comenta algunos juicios de gran resonancia celebrados en Estados Unidos.

De repente, en Estados Unidos aparecen víctimas por todas partes: y no son los muertos o los heridos, sino los de la parte contraria. Los hermanos Menéndez, autores de la muerte de sus padres [ver servicio 129/93], alegan, con poca precisión pero mucho teatro, que habían sufrido malos tratos, y el caso acaba en doble sobreseimiento. Los Bobbitt van a juicio, pero ella sale absuelta de la lesión intencionadamente causada a su marido (años de humillaciones), y él sale absuelto de los perjuicios producidos a ella (él ya ha pagado por eso). (…) Dos negros abren la cabeza con un ladrillo a un camionero blanco, después bailan para celebrarlo, y son absueltos: estaban indignados por el veredicto del caso Rodney King. (…)

Este victimismo, con su cortejo de psiquiatras y detectores de traumas, no es del todo nuevo: el movimiento de lo «políticamente correcto» se basa por entero en él, y se ven grandes vetas de lo mismo en esas frecuentes demandas que culpan al fabricante de una tostadora de pan o un parque para niños de lo que es consecuencia de la torpeza del propio usuario. Pero el nuevo victimismo es más peligroso que eso.

Al tolerarlo los tribunales, el victimismo se ha convertido en una excusa para la irresponsabilidad e incluso para el delito. Implica que las víctimas tienden, incluso tienen derecho, a actuar de modo perjudicial para otros. Esto no es sólo un insulto a todas esas otras «víctimas» que, pese a las provocaciones, se esfuerzan -y logran- por obrar como se debe. Es, además, una celebración casi intencionada de la confusión moral: creer que un mal puede igualar a cualquier otro mal, y que dos males hacen un bien. Sin duda, hace mucho tiempo se demostró que esa curiosa ecuación es falsa.

A propósito de lo mismo, el escritor Javier Marías habla de la tendencia a tratar los casos judiciales como símbolos, y añade que ese peligro es mayor cuando el veredicto corre a cargo de un jurado popular (El País, 4-III-94).

A tenor de las noticias que llegan abundantemente sobre los más sonados juicios norteamericanos, parece haberse perdido la idea de caso, para ser sustituida por la mayor aberración jurídica, la idea de emblema, representación o ejemplo. Si se observan los espectáculos titulados Anita Hill contra el juez Thomas, La miss violada contra el boxeador Mike Tyson, La invitada violada contra un joven Kennedy o el más reciente Bobbitt contra Bobbitt, (…) se comprobará que a nadie parecía preocuparle la verdad de cada caso, es decir, si realmente el juez acosó, el púgil y el vástago con apellido violaron o si la emasculadora cometió o no un delito al emascular al bruto.

Lo único que importaba era si unos y otros serían condenados o absueltos en tanto que emblemas o muestras, exactamente como si fueran personajes de telefilme con moraleja. A nadie parecía interesarle juzgar a los individuos y ver sus casos, sino a lo que se decidió que representaban: la mujer subalterna negra contra el poderoso hombre negro apoyado por blancos, la joven ambiciosa e ingenua contra la celebridad deportiva, la mujer contra el hombre siempre, y viceversa. Las feministas veían en la condena de los varones un triunfo, independientemente de lo que en verdad hubiera sucedido en cada ocasión; los machistas militantes, una victoria en su absolución, aunque se demostrara que eran culpables. Ésta es la sociedad (democrática, descuiden) de nuestros días, y los jurados pertenecen a esa sociedad en mucho mayor grado que un juez especializado y profesional.

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