Una prosa rica, con una visión antihumanística

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

En la muerte de Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura
Desde que en 1942 apareciera La familia de Pascual Duarte, la literatura española está muy unida a la figura de Camilo José Cela, fallecido el pasado 17 de enero en Madrid. Cela es autor de una variada e importante obra que abarca casi todos los géneros y que le valió el Premio Nobel en 1989. Todo el mundo aprecia la imaginería verbal de Cela, a veces muy manierista, pero innovadora, creativa y sorprendente, y con una conexión muy especial con todo lo castizo. Pero desde hace tiempo sus novelas experimentales demostraban su carencia de dotes para crear una narración de envergadura y unos personajes que emocionen.Camilo José Cela

Cela, sobre todo en los últimos libros, ha escrito una literatura muy minoritaria. Por eso su popularidad se debe tanto a su prestigio literario como a las excentricidades de su carácter y a su pasión por las polémicas. Cuando en 1989 ganó el Premio Nobel de Literatura, uno de los libros más vendidos en esas fechas fue Cela, mi padre, escrito por su hijo, el también escritor Camilo José Cela Conde, que contaba anécdotas relacionadas con la ajetreada vida de su padre. En muchas ocasiones, su talante chocarrero y provocador ha oscurecido sus amplias inquietudes intelectuales y su absorbente dedicación a la escritura hasta el último día de su vida.

«La rosa», infancia feliz

De padre español y de madre inglesa, Camilo José Cela Trulock nació el 11 de mayo de 1916 en Iria Flavia, un pequeño pueblo gallego donde está ubicada actualmente la Fundación que lleva su nombre. Su feliz infancia está magníficamente retratada en La rosa (1959), uno de los libros más leídos, más valorados y mejor escritos de toda su literatura. La rosa (ver servicio 42/01), escrita con un delicado tono poético, abarca su niñez hasta su traslado a Madrid con nueve años. Lo que le sucede desde su llegada a la capital hasta que publica La familia de Pascual Duarte en 1942 lo describe en Memorias, entendimientos y voluntades (ver servicio 49/93), el segundo tomo de sus recuerdos. Este libro tiene mucho menos interés literario, pues lo publica en 1993, cuando Cela ya es un personaje popular, y su redacción ha perdido la frescura y la sencillez que caracteriza La rosa. Además, hace gala de algo que será una constante de su literatura: la insistencia en la narración de episodios procaces.

Lo primero que publica en 1945 es un libro de poesía, Pisando la dudosa luz del día, escrito bajo la influencia del surrealismo, tendencia que no aparece en sus primeros libros en prosa pero resurgirá más tarde de una manera contundente.

Estética tremendista

Su primera novela es, quizás, su obra cumbre. Gran parte de la crítica coincide en señalar que los rasgos que aparecen en La familia de Pascual Duarte (1942), escrita bajo lo que se denomina estética tremendista (reflejar la realidad de manera pesimista y amarga mediante la acumulación de los efectos dramáticos y violentos), se repiten, en algunos casos de manera obsesiva, en su narrativa posterior. Esta novela es la historia de un delincuente reincidente que acaba asesinando a su propia madre. Con una prosa directa y escueta, Cela no construye una novela de trama o de ambiente, sino un cuadro costumbrista y esperpéntico. Aunque enlace con la picaresca y con el humor negro, en esta novela hay de todo menos ingenuidad y compasión.

En 1943, bajo la misma estela del tremendismo, publica Pabellón de reposo y Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes, novela mediocre que subraya la fascinación de Cela por la narrativa realista española de todos los tiempos, la que va desde El Lazarillo hasta Baroja.

De 1944 es Esas nubes que pasan (ver servicio 6/93), una colección de relatos breves que Cela fue publicando en revistas y periódicos desde 1941. Aunque no se refiera a ningún lugar en concreto, estos relatos son un homenaje a la Galicia típicamente marinera, pero no a los escenarios sino a los tipos, a los protagonistas. En estas narraciones se encuentra el germen de lo que, más adelante, definió como apuntes carpetovetónicos: «el alcaloide de todo, o casi todo, lo que haya podido escribir». A diferencia de posteriores libros de relatos, en estos Cela no abusa de los aspectos escatológicos o sexuales. En esta misma línea hay que destacar El bonito crimen del carabinero (1947), El gallego y su cuadrilla (1949), Timoteo el incomprendido (1952) y Tobogán de hambrientos (1962).

Libros de viajes

Considerada por algunos críticos como su mejor obra, en 1948 publica Viaje a la Alcarria, a la que añadirá en versiones posteriores algunos pasajes prescindibles. En el prólogo, Cela explica su opinión sobre cómo tienen que ser los libros de viajes: «Como en casi todo lo mío, salvo en algunas páginas muy de los primeros tiempos de andar yo en este oficio, las cosas están contadas a la pata la llana y tal y como se me figuraron. En esto de los libros de viajes, la fantasía, la interpretación de los pueblos y de los hombres, el folklore, etc., no son más que zarandajas para no ir al grano». Cela se muestra heredero del espíritu viajero de los autores noventayochistas, que describieron la intrahistoria y los paisajes de España en sus páginas.

Este libro inaugura otra de las vertientes de Cela, los libros de viajes, donde logra un destacado equilibrio entre lo costumbrista y lo meramente descriptivo. Además de Viaje a la Alcarria merecen destacarse Del Miño al Bidasoa (1952), Judíos, moros y cristianos (1956) y Viaje al Pirineo de Lérida (1965), entre otros.

Consagración ya en los años 50

En 1945 comienza a escribir una de sus obras más celebradas, La colmena, que publica seis años después, tras un elaborado trabajo de redacción. Son los años del realismo social, del afán de dar testimonio de los males que aquejan a la sociedad. Por la inevitable lectura política que llevaba consigo, la novela le ocasionó un nuevo y serio encontronazo con la censura. Cela intenta atrapar el ambiente miserable y hambriento del Madrid de 1942, cuando todavía son muy visibles las cicatrices de la guerra civil. Escrita con la técnica del objetivismo, Cela hurga en la miseria moral y social, describiendo un ambiente envilecido y embrutecido donde no tienen cabida las inquietudes espirituales. La novela aglutina multitud de historias fragmentarias, sin apenas relación, pero que en su conjunto forman como las celdillas de una colmena: una imagen animalizada para reflejar la desolación de la vida madrileña y que sirve también de resumen de la negativa visión que Cela tiene del ser humano.

Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) es el largo monólogo atormentado de una madre ante su hijo muerto. En ella, y como elemento de ruptura con lo anterior, aparece esa manera de narrar basada en el surrealismo, los elementos poéticos y el fragmentarismo, que Cela después frecuentará profusamente. También ese año, el gobierno venezolano le financió la novela Historias de Venezuela. La Catira, que publicó en 1955, obra que produjo un sonoro escándalo en este país pero que, anécdotas aparte, muestra el lado más primitivo y salvaje de la narrativa de Cela.

En 1954 traslada su residencia a Mallorca y durante veinte años dirige la revista Papeles de Son Armadans, publicación que sirvió, entre otras cosas, para recuperar la literatura de algunos de los escritores españoles que permanecían en el exilio. Ahora mismo, la Fundación Camilo José Cela publica Extramundi (Papeles de Iria Flavia), revista que de alguna manera continúa la labor emprendida por la anterior.

En 1957 ingresa en la Real Academia Española y ocupa la letra Q. Dedicó el discurso de ingreso a la obra literaria del pintor José Gutiérrez Solana, con el que tiene bastantes afinidades estéticas, como ese gusto por la España en blanco y negro.

Experimentos con poco fruto

De 1969 es su novela San Camilo 1936, «la crónica amarga de un tiempo amargo», donde vuelve a recuperar la ambientación tremendista posterior a la guerra civil española, empleando una estructura experimental y una técnica coral, como ya hiciera en La colmena. En 1976 fue designado senador real y colaboró incluso en la redacción de la Constitución Española de 1978. Luego vendrían sus novelas más vanguardistas y experimentales: Oficio de tinieblas 5 (1973), tan llena de sus oníricas e inconfundibles letanías y enumeraciones; Mazurca para dos muertos (1983), Premio Nacional de Literatura, ambientada en una Galicia ancestral y con mucha presencia de pasajes escatológicos y pasiones sexuales animalizadas; y Cristo versus Arizona (1988), novela arriesgada en su concepción estructural y temática, pero muy poco leída.

En 1989 recibió el Premio Nobel de Literatura por, con palabras del jurado, «la riqueza e intensidad de su prosa, que con refrenada compasión encarna una visión provocadora del desamparo de todo ser humano».

Tras un largo paréntesis, en 1994 publica El asesinato del perdedor (ver servicio 67/94), novela insustancial y clónica, donde están presentes los reiterativos e inconfundibles rasgos temáticos y estilísticos de Cela, a pesar de que él mismo ha llegado a escribir que «cada libro que escribo es un salto en el vacío». El mismo año obtiene el Premio Planeta con La cruz de San Andrés (ver servicio 165/94), novela que fue acusada posteriormente de plagio y que, con actitud cansina y poco brillante, incide en los mismos rasgos estilísticos que la anterior. En 1995 recibió el Premio Cervantes por el conjunto de su obra.

Su último libro ha sido Madera de boj (1999; ver servicio 141/99), novela que, para algunos, vuelve a demostrar la desbordante capacidad narrativa e imaginativa de Cela y, para otros, es una prueba más de cómo en sus últimas composiciones, las más vanguardistas, sigue siendo incapaz de crear personajes que dejen poso y de construir argumentos atrayentes que tengan una mínima consistencia y coherencia. Ante esta incapacidad, lo más fácil es recurrir al caos onírico y verbal.

Dominio del lenguaje

Al analizar la literatura de Cela sorprende su fecundidad y versatilidad, aunque muchas de sus obras son prescindibles, como los libros que recopilan sus colaboraciones periodísticas, sus ensayos, sus obras de teatro y de poesía, y sus libros eróticos: Diccionario secreto (1968), que algunos ponen como ejemplo de sus preocupaciones filológicas (aunque siempre en el mismo sentido: lo escatológico y lo sexual); Enciclopedia del erotismo (1982).

El rasgo que más suele destacarse de Cela es su dominio del lenguaje. Cela maneja una prosa barroca, enfática, naturalista, llena de recursos (sorprende la variada adjetivación) y de hallazgos que demuestran un profundo conocimiento del léxico español. Sin embargo, como señalaba Julián Marías en 1989, «temo que la obra de Cela quede afectada por su abuso de las zonas marginales del lenguaje, de sus registros más detonantes, indefectiblemente destinados a pasar». Sin lugar a dudas, este singular manejo del argot popular y de las expresiones malsonantes, junto con algunas anécdotas polémicas, que reflejan también su colérico carácter, han sido los rasgos que más popularidad le han dado.

Un fondo grotesco y oscuro

También hay que destacar su agudeza para descubrir personajes curiosos y anécdotas grotescas. Esto le ha servido en muchas ocasiones para rebajar su visión pesimista del ser humano y darle un toque un poco más compasivo, con frecuentes incursiones en el humor negro. En este sentido, Cela ha dado forma a una España un tanto anacrónica: «Me gusta la España que después cuando lo pienso no me gusta, que es de las moscas, los curas, las plazas de pueblo». Una España tradicional, bastante deformada, que algunos emparentan estéticamente con la de Valle-Inclán, Quevedo y El Lazarillo, pero que en Cela tiene casi siempre un mismo fondo grotesco y oscuro, premeditadamente sórdido. Por otra parte, con frecuencia ha abusado de esta visión esperpéntica de la realidad.

Sin embargo, a pesar de las diferentes maneras de abordar la creación literaria, y de presentar múltiples facetas narrativas, en toda la obra de Cela hay un persistente hilo conductor: su visión pesimista, cínica y escéptica de la existencia. Desde La familia de Pascual Duarte hasta Madera de boj, pasando por La colmena, Cristo versus Arizona y El asesinato del perdedor, en todas ellas y en todos sus escritos hay una preferencia e insistencia por los ambientes y los personajes desgarrados y truculentos, que denotan un profundo nihilismo vital. Esta antropología está muy presente en su narrativa, protagonizada por personajes descreídos y animalizados, y donde el sexo está unido casi siempre a la procacidad y la perversión, sin piedad ni humanidad, y donde la religión ocupa un lugar negativo, algo así como un ingrediente folclórico.

Estos rasgos son muy evidentes, por ejemplo, en La colmena, cuyas historias acumulan amargamente las vicisitudes de un abigarrado coro de personajes que sólo se mueven para satisfacer sus instintos más primarios. Esta idea del hombre la expresaba así Cela en un prólogo de 1957 a la tercera edición de La colmena: «La cultura y la tradición del hombre, como la cultura y la tradición de la hiena o de la hormiga, pudieran orientarse sobre una rosa de tres solos vientos: comer, reproducirse y destruirse. La cultura y la tradición no son jamás ideológicas y sí, siempre instintivas».

El denominado objetivismo social con el que narra Cela -heredero de experimentos narrativos anteriores (John Dos Passos, Huxley, Faulkner, etc.)- es una trampa para ofrecer sólo una parte de la realidad, aquella que más conviene a la visión existencial del autor. Lo mismo le había pasado en La familia de Pascual Duarte, escrita bajo la estética del tremendismo, y que ofrece un pormenorizado catálogo de miserias y brutalidades. La diferencia con La colmena está en que en Pascual Duarte Cela humaniza a su protagonista con una espontaneidad primitiva pero comprensible, a lo que contribuye la forma narrativa elegida, la confesión en primera persona.

Selección fundamental

Camilo José Cela quedará como uno de los grandes narradores españoles de la segunda mitad del siglo XX, con una larga lista de imitadores que repiten y repetirán su atmósfera narrativa, sus recursos y trucos, su humor negro y esa manera ancestral de enfrentarse a la sociedad española. Todavía en vida, su vasta y desigual obra literaria ha sido tratada de diferentes maneras, pues la crítica ha coincidido en resaltar un puñado de novelas -pocas- y de relatos breves, y en olvidarse de otros muchos libros circunstanciales y provocadores.

Pienso que siempre se hablará de novelas como La familia de Pascual Duarte, La colmena (aunque su prestigio está en decadencia) y del Viaje a la Alcarria. Sus obras más vanguardistas (Oficio de tinieblas 5, Mazurca para dos muertos, Madera de boj…) sólo tendrán interés para los estudiosos de la literatura, pues va a ser difícil que queden en la memoria del público. Mejor suerte puede correr su libro biográfico La rosa, cada día mejor valorado. También algunos de sus libros de relatos, los menos histriónicos y procaces, como El gallego y su cuadrilla. Y siempre se hablará -es algo que ya forma parte de la historia de la literatura y de la sociología- de su abrumador dominio del lenguaje coloquial.

Adolfo Torrecilla

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.