Una sociedad obsesionada por la normalidad

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Sigue el debate en Francia sobre varias sentencias recientes en que el médico se ha visto obligado a indemnizar a niños nacidos con minusvalías, por no haber detectado a tiempo defectos genéticos, impidiendo así que la madre pudiera optar por el aborto (ver servicio 175/01). Didier Sicard, presidente del Comité nacional consultivo de ética, escribe en Le Monde (6 diciembre 2001) sobre las nuevas exigencias que recaen sobre la medicina.

El minusválido físico o mental se ha convertido en un perjuicio viviente, una falta que merece reparación en cuanto tal. Su certificado de calidad no cumple las condiciones. Su autor debe ser perseguido por «asistir a persona en peligro». No se «lanza» a la vida tal «producto» defectuoso. Tal producto «básico», sencillamente «anormal», ya no es aceptable en nuestra sociedad.

Una sociedad obsesionada por lo normal y por la reparación a cualquier precio de lo anormal, que ya no es sensible a la riqueza que se deriva de la diferencia, privilegia, ipso facto, una concepción binaria de lo que merece reparación y de lo que no lo merece. La justicia que se arroga ahora el derecho a definir ese umbral y a fijar el precio de una vida con minusvalía designa al culpable: la medicina. (…) Nos hemos convertido en consumidores exigentes, obsesionados por «recibir lo que hemos pagado» o que nos devuelvan el dinero.

(…) Nuestra sociedad postmoderna está hecha para las gentes normales, no para los Mendelssohn, los Petrucciani, los Abraham Lincoln, que ya no tendrían sitio aquí. (…)

A la medicina se le ordena que mantenga el orden. ¡Pobres los se distraigan! Esos pagarán. Pagarán lo que nuestra sociedad es incapaz de hacer: pagar solidariamente por los más débiles, que deberían ser acreedores de todos nosotros. La ausencia de vigilancia debe ser perseguida, pues, a partir de ahora, detrás de cada sufrimiento habrá siempre una falta profesional y, por lo tanto, un responsable, un perjuicio por haber nacido y un contable sin corazón, el seguro de enfermedad.

El honor de la medicina es no rehuir sus responsabilidades cuando ha originado directamente un perjuicio. El honor de la justicia es ser sensible al infortunio de unos padres para darles la ayuda que pueden esperar de la sociedad, pero no más. El honor de la sociedad sería no dejar solo en manos de la justicia el atribuir una ayuda a los más débiles, y también respetar la libertad de una mujer, su elección de transmitir o no la vida. (…)

Reparar indefinidamente el cuerpo envejecido ofreciéndole la misma fuente de la vida, los embriones, programar un ser para reparar otro son la otra cara de ese narcisismo colectivo. Clonarse a uno mismo, tomando en préstamo algunos ovocitos disponibles, es ayudarse a uno mismo, no a los otros. Es negar la fraternidad para salvarse a uno mismo.

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