Ver a todos los niños como a nuestros niños

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Los niños no conocen de derechos, ni saben cómo organizarse para luchar eficazmente por ellos; por eso, para los empresarios inescrupulosos son la mano de obra ideal. En muchos países del orbe, la ausencia de legislaciones sobre la materia, la debilidad de las instituciones o la complicidad de las autoridades hacen posible este despropósito.

Según cifras que maneja la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el mundo hay 168 millones de niños que trabajan. De ellos, 120 millones son de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años. En proporción con el total de la población infantil de los países de bajos ingresos, se estima que son entre un 20 y un 30% los que abandonan la escuela y comienzan a trabajar a los 15 años.

En su Informe mundial sobre el trabajo infantil 2015: Allanar el camino hacia el trabajo decente para los jóvenes, la organización apunta la necesidad de mantener a los chicos en las aulas al menos hasta la edad laboral mínima, de modo que más adelante no tengan que verse atados a empleos mal remunerados, como consecuencia de no haber adquirido los conocimientos fundamentales para un eventual desarrollo profesional.

Varias iniciativas, con la colaboración o no de los gobiernos que deben velar por el bienestar de sus menores, han sido puestas en práctica por ONGs, determinadas a poner su grano de arena contra la explotación infantil. Una de ellas, Manos Unidas, es categórica en afirmar que “el trabajo no es cosa de niños”, y en decenas de países de Asia, África y América apoya o acompaña proyectos que hacen efectivos los derechos del menor a estudiar y a formarse.

En Ongole (India) las Hermanas Salesianas trabajan desde hace una década por la reinserción escolar de las niñas y los niños de 4 a 15 años

Un ejemplo de estos programas es el que se desarrolla en la India, en Ongole, una localidad en el estado sureño de Andhra Pradesh. Allí, la población infantil sufre un alto índice de abandono escolar, o directamente, en algunos casos, la nula escolarización, y entre las causas se cita el trabajo infantil y ciertas tradiciones culturales que no reconocen las ventajas de la educación. Eneste panorama, las chicas se llevan la peor parte, pues se estima que no hay que emplear tiempo ni recursos en formar a quienes solo serán madres y esposas en el futuro.

Para revertir esta situación, las Hermanas Salesianas trabajan desde hace una década por la reinserción escolar de las niñas y los niños de 4 a 15 años. Las religiosas se dedican a hablar con las familias para que tomen conciencia del problema, y por otra parte, durante un año les ofrecen formación y apoyo a todos los niveles a los chicos que están fuera del sistema escolar, para que, un curso después, retornen a la escuela.

El éxito del programa, que se sostiene gracias a los aportes de muchos hombres y mujeres anónimos, sí que tiene nombres propios, y Manos Unidas nos los ofrece: “R. Kavitha tiene 11 años y todo un futuro por delante. Estudia en la escuela pública y es una alumna brillante. Su sueño es ser médico. Nandini también es buena estudiante, aunque se despista más. Hay que motivarla más para que atienda en clase. Sin embargo, destaca en las actividades extraescolares, sobre todo en danza. Surjana tiene 16 años y la mente puesta en los estudios de ingeniería que llevará a cabo en alguna de las tres mejores universidades de su país, gracias a la beca que ha conseguido tras superar los exámenes de ingreso en bachillerato con una calificación de 9,8; (y) la ilusión de Gowthami (de 9 años) es ser profesora. Ha pasado el curso puente de preparación para incorporarse a la escuela pública el próximo curso”.

Otra ONG, Naya Nagar, está igualmente empeñada en poner los lápices nuevamente en las manos callosas de los niños trabajadores. Ha puesto a circular, en un volante, un CV muy original, el de una chica trabajadora: “Datos personales: Priya, 8 años. Formación académica: Ninguna. Experiencia laboral: 5 años haciendo ladrillos”.

Es uno de los instrumentos de su campaña “Priya NO busca trabajo”, que nos acerca a la terrible realidad de 380.000 niños y niñas que viven en el entorno de unas 600 fábricas de ladrillos y que comienzan a laborar en esa dura tarea a edades muy tempranas.

La propia chica narra su experiencia diaria: “Mi padre prepara la mezcla; mi madre, en cuclillas, moldea el adobe, y mis hermanos y yo damos la vuelta los ladrillos durante varias horas hasta que se secan. Trabajamos unas 15 horas diarias para conseguir 6 dólares entre todos”.

Sí: las donaciones y la implicación personal en el terreno de activistas contra la práctica de la explotación infantil constituyen, sin duda, un gran aporte, y es de agradecer, pero más allá de los gestos puntuales, se necesita un cambio global de mentalidad. Así lo aprecia el Premio Nobel de la Paz 2014 Kailash Satyarthi, quien afirma con toda razón que “cuando observamos a nuestros hijos, pensamos que han nacido para ser doctores, ingenieros o profesores; que todo el mundo les pertenece. Pero cuando vemos lo que sucede con otros niños, pensamos, ‘pobres, que sigan trabajando, iremos ayudándolos poco a poco’. Es necesario que veamos a todos los niños como nuestros niños”.

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