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¿Una vuelta al interés por la cultura frente al modelo televisivo?

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Algunos medios de comunicación italianos han detectado un síntoma de cambio en el interés público suscitado por algunas manifestaciones de Cultura (con mayúscula). Así, mientras la primera cadena de la RAI ofrecía una nueva conexión con el concurso «Miss Italia», varios miles de personas se agolpaban en Milán para escuchar la lectura y comentario de un canto de la Divina Comedia, a cargo del profesor Vittorio Sermonti, considerado el mayor experto en la materia. Desde luego, un episodio no crea una tendencia, pero cabe recordar que una lectura similar, a cargo del actor Roberto Benigni, logró la máxima audiencia de la RAI cuando fue transmitida -sin interrupciones publicitarias- el pasado 23 de diciembre. La lectura, culta y amena, cautivó a los catorce millones de espectadores (casi el 50% del share, o cuota de pantalla) que llegaron a sintonizarse.

Otro dato significativo es la acogida de un «festival de filosofia», una serie de conferencias, lecturas y debates, que se ha desarrollado durante tres días en treinta plazas públicas, teatros y otros locales de la ciudad de Módena y alrededores. Los participantes inscritos superaban los cincuenta mil. Aunque el planteamiento era ecléctico, en cuanto a temas y ponentes, se abordaron cuestiones como el sentido de la vida y de la muerte, la utilidad de la filosofía, la discusión bioética. Y mientras algunas facultades de filosofía corren el riesgo de desaparecer, por falta de alumnos, una nueva facultad creada en Milán por una fundación privada cuenta en sus aulas con ochenta matriculados. Una gota de agua en el océano, pero vista con optimismo podría ser muestra de un cambio de tendencia. De hecho, en la facultad de filosofía de Pavía había 200 alumnos el curso pasado, frente a los setenta de hace ocho años; en Siena son 210, mientras en la universidad estatal de Milán superan los quinientos.

Reflexionando sobre estos temas en el Corriere della Sera (17-IX-2003), Paolo di Stefano sugiere que la gente está harta de la «rutina política y de la crónica cotidiana, y pide respuestas sobre los principios fundamentales, sobre el sentido de las cosas, que no estén dictados por el día a día». Hay ganas de escuchar discursos argumentados, que superen los cinco minutos y cuya preocupación no sean los índices de audiencia. La gente «quiere hacer un esfuerzo por comprender, siempre que valga la pena. Y admirar a señores que estimamos porque han estudiado, han reflexionado y saben más que nosotros. Y no porque nos impongan su pensamiento, sino porque nos lo proponen».

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