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Una oportunidad para la esperanza

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Ante el viaje del Papa a Cuba
El próximo viaje de Juan Pablo II a Cuba despierta una expectación inusitada. En un momento en que muchos cubanos redescubren la fe, la Iglesia cuenta con el impulso de este acontecimiento para realizar su tarea con mayor libertad. El régimen castrista ve la visita con un ambigua sensación de temor y de oportunidad para el reconocimiento y la apertura internacional. Y los cubanos desean encontrar razones de esperanza en una coyuntura difícil que apenas da motivos para el optimismo.

Después de veintiocho años, Navidad fue día festivo en Cuba. «Sólo por este año», advirtió Fidel Castro al dar la noticia. También será fiesta el año próximo, afirman todos los cubanos. Los belenes han reaparecido en los hogares: «Hacía treinta años que en mi casa no poníamos el belén», explica un viejo a la salida de Misa. «Los del CDR [Comités de Defensa de la Revolución, aún hoy activos en cada bloque de viviendas] nos avisaban que eso no era de buenos patriotas». Las cincuenta y cinco parroquias de La Habana se han llenado para la Misa del Gallo. Ha habido muchos bautismos y primeras comuniones, en gran parte de personas adultas.

«Ya nada será como antes», asegura el cardenal Ortega durante la homilía en la recién restaurada catedral de San Cristóbal. Y añade: «Pidamos a Jesús Niño el don de la paz, abandonemos cualquier sentimiento de rencor y venganza». Frases parecidas se leen en Palabra Nueva, el boletín de la archidiócesis de La Habana: «Por inercia, nos hemos habituado a supeditar la reconciliación a ciertos acontecimientos previos, a saber: levantamiento del embargo-bloqueo del gobierno norteamericano y cambios radicales en la política del gobierno cubano. La reconciliación tendría que esperar inmóvil, atrapada en ese esquema. Tenemos más bien que convencernos de que la concordia entre cubanos será causa y no consecuencia de ningún otro suceso».

El 22 de diciembre, Granma, el periódico oficial del comité central del partido comunista cubano, publicaba en primera página el mensaje de Juan Pablo II al pueblo cubano, con ocasión de la Navidad y en preparación de su próximo viaje.

El Papa se dirigía a todos, «sin distinción de credo, ideología, raza, opinión política o situación económica». Y expresaba su esperanza de que, después de su visita, «la Iglesia pueda seguir disponiendo, cada vez más, de la libertad necesaria para su misión y de los espacios adecuados para llevarla a cabo plenamente y seguir prestando así su servicio al pueblo cubano».

Reconciliación necesaria

Ese mismo día, se anunciaba en Estados Unidos la supensión de los viajes organizados por la diócesis de Miami para acompañar al Santo Padre en su visita a Cuba. Motivos de prudencia, «para evitar la desunión en el seno de la comunidad católica cubano-americana», han llevado a esa decisión.

Desde que empezó a rumorearse una posible visita de Juan Pablo II a Cuba, algunos sectores del exilio cubano en Estados Unidos -sobre todo en Florida- se han manifestado en contra de lo que consideran una cesión del Vaticano ante el régimen de Fidel Castro. Nunca vieron con buenos ojos los viajes a Cuba de algunos cardenales de la Curia (Angelini fue el primero, Etchegaray después, Ruini más recientemente). Tampoco aprobaron la llegada de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, ni menos aún la audiencia que el Santo Padre concedió a Fidel Castro en Roma el año pasado.

Algunos católicos norteamericanos de origen cubano no han ocultado su opinión contraria a la visita del Papa a la isla y, cuando la decisión de Juan Pablo II parecía ya tomada, intentaron que el viaje incluyera una etapa en Miami. En ambientes del Vaticano se han comentado las insistentes recomendaciones que algunos diplomáticos americanos y europeos -bien relacionados con la influyente oposición cubana en Miami- hacían llegar a Secretaría de Estado para que se cancelase el viaje.

No todos los cubanos residentes en el extranjero comparten esa postura y, de hecho, las peticiones de visado superaron enseguida el cupo autorizado por el gobierno estadounidense con ocasión de la visita del Papa. Figuras como la cantante Gloria Estefan o como Eloy Gutiérrez Menoyo, fundador de Cambio Cubano después de pasar 22 años en las cárceles del régimen castrista, defienden actitudes de diálogo, que son cada vez más compartidas entre los numerosos cubanos de Estados Unidos.

La actitud del gobierno cubano

Por su parte, el régimen comunista cubano ve el viaje con un ambiguo sentimiento de interés y temor. Interés, porque necesita ofrecer a la población señales de reconocimiento y apertura internacional, porque desea vender al mundo una imagen de normalidad que atraiga turismo e inversiones, y porque espera obtener algún beneficio económico del viaje: divisas, ayuda humanitaria y la confianza de un aflojamiento en el embargo. No han faltado, en este sentido, declaraciones de condena del embargo por parte de los obispos cubanos, de muchos prelados americanos (del Norte y del Sur) y de la misma Santa Sede; e incluso en ambientes políticos estadounidenses se va extendiendo una opinión -alimentada en las últimas semanas por el New York Times y otros medios informativos- que considera el embargo a Cuba como una medida anacrónica y tal vez contraproducente.

A la vez, el régimen no está dispuesto a perder el control del viaje (antes, durante y después), pues no ha olvidado las consecuencias de la visita de Juan Pablo II a Polonia. «¿El gobierno reconoce a la Iglesia algunos derechos? Obtenemos los que nos tomamos. El gobierno concede sólo aquello que ya no puede volvernos a quitar», manifestaba en agosto un alto prelado cubano.

En efecto, casi hasta el último momento, la comisión conjunta Iglesia-Estado para la visita del Papa ha estado discutiendo sobre la cobertura informativa que la televisión nacional va a ofrecer a la población. También ha sido motivo de dura negociación la disponibilidad de medios de transporte para quienes deseen trasladarse a las ciudades que el Papa visitará: La Habana, Santa Clara, Camagüey y, especialmente, Santiago de Cuba, donde se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. En un encuentro con la conferencia episcopal cubana el pasado 17 de diciembre, Fidel Castro prometió que la mitad de los transportes públicos serían puestos a disposición de los fieles que deseen asistir a las grandes ceremonias públicas y aseguró que la libertad de expresión y de movimientos será total.

En las semanas de preparación próxima a la llegada del Santo Padre, la imagen peregrina de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, está recorriendo el país, y millares de personas abarrotan los templos en los que se detiene la Virgen Mambisa, como la llaman los cubanos. Refiriéndose a los cambios en la terminología oficial del régimen, un profesor de la Universidad de La Habana declaraba recientemente: «Hasta hace unos pocos años, éramos ateos, ahora somos humanistas laicos. La verdad es que la mayoría de los cubanos no saben qué significa ser ateo o ser humanista; pero todos rezan a la Caridad del Cobre».

La situación económica del país es trágica. Faltan alimentos, medicinas, gasolina, neumáticos y cualquier otro repuesto para los vehículos -la mayoría fabricados en los años 50-, jabón y productos de higiene, ropa y otros bienes de primera necesidad. El gobierno echa la culpa de todo al embargo y a la conspiración imperialista. Con hábil manejo de la propaganda, la demagogia antiamericana impresiona aún a muchos cubanos y también logra aplausos fuera del país. La hormiga que se enfrenta al elefante, el mito del débil oprimido frente al fuerte opresor: Señores imperialistas, ¡no les tenemos absolutamente ningún miedo!, proclama con arrogancia el enorme mural multicolor levantado en el Malecón habanero, frente a la oficina de representación de los intereses comerciales de Estados Unidos.

La labor humanitaria de la Iglesia

En esas condiciones, la Iglesia católica se ha movilizado para atender las necesidades básicas de la población y constituye el cauce principal de ayuda humanitaria internacional. A diferencia de los dólares enviados por los cubanoamericanos a sus parientes en la isla, la asistencia de Cáritas se basa sólo en criterios de necesidad, sin distinción de vínculos familiares o de credo religioso y político. La población lo percibe y el testimonio desinteresado de solidaridad cristiana ha contribuido a mostrar el rostro verdadero de la Iglesia, deformado por años de propaganda oficial.

A pesar de la situación de pobreza extrema, el gobierno mira con sospecha a cualquier ONG extranjera que ofrezca ayuda humanitaria y que no sea políticamente favorable al régimen. El permiso para actuar en el país se concede solamente a las ONG que colaboran con las instituciones oficiales cubanas. Incluso ECHO, la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Unión Europea, ha cedido a las condiciones del gobierno cubano y ha excluido a Cáritas de los planes de distribución de alimentos y medicinas.

Sin desatender esas tareas de caridad y de asistencia a los más necesitados, la Iglesia cubana se ha ocupado sobre todo en estos meses de la preparación espiritual y doctrinal para la visita del Papa. Especialmente los laicos -jubilados, o profesionales al terminar la jornada laboral- han desarrollado una catequesis capilar, casa por casa en muchas ciudades, para hablar del Santo Padre y los fines religiosos de su viaje, ampliando la visión oficial que anuncia la visita política de un jefe de Estado que puede ofrecer ayuda al desarrollo del país.

El acceso de la Iglesia a los medios de comunicación es uno de los derechos reclamados por la Jerarquía. Hay que tener en cuenta que, para preparar la opinión pública para la visita del Papa, el obispado de La Habana dispone sólo de un pequeño boletín mensual que difunde 8.000 ejemplares. «No esperamos un cambio de la noche al día -ha declarado el Card. Ortega-, pero esperamos poder ocupar en la sociedad un espacio cada vez más amplio para cumplir nuestra misión».

Alberto R. AzorínIglesia en Cuba: una primavera con dificultades

La abarrotada catedral de San Cristóbal de La Habana, durante la Misa de Gallo de la Navidad pasada, no sólo fue un elocuente gesto de un pueblo que comienza a redescubrir el catolicismo. Era también un símbolo de hasta qué punto la infraestructura y los recursos humanos de la Iglesia están siendo desbordados por el renacimiento religioso cubano.

El lento despertar religioso de dos generaciones de cubanos educados en el ateísmo militante se remonta a la reforma pastoral que implicó el Concilio Nacional de la Iglesia en Cuba, realizado en 1984. Este encuentro rediseñó la presencia de la Iglesia en Cuba, dotándola de un proyecto pastoral claro: promover la reconciliación de los cubanos mediante el testimonio de la fe vivida con militancia en medio de las dificultades.

Sin embargo, la verdadera avalancha religiosa se inicia a fines de 1994, cuando el arzobispo de La Habana, Mons. Jaime Lucas Ortega y Alamino, retorna de Roma convertido en el segundo cardenal de la historia de Cuba. La Iglesia católica, revitalizada por el Concilio, supo sacar el máximo partido al hecho de que los medios oficiales se vieran obligados a informar del histórico nombramiento.

Fieles nuevos en viejas parroquias

La primavera católica se vio impulsada aún más hacia octubre de 1996, con el anuncio de la posible visita de Juan Pablo II y la nueva política de distensión con la Iglesia que lanza Fidel Castro tras su encuentro con el Papa en Roma.

Algunos hablan de la importancia del desengaño producido tras la caída de la Unión Soviética y la consecuente crisis económica cubana. Otros mencionan el cambio constitucional de 1985, que transformó el Estado de «oficialmente ateo» en «oficialmente laico», levantando las restricciones laborales y educativas que pesaban sobre los católicos. «Estas, en realidad, son circunstancias, pero no razones para explicar el desbordante entusiasmo de los cubanos por acercarse a la Iglesia o volver a ella», afirma Mons. Emilio Aranguren, secretario general de la conferencia episcopal cubana. Para él «hay algo de sorprendente, de verdaderamente milagroso en esta explosión desbordante de fe».

En efecto, la asistencia a las pequeñas y desvencijadas parroquias supera todo pronóstico: las misas están abarrotadas, los turnos de catequesis no dan abasto para acoger a tantos, no alcanzan las biblias ni los catecismos… La razón de la escasez no es sólo la desbordante demanda, sino que las estructuras y recursos humanos de la Iglesia en Cuba son extremadamente pobres. Tras la expulsión masiva de sacerdotes que siguió a la Revolución, Cuba quedó apenas con 250 sacerdotes, cifra que se había reducido a 202 en 1992. Últimamente, el gobierno de Castro ha permitido la entrada de más de 40 misioneros extranjeros, la mayoría de ellos mexicanos. Con este refuerzo, la Iglesia en Cuba cuenta actualmente con 293 sacerdotes -la mitad diocesanos y la otra mitad religiosos- y con 560 religiosas.

Entre todos no logran responder a las demandas, que han superado toda previsión: el número de catecúmenos ha crecido entre 8 y 10 veces, la asistencia a Misa se ha triplicado o quintuplicado -dependiendo de las regiones-, los bautismos de niños se han multiplicado por 4,5 y las solicitudes de material religioso, desde rosarios hasta catecismos, han desbordado toda expectativa.

«Lo peculiar es que esta sed religiosa no es puramente emotiva, sino que va acompañada de un verdadero interés intelectual por conocer la fe e informarse», explica Mons. Aranguren.

Los que vuelven a la Iglesia

La auténtica «revolución silenciosa» es el acercamiento de miles de cubanos a la Iglesia, desde destacados intelectuales hasta humildes cortadores de caña. Con el índice más alto de alfabetización de América, no es de sorprender que esta «revolución silenciosa» venga acompañada de una verdadera voracidad de material impreso que ayude a comprender mejor la fe. Los dos millones de evangelios de San Marcos distribuidos a finales de 1996, como anticipo del Año de Jesucristo, simplemente desaparecieron de la circulación, mientras que unos 100.000 catecismos de la Iglesia católica enviados por la conferencia episcopal mexicana sólo sirvieron para abrir más el apetito de católicos «viejos» o conversos.

La conferencia episcopal chilena y la mexicana piensan enviar para este año dos millones de evangelios de San Lucas y otros dos millones más de catecismos, así como devocionarios, medallas y rosarios.

El problema, sin embargo, seguirá siendo el de las débiles estructuras y la falta de obreros para tanta mies. Según Mons. Aranguren, las vocaciones también aumentan, pero para acogerlas faltan tanto plazas en los tres vetustos seminarios como formadores para prepararlas adecuadamente.

Por lo pronto, la Iglesia ha sabido convertir la escasez en fuente de nuevos frutos mediante la promoción del apostolado laical. En efecto, son laicos, en la mayoría de los casos, quienes cargan con parte importante de la catequesis y de la dirección de los nuevos y crecientes grupos juveniles. Han sido también laicos quienes han asumido la difusión, puerta a puerta, del evangelio de San Marcos y de la cartilla de preparación para la visita del Papa. Para el Card. Ortega, ellos han sido, en buena medida, los artífices de las multitudes que se han reunido para participar en la cadena de misas al aire libre celebradas por él.

¿Qué pasará después de la visita del Papa? Mientras los medios y los funcionarios del gobierno hacen cálculos sobre el impacto político -que inevitablemente tendrá-, la Iglesia en cambio se prepara para manejar a las decenas de miles de cubanos que llamarán a las puertas de las iglesias para volver al catolicismo abandonado tiempo atrás o para adherirse a la fe recién descubierta. Los obispos, mientras rezan pidiendo más obreros para la mies, también se preparan para negociar con el gobierno el necesario permiso para que nuevas fuerzas evangelizadoras se sumen al escaso clero nativo y a las comunidades religiosas existentes.

Alejandro BermúdezMensaje de los obispos cubanos

Los obispos cubanos han publicado un mensaje en el que reflexionan sobre el significado de la visita de Juan Pablo II a Cuba «en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia». Estas son algunas de sus ideas:

Esperanza. La Iglesia en Cuba está llamada a animar la esperanza del pueblo ante el futuro. El desaliento que muestran muchas personas se convierte en una profunda llamada a la evangelización. El hombre que se esfuerza en vivir el Evangelio encuentra motivos, desde su fe en Jesucristo, para enfrentar la vida con esperanza. Pero la esperanza no es un mensaje ilusorio que adormece al hombre sin ofrecerle razones palpables para alcanzarla. La esperanza debe contar con elementos objetivos que encuentran su mejor expresión en la promoción humana.

Evangelización y promoción humana. La evangelización incluye la promoción humana y la construcción de las realidades de este mundo. La Iglesia está llamada a preocuparse por ese orden en nuestra patria. Es parte de su misión. (…) En nuestro país se habla con frecuencia de recuperar los valores éticos del cubano, de ir a nuestras raíces (…). La Iglesia, desde la ética cristiana, está dispuesta a contribuir en esta obra promocional del cubano, porque sabe que cuando evangeliza trabaja por la defensa de toda vida humana, la libertad, la igualdad, la justicia social y demás derechos humanos.

Sin embargo, la evangelización no se reduce a la promoción humana y al desarrollo del orden temporal, ya que la vocación del hombre es también sobrenatural (…), y en esta esfera desempeña la Iglesia la misión que le es más propia. Para cumplir esta misión en Cuba, es necesario que la Iglesia cuente con los medios y espacios indispensables que le permitan predicar abiertamente a Jesucristo

Libertad religiosa. No debe confundirse libertad de culto con libertad religiosa. Esta implica el reconocimiento de la acción de la Iglesia en la sociedad y no limitada al libre ejercicio del culto.

Promover la reconciliación. En los actuales momentos que vive la nación, la Iglesia percibe de manera especial su vocación a la fraternidad, a fin de promover la reconciliación entre todos los hijos de la nación cubana. Por eso siempre convocará, sin distinción alguna, a todos los cubanos.

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