Un paso importante para la unidad entre católicos y ortodoxos

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Viaje de Juan Pablo II a Rumania
Bucarest. La historia de la Iglesia del tercer milenio comenzó el pasado 7 de mayo en Rumania, con la primera visita de un Papa a un país de mayoría ortodoxa. Han sido tres días intensos, en los que cada gesto y cada palabra de Juan Pablo II y del Patriarca ortodoxo Teoctist han contribuido decisivamente a la reconciliación de las Iglesias, y han contado con el apoyo incondicional del pueblo cristiano que ha reclamado a gritos: ¡Unidad, unidad, unidad!

En Bucarest eran poco más de las dos de la tarde del viernes 7 de mayo cuando el Papa Juan Pablo II y el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, Teoctist, entraban juntos en la Catedral del Patriarcado Ortodoxo. Por primera vez en 945 años, un Sumo Pontífice católico había sido invitado a visitar un país de mayoría ortodoxa -el 80% de la población-. Dos coros del Seminario Teológico entonaban el solemne himno «Bendito el que viene en nombre del Señor». Casualmente o no, en ese momento se abrió el cielo, y las nubes que durante toda la semana habían dejado caer una lluvia continua dejaron paso a un sol radiante que ha brillado durante los tres días de la estancia papal.

Así comenzó una visita largamente esperada, y que ha sido considerada como el acontecimiento más importante en las relaciones entre católicos y ortodoxos desde 1965, cuando el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras de Constantinopla retiraron las sentencias de excomunión que la Iglesia de Oriente y la de Occidente se lanzaron recíprocamente en 1054.

Juan Pablo II había sido invitado a visitar Rumania desde 1991 por dos Presidentes, Ion Iliescu y el actual Emil Constantinescu. Pero faltaba una invitación formal por parte del Patriarcado ortodoxo, que estaba en conflicto con los greco-católicos. Como es sabido, ambas Iglesias mantienen una disputa por la devolución de las propiedades de los greco-católicos que el régimen comunista confiscó y entregó a los ortodoxos en 1948. Amortiguadas las tensiones y con la mediación del Primer Ministro Radu Vasile, el Patriarca Teoctist dirigió finalmente su invitación a Juan Pablo II el pasado febrero.

Volcados con el Papa

Los preliminares de la visita papal han sido seguidos de cerca por la prensa rumana, y no han carecido de aspectos singulares. Entre ellos, la destitución del director del aeropuerto de Baneasa por cobrar altísimas tasas a los periodistas que querían acceder a las instalaciones para cubrir la llegada del Pontífice.

El trayecto que debía recorrer el «papamóvil» por las calles de Bucarest fue debidamente limpiado, asfaltado y remozado. La prensa acusó a los gobernantes de presentar a los ojos del Pontífice una ciudad «maquillada». Sin embargo, se trata de un gesto digno de aprecio, puesto que en un país donde no sobra el dinero, la cantidad gastada en los preparativos, 4.000 millones de lei (unos 270.000 dólares), representa un esfuerzo considerable.

Pero todas las polémicas desaparecieron en cuanto Juan Pablo II descendió del avión y pronunció sus primeras palabras en la lengua del poeta Eminescu. Con este gesto se ganó inmediatamente el afecto de los rumanos, encantados de oírle hablar en su idioma «con acento italiano». El pueblo rumano, católicos y ortodoxos, se ha volcado con el Papa, participando masivamente en los actos y rompiendo en ocasiones las medidas de seguridad para poder verlo de cerca junto al Patriarca Teoctist.

Convencidos del profundo significado de este acontecimiento histórico, los medios de comunicación le han dedicado una atención extraordinaria. El Papa ha acaparado las páginas de todos los periódicos, que lo han caracterizado como defensor de los derechos humanos y han destacado su papel en la caída del comunismo y su incansable peregrinar por todo el mundo llevando un mensaje de paz y esperanza. Por su parte, cuatro cadenas nacionales de televisión han transmitido en directo todos los actos públicos de la visita. «Reconciliación» y «diálogo» han sido las palabras que más se han escuchado.

La necesaria ayuda de Occidente

El mensaje que Juan Pablo II ha transmitido a los fieles católicos y ortodoxos ha girado en torno a cuatro argumentos: político, social, pastoral y, sobre todo, ecuménico.

Pese a la lucha por la modernización que mantiene desde 1989, Rumania sigue siendo uno de los países más pobres de Europa. Este año, necesita 5.200 millones de dólares para afrontar su deuda exterior, el déficit de la balanza de pagos y reforzar la reserva del Banco Nacional Rumano. Recientemente ha alcanzado un acuerdo con el FMI por el que la tasa de inflación debe situarse este año en torno al 35%, pero parece un objetivo difícil de alcanzar a juzgar por la evolución de estos primeros meses.

La clara voluntad europeísta del Gobierno ha chocado con la frialdad de la OTAN y de la Unión Europea. El Papa ha querido tender un puente a esta nación casi olvidada recordando a Occidente su responsabilidad para con los pueblos que tratan de salir del «duro invierno de la dominación comunista». Así, entre las primeras palabras que pronunció a su llegada hubo un llamamiento para que «en este esfuerzo de renovación social, no falte a vuestra nación el apoyo político y financiero de la Unión Europea, a la que Rumania pertenece por historia y cultura», deseo reiterado después en su encuentro con los representantes del Cuerpo Diplomático.

Juan Pablo II invitó a los rumanos a construir una sociedad fundada sobre la convivencia fraterna. Se detuvo especialmente en este aspecto, puesto que en Rumania no faltan ni las desigualdades sociales, ni las tensiones entre las poblaciones de orígenes diversos -rumano, húngaro, alemán y gitano-. Con el recuerdo de la guerra que continúa en Yugoslavia, al otro lado de la frontera rumana, dijo: «Vuestro pueblo tiene muchos recursos insospechados y está llamado a desarrollar un ‘arte de vivir juntos’ (…) para constituir una comunidad de destino. (…) Asimismo, es importante que un Estado que ansía la sana convivencia y la paz preste atención a todos los individuos que viven en el territorio nacional, sin exclusión. En efecto, una Nación tiene el deber de hacer todo lo posible para afirmar la unidad nacional, fundada en la igualdad entre todos sus habitantes, independientemente de su origen y de su religión, y para fomentar el sentimiento de acogida para con los extranjeros».

Por su parte, las Iglesias han de ser constructoras de paz y fraternidad, alejándose de todo antagonismo, y evitando «todo lo que puede exacerbar los enfrentamientos, las pasiones y las ideologías».

La restitución de los bienes confiscados

Con estas palabras, el Papa fue preparando el terreno para entrar en los momentos más delicados de su visita. Por un lado, el encuentro con la Iglesia Greco-Católica. Por otro, el mensaje ecuménico dirigido a la Iglesia Ortodoxa.

Los católicos son en Rumania unos 2.572.000, es decir, aproximadamente el 11,7% de la población. Sus Iglesias son de rito griego, latino o armenio, y están atendidas por 1.590 sacerdotes. La Conferencia Episcopal cuenta con 17 miembros, nueve de rito latino, siete de rito greco-católico (o uniata) y uno de rito armenio.

Cabe recordar que los greco-católicos son católicos de origen bizantino que decidieron reconocer la autoridad del Papa hacia el año 1700. En 1948, el gobierno comunista aprobó una ley sobre las religiones por la que la Iglesia católica de rito bizantino, de un millón y medio de fieles, fue incorporada a la Iglesia Ortodoxa rumana, así como gran parte de sus bienes. El gobierno se desembarazó rápidamente de cinco de los seis obispos de rito latino, y el último fue condenado a 18 años de cárcel en 1951, cuando se realizaron numerosos arrestos de sacerdotes. Las órdenes religiosas habían sido suprimidas en 1949. Desde 1948, fueron ejecutados más de cincuenta sacerdotes, y unos 200 murieron en prisión.

Tras la revolución de 1989, la Iglesia Greco-Católica comenzó a reorganizarse y a exigir la devolución de los templos confiscados, en los que han trabajado los ortodoxos desde hace más de cuarenta años. Este ha sido el principal motivo de discordia entre las dos Iglesias desde entonces.

Homenaje a los greco-católicos

Juan Pablo II reconoció los méritos de los greco-católicos, les invitó a participar más activamente en las actividades ecuménicas y se refirió con mucha prudencia a la devolución de los bienes. El Pontífice presidió la Santa Misa según el rito greco-católico en la pequeña catedral de San José. La celebración tuvo momentos especialmente emotivos, como el encuentro entre el Papa y el anciano Cardenal Alexandru Todea, que pasó 16 años en la cárcel y 27 de arresto domiciliario.

«Hoy estoy aquí para rendiros homenaje a vosotros, hijos de la Iglesia Greco-Católica, que desde hace tres siglos testimoniáis, con sacrificios a veces inauditos, vuestra fe en la unidad -dijo el Santo Padre-. Habéis sufrido al no sentiros amados, por haber sido obligados a la clandestinidad, con un penoso aislamiento de la vida nacional e internacional. Sobre todo, se ha abierto una herida dolorosa en las relaciones con los hermanos y hermanas de la Iglesia Ortodoxa, a pesar de que habéis compartido con muchos de ellos los sufrimientos de testimoniar a Cristo en la persecución».

«Para los cristianos, estos son los días del perdón y la reconciliación. Sin este testimonio, el mundo no creerá: ¿cómo podemos hablar de modo creíble sobre Dios, que es Amor, si no hay tregua en la contraposición? Sanad las llagas del pasado con el amor. Que el sufrimiento común no genere separación, sino que suscite el milagro de la reconciliación».

El día anterior, durante el encuentro con los miembros de la Conferencia Episcopal rumana, el Papa se había referido a la restitución de los bienes: «Obviamente, la justicia exige que lo que ha sido expropiado sea, en la medida de lo posible, devuelto. Sé que la jerarquía no pide la restitución simultánea de todos los bienes confiscados, sino que querría tener aquellos que son más necesarios para las funciones litúrgicas: las catedrales, las iglesias. En este sentido, espero que mi visita pueda contribuir a este camino de fraterno diálogo en la verdad y la caridad».

Un nuevo modelo de diálogo ecuménico

Juan Pablo II ha mantenido de esta forma con éxito un delicado equilibrio respondiendo a las aspiraciones de los greco-católicos sin herir la sensibilidad de los ortodoxos. Porque el objetivo principal de su visita ha sido dar un impulso decisivo al diálogo ecuménico.

La Iglesia Católica y la Ortodoxa comparten la misma Palabra del Señor y los mismos sacramentos. En particular, conservan el mismo sacerdocio y celebran la Eucaristía, afirmando el misterio de la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados. Por eso el Papa ha asegurado que, aunque la comunión entre ambas no es aún plena, «es ya perfecta en lo que todos nosotros consideramos la cima de la vida de gracia».

Durante la estancia papal ha surgido un nuevo modelo de diálogo ecuménico hecho no sólo de palabras sino, sobre todo, de gestos fraternos. El hecho de que este acontecimiento histórico se haya producido en Rumania no es casual. Como recordó el propio Pontífice, este país «tiene como inscrita en sus raíces una singular vocación ecuménica. Por su posición geográfica, por su larga historia, por cultura y tradición, Rumania es como una casa donde Oriente y Occidente se reencuentran en un diálogo natural».

Juan Pablo II y el Patriarca Teoctist han contribuido decisivamente a cicatrizar las heridas abiertas en los últimos cincuenta años y han inaugurado una etapa de colaboración. Este ha sido un viaje en el que cada gesto ha revestido un especial significado de reconciliación y fraternidad. Al inicio, el Santo Padre fue recibido en el aeropuerto por Su Beatitud con un abrazo. «Cristo esté entre nosotros», dijo el Papa. «Está y estará», contestó Teoctist.

Durante la Santa Liturgia ortodoxa, celebrada el domingo por la mañana, el Patriarca se acercó a abrazar al Santo Padre en el momento de la paz, en medio de los aplausos de los fieles ortodoxos y católicos que asistían al acto. Juan Pablo II y Teoctist han caminado el uno junto al otro durante tres días, han bendecido juntos a la multitud, han firmado una declaración conjunta pidiendo que se ponga fin a la guerra en Yugoslavia, se han dado numerosas muestras de respeto y afecto recíprocos. El Pontífice ha sido el primero en realizar una donación para la construcción de la nueva catedral del Patriarcado.

Dar un testimonio de unidad

Las palabras del Papa invitando a la unidad de los cristianos se han dirigido también al corazón. En su discurso a los miembros del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa dijo: «Las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica han recorrido un largo camino de reconciliación: (…) ¡Dios sabe cuánto nuestro mundo, y también nuestra Europa, que esperamos se vea libre de guerras fratricidas, necesitan un testimonio de amor fraternal que prevalezca sobre el odio y las divisiones y que abra los corazones a la reconciliación! ¿Dónde están nuestras Iglesias cuando el diálogo cesa y las armas hacen oír su lenguaje de muerte? ¿Cómo podemos enseñar a nuestros fieles la lógica de las bienaventuranzas, tan diferente del modo de razonar de los poderosos de este mundo?».

«Beatitud, queridos hermanos en el episcopado, volvamos a restablecer la unidad visible a la Iglesia -pidió el Santo Padre-. ¿Qué puede inducir a los hombres de hoy a creer en Cristo si nosotros continuamos desgarrando la túnica sin costura de la Iglesia, si no conseguimos obtener de Dios el milagro de la unidad mientras trabajamos para eliminar los obstáculos que impiden su manifestación plena? ¿Quién nos perdonará esta falta de testimonio?».

El pueblo cristiano en Rumania ha acogido con entusiasmo este mensaje de unidad. Católicos, ortodoxos y cristianos de otras confesiones se desplazaron desde todo el país para asistir a la Santa Liturgia oficiada por Su Beatitud Teoctist y a la Santa Misa presidida por el Papa, realizando no sólo grandes viajes, sino también un importante esfuerzo económico. Con su asistencia masiva a las celebraciones y con su calurosa participación, los cristianos han expresado su deseo de reconciliación. El momento más emocionante de la visita papal se vivió al final de la Misa celebrada el domingo por la tarde en el parque Izvor, con la monumental Casa del Pueblo -símbolo por excelencia del anterior régimen comunista- como telón de fondo. Cuando Juan Pablo II invitó al Patriarca Teoctist a visitar Roma, más de doscientas mil personas, católicos y ortodoxos, corearon con una sola voz: «¡Unitate, unitate, unitate!»

Acción común de católicos y ortodoxos

El Patriarca Teoctist ha manifestado por su parte que la Iglesia Ortodoxa rumana es consciente de «la importancia que el testimonio y la acción conjunta de todos los cristianos tienen para el futuro del cristianismo y del mundo». Por ello, ha asegurado que «las energías de las Iglesias deben dirigirse al trabajo misionero y ecuménico común». Pero también ha recordado que los obstáculos en el camino hacia la unidad son aún numerosos. En este sentido, se manifestó contra el proselitismo y afirmó que cada Iglesia local, «con sus carismas específicos, puede ofrecer una aportación determinante para rehacer la unidad visible de las Iglesias». Su Beatitud dejó abiertas las puertas a la esperanza asegurando que «el segundo milenio de la historia cristiana comenzó con una dolorosa ruptura en la unidad de las Iglesias. Y se cierra ahora bajo el signo positivo de un sincero deseo y de un compromiso por la unidad. La Iglesia Ortodoxa rumana asume con responsabilidad la tarea que le corresponde en el contexto de los esfuerzos de todas las Iglesias para reconstruir la unidad entre los cristianos».

La visita del Santo Padre a Rumania ha abierto por tanto una nueva era en la historia del cristianismo. Por primera vez, el Santo Padre y un Patriarca ortodoxo han asistido juntos a sus respectivas liturgias, cosa que anteriormente habían evitado Patriarcados más antiguos como los de Constantinopla, Atenas o Moscú. Este viaje ha demostrado no sólo que el entendimiento es posible cuando existe una firme voluntad ecuménica, como la del Patriarca Teoctist y la de Juan Pablo II, sino también que el pueblo cristiano desea fervientemente la unidad.

Contra la limpieza étnica y los bombardeosJuan Pablo II y el patriarca Teoctist firmaron una declaración conjunta para pedir a los beligerantes el cese inmediato de la guerra en Yugoslavia. Ambos manifestaron «nuestra solidaridad humana y espiritual con todos los que, expulsados de sus casas y separados de sus seres queridos, experimentan la cruel realidad del éxodo, así como con las víctimas de los bombardeos mortales y todas las poblaciones privadas de la vida en serenidad y paz».

Ambos pastores hacen un «llamamiento en nombre de Dios a todos los que, de una manera u otra, son responsables de la tragedia actual, para que tengan el coraje de reanudar el diálogo y crear las condiciones para una paz justa y duradera que permita el retorno de las personas desplazadas a sus hogares, abrevie los sufrimientos de quienes viven en la República Federal de Yugoslavia, serbios, albaneses y personas de otras nacionalidades, y siente las bases de una convivencia fraterna entre todos los pueblos de la Federación».

Al mismo tiempo, animan «a la comunidad internacional y a sus instituciones a poner en práctica todos los recursos del derecho para ayudar a las partes en conflicto a resolver sus diferencias según los convenios en vigor, especialmente los que se refieren al respeto de los derechos fundamentales de la persona y la colaboración entre Estados soberanos».

María Luisa Faus

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