¿Un paso previo o un paso en falso?

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En Occidente, el retraso en la edad del matrimonio y una iniciación sexual cada vez más temprana están favoreciendo que se extienda la cohabitación antes del casamiento. En algunos países incluso se ha convertido en un modo alternativo de vida en pareja, más que en un paso previo al matrimonio. Lewis Lebaron comenta en la revista australiana Perspective (agosto 1999) un estudio sobre la cohabitación publicado en Estados Unidos que ha despertado polémica.
La rápida aceptación de la palabra «compañero/a» como sustituto de marido/mujer/cónyuge refleja un fenómeno moderno asombroso: el desvanecimiento del matrimonio. «Vivir juntos» se ha convertido en una alternativa aceptada, de modo que más de la mitad de los primeros matrimonios son precedidos de cohabitación, cosa que prácticamente no ocurría a comienzos de siglo.

Para consternación de muchos padres, lo que se denominaba «amancebamiento» o, más duramente, «vivir en pecado», no sorprende lo más mínimo. Los estudios señalan que muchos jóvenes piensan que vivir con otra persona antes del matrimonio es realmente una buena idea.

Incluso para muchas personas mayores, esta tendencia representa un avance frente a la llamada moralidad victoriana represiva que sufrieron sus padres. Piensan que permite poner a prueba la compatibilidad sexual y de caracteres, lo que reduce el número de amargos divorcios. Las mujeres se sienten mejor porque no están presionadas para casarse ni se las estigmatiza cuando no lo hacen.

Estos son los argumentos teóricos que hacen preferible la cohabitación al matrimonio. El problema es que los argumentos basados en las pruebas muestran la superioridad del matrimonio sobre la cohabitación.

En un estudio publicado a comienzos de año, dos conocidos sociólogos estadounidenses, David Popenoe y Barbara Dafoe Whitehead, del National Marriage Project de la Universidad Rutgers, afirmaban que «una atenta revisión de los datos que proporcionan las ciencias sociales sugiere que vivir juntos no es una buena manera de prepararse al matrimonio ni de evitar el divorcio».

Aumenta el riesgo de ruptura

Según los autores, «las uniones de hecho dañan la institución del matrimonio y plantean claros peligros para la mujer y los hijos». En concreto, la investigación concluye: «La cohabitación antes del matrimonio aumenta el riesgo de ruptura después del matrimonio; la violencia doméstica contra la mujer y los malos tratos a los hijos es más probable que se den en parejas no casadas. Los que cohabitan suelen tener niveles más bajos de satisfacción y de bienestar que los casados».

Los sociólogos reconocen que el reloj no puede retrasarse hasta los años cincuenta. Pero Popenoe y Whitehead advierten a los gobernantes de que el crecimiento de las uniones de hecho está perjudicando la institución del matrimonio sin que ninguna alternativa viable lo esté reemplazando.

Como era de esperar, el informe (Should We Live Together? What Young Adults Need to Know about Cohabitation before Marriage) ha provocado críticas en los medios de comunicación y entre los especialistas. Otros sociólogos coinciden en que vivir juntos antes del matrimonio aumenta el riesgo de divorcio. Pero afirman que esto se debe a que quienes eligen vivir juntos son sencillamente menos convencionales y menos dados al compromiso: son más proclives al divorcio.

Pero sería extraño que la cohabitación no afectara a la actitud que se tiene hacia el matrimonio, y esto es precisamente lo que sostienen Popenoe y Whitehead. Como en el matrimonio, las parejas de hecho comparten casa, cama, cuenta corriente (a veces) e incluso hijos; sin embargo, tienden a comprometerse mucho menos en sus relaciones y valoran mucho más su independencia. Los autores dicen que «es razonable esperar que una vez que se ha aprendido ese modelo de conducta de poco compromiso y gran autonomía, es más difícil cambiarlo».

Menor compromiso

Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Pennsylvania de 1997 concluía que «cuanto más tiempo pasan los jóvenes cohabitando, menos entusiasmo sienten hacia el matrimonio y los hijos». Las personas que han vivido antes con otras parejas son especialmente inconstantes. «Toleran menos la insatisfacción y dejarán romperse un matrimonio que de otro modo podría haberse salvado», dicen Popenoe y Whitehead.

Los matrimonios suelen estar también mejor económicamente. Los hombres casados, especialmente los que tienen hijos, tienden a ser más responsables y productivos y, por término medio, ganan más que los que cohabitan. Las parejas casadas también reciben más ayuda financiera del resto de la familia. Popenoe y Whitehead afirman que «los miembros de la familia están más dispuestos a ayudar económicamente a los casados que a los simples amigos o amigas».

Todo esto es natural, incluso desde un punto de vista estrictamente económico. En otro estudio, Linda Waite, de la Universidad de Chicago, descubrió que las parejas casadas no sólo han hecho un contrato a largo plazo que favorece la inversión emocional: además, comparten recursos y son capaces de actuar como una pequeña compañía de seguros contra las incertidumbres de la vida. El matrimonio también los conecta con la comunidad, que puede ofrecerles apoyo importante, emocional y social, en momentos de dificultades.

Buscando las causas

Si las ventajas del matrimonio son tan obvias, ¿por qué se ha generalizado tanto la convivencia sin compromiso jurídico? Los autores sugieren algunas explicaciones.

Una es el largo espacio de tiempo entre el inicio de la pubertad y el casamiento. En la actualidad, la gente joven dedica mucho más tiempo a prepararse profesionalmente. Es demasiado pronto para echar raíces, pero demasiado tiempo como para no buscar compañía. Sin embargo, lo que ha hecho de esta situación una posible alternativa al casamiento ha sido la revolución sexual. La píldora y la relajación de las normas de la moralidad sexual han borrado el estigma de «vivir en pecado».

Junto con esto, ha habido otros factores importantes como la visión del matrimonio como una simple autosatisfacción romántica, el aumento del feminismo y el declive de la práctica religiosa.

La pobreza y el número creciente de hogares rotos también contribuyen a las estadísticas. Los jóvenes que han atravesado una infancia difícil son más dados a escapar de problemas familiares y refugiarse en relaciones de pareja, «aunque, por desgracia, esto aumenta la probabilidad de que surjan nuevas dificultades».

Algunos observadores pesimistas argumentan que la atmósfera de la sociedad de hoy está tan erotizada, que la verdadera alternativa para la gente joven está entre una indeseable promiscuidad o unos años de cohabitación antes de casarse. El matrimonio temprano rara vez es una solución, pues corre más riesgo de romperse que el de los que se casan al final de la veintena.

El interés social del matrimonio

Poco a poco, los gobiernos occidentales están siendo presionados para que institucionalicen las uniones de hecho, de modo que el matrimonio sea simplemente una opción más de estilo de vida. Esto ha sucedido ya en Suecia y Dinamarca, donde la cohabitación es una alternativa más que una antesala del casamiento, y donde casi todos los matrimonios están precedidos por la cohabitación.

La pregunta de Popenoe y Whitehead es: ¿deben ceder los gobiernos ante lo que parece ser una presión irresistible a favor del cambio? Su respuesta es un firme no. «La convivencia antes del matrimonio ha demostrado ser incapaz de generar matrimonios felices y duraderos. Sólo el matrimonio garantiza un contrato implícito a largo plazo, permite compartir realmente recursos económicos y sociales y asegura la mejor conexión con la comunidad».

Los autores afirman que los jóvenes tienen derecho a conocer la realidad sobre la cohabitación, sobre todo cuando la mayoría de ellos todavía sueña con un matrimonio feliz y con niños.

La cohabitación no es inocua ni progresista. No conducirá a un matrimonio más satisfactorio y puede que ni siquiera acabe en matrimonio. Como decía el viejo dicho, si consiguen la leche gratis, ¿por qué iban a comprar la vaca?

Popenoe y Whitehead no dicen que tengan la solución; lo que buscan es provocar un debate nacional sobre un tema del que huyen los políticos. «Pocos asuntos parecen más críticos para el futuro del matrimonio y para las próximas generaciones».


A prueba y sin compromiso

Algunas interpretaciones sociológicas sobre el fenómeno de la cohabitación antes del matrimonio sugerían que podría favorecer una mayor estabilidad matrimonial. Vivir juntos facilitaría un conocimiento mutuo más profundo que el que se consigue con el noviazgo tradicional. Esto permitiría hacer una criba de las uniones desafortunadas, de modo que quienes después optaran por casarse estarían más firmes en su decisión. Y al tener una experiencia más real de las posibilidades y límites de la vida en pareja, se evitarían también las decepciones que muchas veces conducen a las crisis matrimoniales.

Sin embargo, estudios hechos en distintos países desmienten estas hipótesis. No es sólo que las uniones de hecho se rompan más que las matrimoniales. También aquellos que llegan a casarse tras cohabitar son más proclives a divorciarse que los que no convivieron antes.

En EE.UU., dos investigadores de la Universidad de Wisconsin, Larry Bumpass y James A. Sweet, analizaron los datos del Informe Nacional sobre Familia y Hogares (1987-88), con una muestra de 13.000 personas. Encontraron que, diez años después de casarse, el 38% de los que habían cohabitado antes se habían divorciado, en comparación con el 27% de los que se casaron directamente. Los autores, que no quieren culpabilizar a nadie, sugieren posibles explicaciones: «Ante el mismo nivel de insatisfacción, los que han cohabitado están más inclinados a aceptar el divorcio como solución».

Mentalidad de prueba

Otra explicación adicional es que «la gente que cohabita suele ser menos religiosa o no está sometida a las presiones familiares que les llevarían a mantener un matrimonio insatisfactorio». Volviendo la oración por pasiva, se podría afirmar que una concepción religiosa favorece la estabilidad matrimonial o que la familia puede constituir un buen apoyo a la hora de remediar situaciones que para otros son insalvables.

En Canadá, un estudio del profesor Zheng Wu, de la Universidad de Victoria, llega a la conclusión de que quienes viven juntos antes del matrimonio se casan más tarde y se divorcian más (cfr. servicio 67/99). El estudio, publicado en la Canadian Review of Sociology and Anthropology, revela que el 55% de las parejas canadienses que cohabitan terminan casándose. Lo hacen más tarde que las otras: su edad media de matrimonio es de 33 años para las mujeres y 34 años para los hombres, cuando en Canadá la edad media del primer matrimonio es de 27,3 y 29,3 años, respectivamente.

A pesar de ser parejas mayores que las otras, no resultan más estables. Según el estudio, las mujeres que han convivido con su pareja antes de casarse tienen una probabilidad un 80% mayor de divorciarse que las que no lo han hecho. En el caso de los hombres, el aumento de probabilidad es del 150%. El riesgo de ruptura es aún mayor si alguno de los miembros de la pareja ha cohabitado antes con otra persona. Las explicaciones se repiten: la cohabitación implica una actitud de menor compromiso, son parejas menos creyentes o practicantes que las otras, su nivel educativo es inferior…

Los estudios realizados en Europa apuntan en el mismo sentido. En Alemania, el Informe de las Familias del Deutscher Institute se planteó, con una muestra de 10.000 personas entrevistadas personalmente, cuáles son los factores que aumentan el riesgo de divorcio. Una de las circunstancias que influyen en la divorcialidad es el «haber hecho la prueba». Matrimonios que cohabitan antes de casarse tienen entre un 40% y un 60% más de riesgo de acabar en divorcio. Los autores del estudio piensan que, más que una causalidad directa entre ambos fenómenos, hay una serie de factores que explican a la vez la cohabitación y la divorcialidad más alta. «Probablemente -dicen-, los matrimonios con una fase preliminar de prueba son ya un ‘grupo selectivo de riesgo’, con una actitud y unas características con más riesgo de divorcio» (cfr. servicio 54/96).

En Suecia, la cohabitación sin matrimonio es ya algo que ha entrado en las costumbres. Basta observar que en 1996 el 53,9% de los niños nacieron de parejas no casadas. Allí, un estudio de Jan M. Hoen, profesor de demografía de la Universidad de Estocolmo, publicado en el Välfärdsbulletinen, ha comparado los perfiles de las parejas que tienen hijos y se separan (cfr. servicio 181/97). Las parejas con más riesgo de separarse son las de jóvenes que cohabitan sin estar casados. En estos casos, el nacimiento de un hijo disminuye el riesgo de separación, aunque sólo durante los 18 primeros meses. En general, los matrimonios corren menor riesgo de divorciarse, y más si no han tenido hijos fuera del matrimonio y se casan cuando deciden vivir juntos.

Descenso de la nupcialidad

En la Unión Europea se observa un aumento de la cohabitación, unido a un descenso de la tasa de nupcialidad, que ha pasado de 6,3 matrimonios por mil habitantes en 1980 a 5 por mil en 1997. En España, la cohabitación es todavía un fenómeno minoritario, aunque en aumento entre los jóvenes. La tasa de nupcialidad ha descendido de 7,26 matrimonios por mil habitantes en 1976 a 5,14 en 1998. Pero el descenso refleja sobre todo la repercusión del paro juvenil, la precariedad en el empleo y la carestía de la vivienda. Esto hace que la edad media del primer matrimonio se retrase cada vez más: en torno a 27 años para las mujeres y 30 años para los hombres. Para Julio Iglesias de Ussel, especialista en sociología de la familia, «el crecimiento de la cohabitación -que en muchos casos es una alternativa más que un rechazo al matrimonio- no se estima tan grande como para explicar el descenso de la nupcialidad y parece más frecuente después del primer matrimonio que en lugar del mismo» (La familia y el cambio político en España, pág. 118).

También en España se ha advertido que la cohabitación previa al matrimonio da peor resultado que casarse directamente. Según la Encuesta sobre Fecundidad y Familia, realizada en 1995 con una muestra de 4.000 mujeres y 2.000 varones de 18 a 49 años, entre las mujeres nacidas a finales de los años 60, sólo el 3,7% de las que se casaron directamente se habían separado después de 5 años. Las que pasaron antes por la cohabitación se separaron en un 26% de los casos al término de ese plazo.

Estos datos, coincidentes en distintos países, confirman lo que decía Leon R. Kass, profesor de la Universidad de Chicago, a propósito del matrimonio a prueba: «Estas soluciones, incluso cuando acaban en matrimonio, no son, precisamente por ser pruebas, experimentos de matrimonio. El matrimonio no es algo que uno se prueba para ver si le va bien, y después decide si se lo queda; es más bien algo por lo que uno se decide con una promesa, y después pone todo su empeño en conservarlo» (cfr. servicio 70/97).


Si ocurre, no lo desherede

Según Margaret-Maria Dudley, colaboradora de la revista Perspective en temas familiares, muchos padres se encuentran con la ingrata situación de que su hijo o su hija cohabita con otra persona, para probar o de forma más o menos permanente. Afrontar esta situación puede poner a prueba los valores morales, el tacto y la paciencia. Lo que sigue son algunos consejos para prevenir que ocurra y para afrontarlo bien si al fin ocurre:

Más vale prevenir que curar

— Esté atento a las influencias que reciben sus hijos en el campo de la moral sexual. Asegúrese de que usted -y no sólo los profesores del colegio- les enseña la naturaleza y finalidad del sexo y del matrimonio.

– Sepa qué valores están aprendiendo sus hijos en la escuela y en la universidad.

—Conozca a sus amigos. Trate de ser el mejor amigo de sus hijos.

— Aconséjeles no compartir un piso con chicos y chicas. El clima de un piso de esas características puede favorecer la aparición de una relación más seria.

— No sea ingenuo ni dé nada por supuesto. Los jóvenes no son malos, pero a menudo no saben cómo ser buenos.

Si ocurre…

— Mantenga las vías de comunicación abiertas. No lo rechace. Tarde o temprano su hijo o su hija le necesitará.

— Asegúrele que siempre será bienvenido a casa.

— Siéntese con él/ella y tenga una conversación sin prisas. Déjele claro lo que usted considera moralmente correcto o equivocado.

— Deje clara su postura a los demás hijos.

— Apele a su sentido de responsabilidad: dígale que no está dando buen ejemplo a sus hermanos o a sus amigos.

— Conozca a su pareja y procure ganarse su confianza. No obstante, a menos que la relación se estabilice, es mejor no invitarle a reuniones familiares.

— Cuando llegan hijos, la situación cambia. Debe mostrarse optimista y asumir que la llegada de los hijos asegura la permanencia de la unión. El tener descendencia ofrece una buena ocasión para apelar a su sentido de responsabilidad y animarles a formalizar su unión con el matrimonio.

— Si los hijos entran en escena debe ser más abierto. Invíteles a las reuniones familiares.

— No se desespere. La vida es larga; las personas cambian y maduran.

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