Una completa crónica de quince años de pontificado

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La influencia de Juan Pablo II en la Iglesia y en el mundo
El pasado 18 de mayo se presentó en Madrid la obra Del temor a la esperanza (1). Se trata de una original iniciativa de alta divulgación sobre la figura de Juan Pablo II, compuesta por tres volúmenes de gran formato, dos vídeos y un diskette con textos claves de sus discursos y documentos. Además de una crónica exhaustiva del pontificado, esta obra incluye 164 testimonios de personalidades de todo el mundo. Su lectura permite apreciar la influencia que ha tenido Juan Pablo II en los cambios ocurridos en la Iglesia y en el mundo durante su pontificado.

En el acto de presentación de la obra intervinieron, entre otras personalidades, el Card. Pio Laghi, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica; el Card. Ángel Suquía, Arzobispo de Madrid; Joaquín Navarro-Valls, Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, y Mons. Tagliaferri, Nuncio del Papa en España.

Cada uno de los ponentes aportó un punto de luz sobre la importancia de esta obra. Bastaría como resumen lo dicho por el Card. Laghi, que calificó a la obra como una «encomiable iniciativa de alto valor evangelizador, única en el mundo editorial nacional e internacional». Por su parte, Joaquín Navarro-Valls destacó su condición de «insustituible fuente de referencias para futuros trabajos sobre el pontificado de Juan Pablo II».

Una crónica exhaustiva

La idea de realizar esta obra no partió de una editorial ya constituida en busca de los beneficios inmediatos que pudiera reportar el cuarto viaje del Papa a España, el próximo mes de junio. Todo empezó por el afán de un grupo de empresarios, que decidieron embarcarse en una arriesgada iniciativa editorial con un único fin: hacer un homenaje a Juan Pablo II, que sirviera para dar a conocer al gran público su vida y su obra.

Ese afán encontró tres buenas circunstancias para poner manos a la obra: el citado viaje del Papa a España, la celebración el próximo octubre de los 15 años del inicio de su pontificado y la actual situación político-social del mundo, en la que el Papa se ha convertido -como señaló Gorbachov en su famosa entrevista con él- en «la más alta autoridad moral».

Los textos que componen la obra han sido redactados por varios periodistas españoles -Miguel Castellví, Miguel Álvarez, Mercedes Gordon, Santiago Martín, Jorge Molinero y Miguel Ángel Velasco-, algunos de ellos corresponsales o ex corresponsales en Roma de diversos medios de comunicación, y todos expertos en la figura de Juan Pablo II. Magníficamente documentada y con una ordenada estructura cronológica, la crónica sabe unir el análisis profundo del pensamiento del Papa con las anécdotas jugosas, que ilustran las líneas maestras del pontificado.

Además de mostrar cómo ha influido el Papa en la revitalización de la Iglesia, los autores analizan su repercusión en los importantes acontecimientos civiles acaecidos durante su pontificado. Especial atención se presta a la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este, así como a los efectos de sus múltiples viajes apostólicos y de sus enseñanzas sobre temas de granactualidad: la paz, el Tercer Mundo, la doctrina social de la Iglesia, la bioética, la ecología, la cultura, los medios de comunicación… Los textos van ilustrados con más de 500 fotografías, muchas de ellas inéditas.

Testimonios de personalidades

Todo este trabajo de síntesis se completa con los testimonios de 164 personalidades del mundo eclesiástico y civil (más abajo se recogen extractos de tres de ellos). Muchos han sido escritos expresamente para esta obra; otros se han seleccionado con propósito antológico. En todo caso, el elenco de colaboradores es de gran altura. La introducción es del Card. Angelo Sodano, Secretario de Estado; el epílogo, del Card. Ratzinger.

Las personalidades del mundo eclesiástico -cardenales, obispos, superiores de órdenes religiosas, teólogos…- reflejan un amplio abanico de las espiritualidades y sensibilidades de la Iglesia actual. Entre otros, escriben el Obispo Prelado del Opus Dei; el General de la Compañía de Jesús; los fundadores de Comunión y Liberación, del Camino Neocatecumenal, de los Legionarios de Cristo y de los Focolares; el hermano Roger de Taizé; la Madre Teresa de Calcuta; Sor Lucia de Fátima…

En el campo civil, los testimonios abarcan desde líderes políticos del más alto nivel -Gorbachov, Kohl, Havel, Walesa, Corazón Aquino, Andreotti, Butros Ghali…-, hasta intelectuales como Shusaku Endo, Maria Antonietta Macciochi, André Frossard, Julián Marías…

La selección es muy amplia y cada uno a su manera aporta una visión sugestiva del pontificado de Juan Pablo II.

A los tres tomos de texto, se unen dos vídeos de 25 minutos cada uno. Se trata de una producción italiana, dirigida por Marco Prosperini y Giulia Quintiliani. En ellos se recogen las imágenes más significativas del pontificado y aspectos sobresalientes de la doctrina cristiana expuestos en el magisterio de Juan Pablo II.

Imágenes inéditas

La mayoría de las imágenes son inéditas y algunas singularmente emotivas, como la visita del Papa a una de las casas para desahuciados que tiene la Madre Teresa en Calcuta o las íntimas secuencias del Papa rezando solo en el Vaticano o en las cumbres de los Alpes. Se echan en falta más declaraciones viva voce del propio Pontífice al hilo de las imágenes. Pero parece que los autores han optado por hacer una apretada síntesis de ideas, que exigía decir muchas cosas en poco tiempo.

La obra enfoca la figura del Papa desde una perspectiva católica, aunque ponderada y no clerical. El Papa aparece como un hombre clave de nuestro tiempo, que defiende sin concesiones la dignidad del ser humano. Su amor apasionado al hombre se basa en la dignidad que le ha otorgado Jesucristo al asumir la naturaleza humana. Es en este cristocentrismo donde radica la trascendencia religiosa y social de Juan Pablo II. Así lo muestra con palabras e imágenes esta magnífica obra.

Jerónimo José Martín¿Cómo gobierna el Papa la Iglesia?Card. Eduardo Martínez Somalo, Prefecto de la Congregación para los Institutos de vida consagrada

Yo diría sucintamente que el Santo Padre dirige la Iglesia con oración, con ascetismo, con caridad, con verdad, con humildad, con espíritu de colegialidad.

El Santo Padre se preocupa ministerialmente de los pastores, seglares, personas consagradas y de todos con una oración constante, siguiendo el consejo del Apóstol San Pablo. Antes de tomar cualquier decisión, pide él, y hace pedir a otros, luces a Dios. (…) Cuando no se encuentra la solución a un problema, o ésta se retrasa, suele comentar: Es que hemos rezado todavía poco. Hay que orar más. ¡Cuántas veces le he oído esta frase!

El servicio pastoral del Papa está marcado de ascetismo: ¿quién no se ha admirado ante sus fatigas apostólicas, esas jornadas largas e intensas, esos viajes por el mundo entero, precedidos, acompañados y seguidos de oración, ayunos y vigilias? Pero es un ascetismo sereno, sonriente, que no se hace notar ni pesar sobre los demás, que sabe encontrar la palabra amable que esconde su cansancio y ayuda a los otros a descansar de la fatiga, y a prestar su colaboración con serenidad y entusiasmo.

El Papa dirige la Iglesia con caridad y con verdad, indisolublemente unidas: «veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15). Anuncia el Evangelio íntegra y fielmente, sin rebajar las exigencias que Cristo mismo nos pide; al mismo tiempo, lo hace con una inmensa caridad para todos y cada uno, con asimilación y clarividencia de los dramas, las tensiones y las preocupaciones de nuestro tiempo. (…)

El Papa gobierna con humildad. Su título preferido es el de servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios, consciente de que los frutos de su esfuerzo y de su servicio proceden de Dios. A propósito de tantos acontecimientos -algunos de ellos con repercusiones mundiales- en los que tanta parte de mérito ha tenido Juan Pablo II, viene a mi memoria la exclamación evangélica que él repite con humildad y que frecuentemente he escuchado de sus labios: «servi inutiles sumus» (Lc 17, 10), somos siervos inútiles: no hemos hecho sino lo que teníamos obligación de hacer.

Otra característica del ministerio del Santo Padre es su sentido de colegialidad, de vinculación con el Colegio Episcopal, del que es cabeza. Antes de tomar decisiones importantes, convoca Sínodos generales o particulares, reúne a Conferencias Episcopales, escucha a los Obispos en sus visitas ad limina, preside reuniones de expertos.

Una señal luminosaMons. Álvaro del Portillo, Obispo Prelado del Opus Dei

Deseo señalar brevemente algunos rasgos que resaltan en Juan Pablo II, y que pienso que se pueden resumir evocando las figuras de los dos Apóstoles que lleva en su nombre. (…) Juan es el Apóstol del amor, argumento recurrente de sus cartas (…). El amor a Dios y a los demás es también el hilo de oro de la predicación del Papa: el amor cristiano, que unas veces se traduce en la defensa de la dignidad de cada hombre -sobre todo, de los más débiles, de los pobres y enfermos-, en la protección de la vida humana desde el inicio hasta su terminación, o en la promoción de la paz y de la justicia; en sus enseñanzas sobre el amor conyugal, la fidelidad, la entrega a los demás venciendo el egoísmo; en sus consideraciones acerca del valor de la vocación a la virginidad y al celibato, como expresiones altísimas del amor divino y de la amorosa correspondencia humana… La Iglesia sabe que, para construir una civilización del amor, es necesario que el amor reine en los corazones. Y el secreto para lograrlo -secreto que Juan Pablo II difunde y promueve por doquier, contra viento y marea- es el encuentro personal de cada hombre y de cada mujer con Cristo.

Este amor, no sólo predicado sino vivido en primera persona, es también la raíz del ímpetu evangelizador que mueve al Papa, como al Apóstol Pablo, a emprender viajes agotadores por todo el mundo, y a un trabajo diario extenuante para llevar la cruz de Cristo a todas las gentes. Recuerdo que en una ocasión, hace varios años, me recibió en audiencia a última hora de la tarde. Cuando llegó a la sala donde le esperaba, advertí que caminaba con fatiga, y que el rostro sereno dejaba traslucir la huella del cansancio. Al hacérselo notar con respeto, su respuesta fue: «Si a estas horas del día no estuviera cansado, significaría que no habría cumplido mi deber». Estas palabras traen a mi memoria lo que San Pablo escribía a los cristianos de Corinto: «muy gustosamente me gastaré y desgastaré por vuestras almas. Si os amo más, ¿seré yo menos amado?» (1 Co 12, 15).

Realizador fiel del ConcilioCard. Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

El colaborar en la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo de hoy fue, para Karol Wojtyla -que mientras tanto había llegado a ser arzobispo de Cracovia-, un momento determinante para el camino que estaba llamado a recorrer. Todo lo que, hasta entonces, había experimentado y conocía podía ponerlo ahora al servicio de la fe de toda la Iglesia y convertirlo así en un validísimo auxilio en su caminar hacia el mañana, a través del intercambio de criterios con obispos y teólogos de todo el mundo.

No era, pues, solamente una obligación dictada por el cargo que desempeña, sino expresión de la médula misma de sus hondas convicciones, el hecho de que Juan Pablo II, refiriéndose a la gracia extraordinaria que, para él, supuso su participación activa en los trabajos del Vaticano II, afirmase en una ocasión que «el Concilio es el constante punto de referencia de toda mi acción pastoral, en el compromiso responsable de traducir sus directrices en aplicaciones concretas y fieles» (27-I-1985).

(…) El trascendental discurso de inauguración, con el que Juan Pablo II inició, el 22 de octubre de 1978, su servicio pastoral como Sucesor de Pedro, culminó con la exclamación que resonó desde la Plaza de San Pedro a todo el mundo: «¡No tengáis miedo, abrid, más aún: abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. No tengáis miedo. Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. Sólo Él lo sabe».

Abrir, de par en par, las puertas a Cristo, por todas partes, superar el miedo de que pueda exigirnos demasiado, de que pueda sustraer algo a nuestra vida: esta apertura y esta liberación del miedo constituyen el programa que, por sí solo, puede definir todo el pontificado del Papa actual y es, justa y precisamente, el programa del Concilio Vaticano II.

El Papa viaja incansablemente por todo el mundo, sin temor al cansancio; se entrega, sin reservas, para franquear las puertas a Cristo y abatir las barreras de las que se rodea el hombre. Juan Pablo II se acerca a los poderosos y a los desheredados, a los ricos y a los pobres, en lugares lejanos o en grandes plazas, siempre para llevar a Cristo en medio del mundo. Misas con asistencia masiva son celebradas en las plazas mayores de las ciudades, y la Palabra de Dios es predicada «sobre los tejados» (Mt 10, 27). Y, efectivamente, desde entonces, son muchas las puertas que se han ido abriendo, a pesar de que parecían cerradas para siempre; han caído muros cuyo cemento parecía hecho para durar una eternidad.

La fe ha entrado, con una nueva radicalidad, en una confrontación abierta con el mundo de hoy, y ha superado todas las murallas. Nadie debe maravillarse por el hecho de que esto haga surgir controversias, ni por el hecho de que no sea precisamente fácil la situación y actuación de los cristianos.

No hay que olvidar que el Papa Juan XXIII, en el discurso de apertura del Concilio, no utilizó únicamente la palabra «alba», sino que ésta fue acompañada de las siguientes frases: «Es -sigue siendo- verdad lo que el anciano Simeón dijo proféticamente a María, la Madre de Jesús: ‘Él ha venido para la ruina y resurrección de muchos… como signo de contradicción’ (Lc 2, 34)». Aquel Papa añadió entonces las palabras de Jesús, según el Evangelio de Lucas: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Lc 11, 23).

(…) Deseo añadir un texto de Orígenes que resume la experiencia de los grandes maestros espirituales de todos los siglos: «Cuando un hombre de espíritu se dedique a la Palabra de Dios, no le quepa la menor duda de que tendrá también enemigos…». Un cristianismo que no encuentra obstáculos no puede llegar a ser otra cosa que insignificante; un cristianismo que deja de afrontar el coraje de oponerse, se convierte en «sal insípida» que sólo sirve para ser pisoteada (cfr. Mt 5, 13).

El hecho de que la fe, hoy más que nunca, sea puesta en tela de juicio y de que, incluso de tejas abajo de la propia Iglesia, se creen dolorosas divisiones, que ya el Señor nos había preanunciado (Mt 10, 35), no demuestra otra cosa más que el Papa anuncia la fe en toda su grandeza, con la serenidad de quien sabe que podemos confiarnos a Cristo, también y precisamente, cuando el ser cristiano comienza a convertirse en algo peligroso. «He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10, 16), había dicho a sus discípulos el Señor que se había hecho «cordero» por nosotros.

Quien esperaba que, después del Concilio Vaticano II, dejase de haber lobos, había interpretado mal la esperanza cristiana y, con ella, también, las intenciones del propio Concilio.

_________________________(1) Del temor a la esperanza. Quince años de pontificado de Juan Pablo II. Solviga. Madrid (1993). 688 págs. 19.900 ptas., la obra completa (3 tomos, 2 vídeos, 1 diskette de documentación). Los dos vídeos se pueden adquirir por separado al precio de 2.995 ptas.

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