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Un peligro para los propios musulmanes

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

El destacado orientalista anglosajón Bernard Lewis declara en una entrevista publicada en Le Monde (16-XI-93) que el fundamentalismo islámico es un peligro para los propios musulmanes antes que para sus vecinos, especialmente los europeos.

– ¿El fundamentalismo islámico forma parte del Islam?

– Sí, pero no me atrevería a decir que es parte «integrante»… Es un fenómeno antiguo -engendrado por el mismo Islam- que ha existido de forma discontinua, que aparece y desaparece. Pero no es algo central. Estos movimientos de crisis no son universales, casi siempre se limitan a una región, a un periodo, según las circunstancias. Tienen una cosa en común: todos han fracasado. Hay dos modos de fracasar: primero el fácil, ser suprimido, es decir, no conseguir hacerse con el poder. Es la derrota más cómoda, incluso se tiene la ventaja de llegar a ser mártir. El otro modo es más penoso y lleva más tiempo: sucede cuando estos movimientos fracasan después de haber conquistado el poder, porque no encuentran respuestas a las preguntas que les plantea la sociedad. (…)

– La mayoría de los regímenes musulmanes a lo largo de la historia, ¿no han sido de algún modo islámicos, pues aplicaron la ley islámica…?

– No, yo hablo aquí de regímenes revolucionarios, nacidos de un movimiento radical, que criticaban la situación y pretendían renovar la fe y las instituciones, retornar a las fuentes auténticas de la religión. El chiísmo comenzó de ese modo. Cuando digo que esos movimientos han fracasado, quiero decir que no han conseguido crear algo diferente de lo que ya existía. Han fracasado precisamente al asemejarse a los regímenes que habían destruido, en el sentido de que no han cumplido sus promesas, y han llegado a ser tan tiránicos y corruptos como los sistemas precedentes, y a veces incluso peores.

– Hay dos tipos de regímenes «islamistas»: el de Arabia Saudita, aparentemente pro-occidental, y el de Irán, aparentemente opuesto a Occidente. ¿Cuál progresa más hoy? Ciertos orientalistas franceses predicen una generalización del sistema saudí.

– Si consideramos la cuestión en función de una orientación pro-occidental o anti-occidental, falseamos el problema real. Para los fundamentalistas, la cuestión esencial no es la relación con el extranjero o con los extranjeros. Es una cuestión interna: el musulmán se ha visto apartado de la vía histórica y auténtica, de la vía de Dios, desde hace un siglo en algunas regiones y desde hace dos en otras, a causa de la influencia occidental y, sobre todo, por traidores pretendidamente musulmanes, que llevan nombres musulmanes, pero que son renegados, apóstatas. Contra ellos debe dirigirse la jihad esencial. La jihad es la guerra contra la infidelidad, contra el no creyente, pero también contra el apóstata.

– Algunos cínicos afirman que, después de todo, conviene que estos pueblos tengan su experiencia islamista y comprueben que su programa no contiene respuestas.

– Es verdad que no tienen respuesta ni solución para estos problemas. Un amigo argelino me ha dicho que el FIS (Frente Islámico de Salvación) es muy popular porque no está en el poder. Si llega al poder perderá rápidamente su popularidad. Pero si llegan al gobierno, no necesitarán la popularidad. Su presencia en el poder podría llegar a durar mucho tiempo, y no veo cómo Occidente podría evitarlo. (…)

– En Francia, país de tradición laica y cristiana, ¿puede integrarse realmente una minoría musulmana sin renegar de sus principios, sin practicar una doble obediencia?

– (…) Teóricamente no veo motivos por los que los musulmanes no puedan convertirse en franceses de religión musulmana, igual que hay franceses de religión protestante o de otra. El problema está en la naturaleza de la identidad religiosa musulmana. (…)

Pero, ¿qué significa exactamente «practicar el Islam»? En nuestras civilizaciones occidentales, la tolerancia religiosa quiere decir que las minorías tienen derecho a lugares de culto y quizá también una cierta autonomía en los asuntos de su comunidad. Mientras que practicar el Islam significa vivir según la ley santa musulmana, lo que, según la interpretación de algunos de sus jefes de filas, no es compatible con un Estado moderno. Este obstáculo se manifiesta en muchos aspectos, como el papel de la mujer, el matrinomio o la herencia. Es una verdadera dificultad que sólo puede ser resuelta por los mismos musulmanes. El problema se complica porque muchos de los inmigrantes musulmanes proceden de regiones rurales y tradicionales y, de golpe, se encuentran en las sociedades occidentales, laicas y modernas. Descubren allí algunas libertades inesperadas, que incluso les pueden parecer sospechosas, y al mismo tiempo ven que se les niega lo que ellos consideran una libertad fundamental, la de practicar su religión a su manera.

En los Estados musulmanes tradicionales, los cristianos, aunque privados de ciertos derechos en materia fiscal y política, disfrutaban de gran auto-nomía en los asuntos internos, incluidos la regulación del matrimonio, divorcio, educación y herencia. Ahora bien, un musulmán que llega de Argelia o Paquistán tiene una memoria histórica. Al llegar a Europa encuentra que hay mucha más libertad de la que esperaba y, a la vez, mucha menos, porque no disfruta de autonomía en cuanto comunidad. De ahí el cuento del musulmán que, recordando que en su patria se permite a los cristianos practicar la monogamia, no entiende por qué en nuestra tierra no se le deja a él practicar la poligamia…

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