Un pastor por encima de la polémica

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Contrapunto

El viaje de Juan Pablo II a Francia, en coincidencia con el 1.500 aniversario del bautismo del rey Clodoveo, estuvo precedido por una polémica periodística sobre la laicidad (ver servicio 122/96). Lo que realmente han podido escuchar los franceses de boca del Papa no ha tenido mucho que ver con ese debate de papel. El Pontífice ha hecho, sobre todo, una llamada a ocuparse de los que sufren; ha instado a la fidelidad al Evangelio, a la recepción de los sacramentos, a reforzar la catequesis; ha alentado a los pastores, a los laicos y a los religiosos a cumplir sus misiones respectivas. O sea, ha hecho lo que se espera de un Papa.

Le Monde es uno de los medios que, en vísperas del viaje, más espacio dedicó al affaire Clovis. Con el Papa ya en Francia, Henri Tincq, enviado especial del diario a Sainte Anne d’Auray -escenario de una misa ante 120.000 personas-, escribe: «Han sido tales las polémicas que han precedido su quinta visita a Francia, que se había llegado a olvidar que Juan Pablo II venía, ante todo, a ejercer su oficio de pastor» (Le Monde, 21-IX-96). Conociendo al Papa, no era tan difícil recordarlo.

Las palabras de Juan Pablo II sólo han podido decepcionar a quien esperara a un Papa imaginario. ¿Cuál es el significado, según él, del bautismo de Clodoveo? «Tiene -dijo el Pontífice el día 22 en Reims- el mismo sentido que cualquier otro bautismo»: el rey fue «liberado del pecado original y de todos los pecados cometidos anteriormente»; «profesó la fe de la Iglesia y se adhirió a Cristo»; «por la gracia santificante», le fue dado «participar de la vida de Dios».

Después de Clodoveo, añadió el Papa, multitud de franceses han recibido, uno por uno, el mismo don. Toca a los cristianos de hoy «conservar el sabor del mensaje evangélico», «ser la luz que ilumina a los demás».

Juan Pablo II había explicado nada más llegar a Francia que iba a hacer una visita pastoral, y no política. Y así ha sido. Al final, las 1.500 personas reunidas el domingo en París para manifestarse contra el viaje dirigieron su protesta a un fantasma. Quienes el mismo día, en Reims y en número cien veces mayor, vieron al Papa de carne y hueso, escucharon palabras dirigidas a «despertar la fe de los fieles y hacer llamamientos a la solidaridad con los excluidos de un país en crisis», anota el cronista de Le Monde.

De paso, dice también Tincq, el Papa proporcionó un desengaño más a los cultivadores del vaticanismo-ficción: «Desde las primeras horas, Juan Pablo II lograba otra victoria, esta vez sobre sí mismo y sobre los rumores en torno a su salud». Cuando el Papa caiga enfermo, sin duda nos enteraremos. De momento, sus limitaciones físicas no le impiden cumplir con su misión pastoral, que es, pese a todas las especulaciones, el único oficio que se le conoce.

Juan Domínguez

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