Una “pro-choice” con 14 hijos

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¿Con qué derecho puede decirse a una mujer cuántos hijos debe tener? Si hay algo personal, íntimo y comprometido es la decisión de ser madre. Algunos incluso mantienen abierta la opción de decidir después de haber concebido. Para eso está la aséptica interrupción del embarazo. En esta línea, se comprende que el informe de la subcomisión parlamentaria sobre la reforma de la ley del aborto en España proponga el aborto a petición durante un plazo, para respetar “el derecho a decidir sobre la maternidad”.

Pero si este derecho justifica cualquier decisión, habrá que respetar también la de Nadya Suleman, la americana de 33 años que se ha hecho célebre teniendo octillizos por fecundación in vitro (FIV), y ampliando así de una tacada su familia de madre soltera hasta los 14 hijos. En medio del revuelo creado por la noticia, han surgido acusaciones de egoísmo y de inconsciencia contra Nadya, quien disponía ya de seis retoños fruto de tratamientos previos de FIV con semen de un amigo donante.

Pero hay que tener en cuenta la situación personal de quien la prensa llama “Octomom”. Las historias dicen que Nadya, hija única, desde la high school estaba desesperada por ser madre. Casada a los 21 años, y separada a los 25, había tenido tres abortos espontáneos antes de recurrir a la FIV. Confesó a un psiquiatra que tenía pensamientos suicidas mientras trataba de quedarse embarazada. En suma, había un riesgo para su salud psíquica, como en el 97% de los casos de aborto en España. ¿Cómo negarle su derecho a decidir ser madre a cualquier precio?

Es cierto que cuando recurrió a la FIV no podía ofrecer un padre a sus hijos. ¿Pero quién necesita hoy día un padre para tener un hijo? La FIV, como el aborto, es un asunto de la mujer, y el que pone el semen no tiene nada que opinar. En EE.UU., como en España, las clínicas de fecundación asistida han ido ampliando su mercado hacia nuevas formas familiares, desde mujeres solas a parejas homosexuales o mujeres menopáusicas, sin hacer discriminaciones. De discriminación es precisamente de lo que se queja Nadya frente a los que critican su egoísmo o dudan de su capacidad para cuidar de sus hijos. Suleman responde que la sociedad es injusta con ella simplemente por ser madre soltera, lo cual debería ser visto como cualquier otro modelo familiar.

La procreación asistida no es un tema de debate en EE.UU. y ha entrado ya en las costumbres y en los negocios. En el baby business, lo único que se pide al cliente es su tarjeta de crédito o su seguro. Todo lo demás es accesorio, como en las clínicas abortistas españolas. Si a Nadya le quedaban varios embriones sobrantes en stock y los había pagado, ¿por qué no aprovecharlos? “Mi cuerpo y mis embriones son míos y hago con ellos lo que quiero”, podría decir. Y si otros están dispuestos a convertirlos en material de investigación, Nadya prefiere utilizarlos para experimentar de nuevo la maternidad.

No es que a Suleman le sobre el dinero. Al contrario. No tiene trabajo, excepto cuidar a sus hijos. Vivía con su madre y sus seis hijos en una casa de tres habitaciones. Recibe 490 dólares mensuales en bonos de comida, más ayuda social por la discapacidad de dos de sus hijos. Pero ¿es que solo los ricos pueden permitirse tener una familia numerosa o pagarse un aborto? Para eso está el Estado. De hecho, el hospital donde nacieron los octillizos -lo que exigió movilizar, según dicen, a 46 profesionales- ha pedido el reembolso de Medicaid, dentro de un programa para la atención de nacidos prematuros.

Pero el derecho a decidir la maternidad, en un sentido o en otro, es algo más que una decisión personal. Los ocho hijos de Nadya (seis niños y dos niñas) nacieron a las 30 semanas de gestación, con un peso que varíaba entre 680 gramos el más débil y 1.470 gramos el más desarrollado. Y si tienen las complicaciones habituales de muchos prematuros, el afán de maternidad de su madre puede dejar sus secuelas en ellos. Pero es innegable que cuando el pro-choice se invoca como rechazo de la maternidad, las secuelas para el feto son irreparables.

El Colegio de Médicos de California ha anunciado que va a investigar al médico que hizo la implantación masiva de los ocho embriones, para ver si ha violado los estándares de estas intervenciones. Pero, aparte de que no hay ninguna ley sobre el particular, este tipo de investigaciones -como se ha visto en España con el aborto- crea “inseguridad” entre los profesionales sanitarios, y siempre es preferible que se autorregulen. Y si se quieren poner reglas más estrictas, al final siempre habrá quien lo haga en la clandestinidad, con el consiguiente riesgo para la salud de las mujeres. El derecho a decidir es intocable.

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