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Un nuevo «Homo sapiens» confirma nuestro origen africano

publicado
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Los últimos datos genéticos refuerzan la idea de que los neandertales fueron de otro linaje
Desde hace casi un siglo los neandertales son una de las grandes incógnitas de la evolución humana. Algunos especialistas han creído que son antepasados nuestros, que se mezclaron con los humanos llegados más tarde de África. Una reciente investigación genética y nuevos fósiles hallados en Etiopía suministran sólidos indicios en contra de esa hipótesis. Esto significa, entre otras cosas, que toda la humanidad actual proviene de un único tronco africano y que la diversidad de razas es moderna y poco relevante desde el punto de vista genético.

Si un Homo sapiens del Paleolítico superior, o sea, de unos 35.000 años de edad, vistiera como nosotros y nos lo encontrásemos por la calle, seguramente no le prestaríamos mayor atención; su aspecto sería similar al de cualquiera de nosotros. Pero si ese mismo humano del Paleolítico cruzase la calle en compañía de un hombre de neandertal, las diferencias entre ambos serían tan marcadas que muy probablemente nos sentiríamos sorprendidos por el neandertal.

Por peregrina que pueda parecer la ficción anterior, eso es lo que sugieren los resultados del trabajo llevado a cabo por un equipo de investigadores italianos y españoles, tras extraer el ADN más antiguo de nuestra especie y compararlo con el ADN tanto de humanos actuales, como de varios neandertales (1).

El análisis aporta un nuevo y valioso argumento a los defensores de la hipótesis según la cual los neandertales y los hombres anatómicamente modernos (H. sapiens), que convivieron durante algunos miles de años en el Paleolítico, no se aparearon entre sí. Los humanos modernos -subraya esta hipótesis- sustituyeron a los neandertales, que se extinguieron hace unos 30.000 años sin haber participado directamente en la formación del fondo genético de la actual humanidad.

El enigma de los neandertales

Ha pasado mucho tiempo desde que, en 1856, fue descubierto en el valle Neander, cerca de la ciudad alemana de Düsseldorf, el cráneo que sirvió como modelo para dar nombre a los neandertales. Desde entonces, tanto la filiación como la evolución y la supuesta extinción de estos homínidos, han dado origen a algunas de las cuestiones más largamente debatidas y que más controversias han suscitado entre los especialistas.

Prácticamente durante todo el siglo XX se ha venido defendiendo la idea de que los neandertales y los hombres anatómicamente modernos, o sea, los hombres de Cromañón, provendrían de un tronco común («H. sapiens arcaicos»), a partir del cual habrían comenzado a diferenciarse ambas formas hace entre 300.000 y 200.000 años. Una de las cuestiones más difíciles de resolver es la que atañe al proceso de diferenciación biológica, es decir, de especiación, que habría dado lugar a esas dos formas.

Pero si el origen de los neandertales está rodeado de incógnitas, otro tanto cabe decir de su evolución a lo largo del tiempo y de las relaciones que pudieron mantener con los hombres modernos.

Una especie sustituye a otra

Actualmente, la mayoría de los científicos supone que los neandertales fueron «borrados del mapa» (de Europa y de Oriente Próximo) por el hombre moderno, tras la irrupción de éste en el escenario evolutivo europeo después de su salida de África hace unos 100.000 años. Dentro de este modelo de la evolución humana, existen discrepancias en relación con la identidad biológica de los dos protagonistas de la historia. Pero la gran duda, todavía hoy en el centro del debate, está en saber si los neandertales fueron nuestros «hermanos de leche», o sea, individuos de la misma especie biológica que el hombre moderno, o si, por el contrario, pertenecían a una especie diferente y, por tanto, fueron más bien una suerte de «primos» biológicos, como se les designa a veces en el argot evolutivo. Porque una cosa es cierta: durante algunos miles de años, ambas formas coexistieron y, muy probablemente, llegaron a establecer entre sí algún tipo de relaciones.

El modelo multirregional de la evolución humana ofrece una explicación diferente. Los neandertales y los hombres modernos -dicen los defensores de esta corriente- fueron ciertamente, como lo revela el registro fósil, formas diferentes, pero su parentesco biológico fue tan próximo que hizo posible la mezcla de las dos formas y, en consecuencia, la contribución de ambas poblaciones de homínidos en la formación del fondo genético común de los humanos modernos. En tal caso, los neandertales no se habrían extinguido propiamente, sino que -junto con los cromañones- dieron origen a la humanidad actual. Lógicamente, este modelo predice una continuidad genética desde los arcaicos neandertales hasta los hombres de Cromañón, y desde estos hasta los actuales europeos. El modelo «Out of Africa», por el contrario, predice una discontinuidad genética entre neandertales y cromañones, y una continuidad (desde el Paleolítico superior) entre éstos y la humanidad actual.

Es precisamente en torno a esta disyuntiva donde hay que situar la investigación realizada por el equipo de científicos italianos y españoles. Los resultados parecen reforzar la suposición de que hubo la sustitución de una especie (H. neandertalensis) por otra (H. sapiens), sin que hubiese entre ambas unas relaciones que fuesen mucho más allá de la mera coexistencia temporal, en contra de la hibridación que defienden los multirregionalistas.

Demasiadas diferencias

Para llevar a cabo ese estudio, los investigadores tomaron primero unos fragmentos de fémur y de costilla de dos humanos (descubiertos en una cueva al sur de Italia) que vivieron hace aproximadamente 23.000 y 25.000 años, y extrajeron muestras de ADN. Después, copiaron repetidas veces las secuencias genéticas extraídas, hasta obtener una cantidad suficiente para poder analizarlas. Así, acabaron obteniendo el ADN más antiguo de H. sapiens que se ha podido recuperar hasta la fecha.

Uno de los objetivos del trabajo era comparar el código genético neandertal con el código sapiens. Para ello, los investigadores se centraron en un pequeño fragmento de ADN formado únicamente por 360 pares de bases nitrogenadas (las letras del código genético). El análisis llevado a cabo por estos científicos -lo hacía notar recientemente un periodista (2), comentando esta investigación- sería comparable al que realizan los estudiosos de la Biblia cuando intentan correlacionar dos versiones antiguas del libro sagrado a partir únicamente de un versículo.

Los resultados de la investigación muestran que entre el humano de hace 23.000 años y los actuales sólo varían 2,36 de esas 360 «letras», por término medio. Debe tenerse en cuenta que entre dos europeos actuales cualesquiera, el número medio de diferencias es mayor, de 4,35 «letras».

Por el contrario, al comparar el ADN del humano de hace 23.000 años con el de cuatro neandertales (entre los que cabe destacar el espécimen hallado en el valle de Neander hace más de un siglo), el número medio de diferencias es de 24,5. Una diferencia difícil de encajar, sin duda, con las predicciones genéticas hechas por los defensores del modelo multirregional.

Las controvertidas «formas intermedias»

Uno de los argumentos en que tradicionalmente se han querido apoyar los defensores del modelo multirregional es el derivado del registro fósil, y muy en particular el de la supuesta existencia de formas intermedias entre los neandertales y los hombres anatómicamente modernos; formas que serían signos de una continuidad evolutiva entre ambos.

A este respecto, resulta oportuno recordar que desde el punto de vista de la paleoantropología, la mayoría de los científicos niega la existencia de esas formas transicionales. Los humanos modernos -afirman los defensores del origen africano de nuestra especie- somos unos inmigrantes que vinimos de África; o sea, una especie diferente de los neandertales. Esto, dicho de otro modo, significa que los neandertales fueron el resultado de un largo proceso de diferenciación, independiente de la nuestra, a partir de un antepasado común. Quienes afirman esto insisten en que no existen fósiles híbridos entre los neandertales y nuestros antepasados, los hombres de Cromañón, ni genes de los neandertales que hayan sido heredados por los europeos actuales.

Por otra parte, el final de los neandertales o, al menos, la transición a los humanos modernos, parece estar bien fundada en el registro arqueológico. Los yacimientos europeos que contienen secuencias arqueológicas continuas muestran una sustitución brusca de la industria de los neandertales (Musteriense, o Modo III), por la del hombre de Cromañón, es decir, la primera industria (Auriñaciense, o Modo IV) del Paleolítico superior. Esta última industria es técnicamente mucho más perfeccionada que la propia de los neandertales, y siempre se encuentra asociada con fósiles humanos modernos. Los restos conocidos del Auriñaciense permiten inferir que esa nueva tecnología se extendió por Europa en poco tiempo, hace unos 40.000 años. De hecho, hace 40.000 años había ya humanos modernos en Cataluña y en Cantabria. Lo más intrigante es que miles de años después aún sobrevivían neandertales al norte de los Pirineos, y se supone que vivieron hasta hace unos 30.000 años. Esa larga coexistencia es uno de los capítulos de la Prehistoria que más ha dado que hablar en los últimos años, tanto en los foros científicos como entre el gran público.

Un «callejón sin salida»

En todo caso, los resultados de los estudios realizados a partir de ADN de neandertales, cuyo primer intento fructuoso se llevó a cabo en 1997 (3), ofrecen pruebas claramente favorables a la hipótesis de la sustitución de los neandertales por los hombres anatómicamente modernos. Es cierto, a la vez, que los trabajos a partir de ADN extraído de fósiles están resultando un tanto problemáticos, ya que el poco ADN conservado favorece la «contaminación» de las muestras con ADN moderno, y ello supone también el riesgo de sacar conclusiones a partir de falsos resultados. Esta es una de las razones que explica la viva polémica que a menudo se desata entre los partidarios de unas y otras teorías.

Con todo, los resultados de los estudios realizados hasta la fecha a partir de ADN, tanto de neandertales como de hombres modernos, parecen avalar cada vez más la hipótesis del reemplazo de una especie (o subespecie) por otra. La idea de la continuidad y consiguiente mezcla de especies (o de subespecies) distintas y, por extensión, el modelo multirregional de la evolución humana, estarían equivocados.

Este debate es importante porque influye en la visión que podamos tener de la diversidad de las poblaciones humanas contemporáneas. Si la hipótesis del reemplazo demográfico es cierta, las diferencias genéticas entre los humanos serían irrelevantes y constituirían el resultado de cambios ocurridos en las últimas decenas de miles de años. Si, por el contrario, el modelo multirregional fuera correcto, las diferencias genéticas entre los humanos serían profundas y corresponderían a cambios ocurridos quizás durante un millón de años o más. Algunos han querido buscar en este último modelo un apoyo científico, cuando no una justificación, del racismo.

Los autores de estos estudios reconocen, no obstante, que los resultados obtenidos hasta la fecha no dicen la última palabra y que, pese a los nuevos datos sobre la identidad genética del hombre moderno, el tipo de vínculo -si lo hubo- entre neandertales y hombres modernos es todavía un enigma. Y es que, como afirman algunos especialistas en la materia, los neandertales constituyen en sí mismos un «callejón sin salida en el escenario evolutivo» (Hoss, 1996). Un debate que se inscribe, a su vez, en otro más amplio y con numerosas implicaciones: el debate sobre el origen de nuestra propia identidad biológica.

Descubren los restos fósiles más antiguos de nuestra especie

La revista Nature destaca en su número del pasado 12 de junio (4) un hallazgo que podría suponer una vuelta de tuerca más a favor de la hipótesis que sitúa en África la cuna de la humanidad y el foco de expansión de nuestra especie al resto del planeta. Así parece indicarlo el descubrimiento de tres cráneos fosilizados de unos individuos (dos adultos y un niño) casi iguales a nosotros que vivieron hace entre 154.000 y 160.000 años a orillas de un lago (hoy un desierto próximo a Herto, localidad situada a poco más de 200 kilómetros de Addis Abeba) en la región etíope de Afar.

Aunque el primero de esos cráneos ya se descubrió en 1997, han sido necesarios casi seis años para llegar a las conclusiones de las que se ha hecho eco la prensa del mundo entero. Concretamente, se trata de los fósiles más antiguos de H. sapiens hallados hasta la fecha. Los fósiles de hombres modernos más antiguos que se conocían hasta ahora fueron hallados en Oriente Próximo y tienen entre 90.000 y 120.000 años de antigüedad, lo que hace pensar que probablemente corresponderían a una población que salió de África hace unos 125.000 años. Los que se acaban de presentar a la comunidad científica, con unos 160.000 años, «representan -ha dicho Tim White, paleontólogo de la Universidad de Berkeley y director de esta investigación- el probable ancestro inmediatamente anterior a los humanos anatómicamente modernos. Su anatomía y antigüedad constituyen un fuerte indicio a favor de la emergencia de la humanidad moderna en África».

Con una capacidad craneal de 1.450 centímetros cúbicos, el cráneo adulto mejor conservado de los hallados en Herto se sitúa un poco por encima de la media humana actual (en torno a los 1.350 centímetros cúbicos), pero tanto la forma esférica del cráneo como el perfil vertical de la cara, con la frente alta y las mejillas planas, son características distintivas de la humanidad moderna. Sin embargo, la constatación de esas pequeñas diferencias con los cráneos de la especie actual (H. sapiens sapiens), ha llevado a los autores del análisis de esos cráneos a catalogarlos dentro de una subespecie distinta que ya tiene nombre: H. sapiens idaltu, en el que el segundo apellido corresponde a la palabra que, en el idioma etíope de la región de Afar, significa «ancestro».

La antigüedad de los cráneos de Herto, determinada mediante datación por isótopos de argon del material volcánico que los envolvía en el yacimiento, concuerda muy bien con los últimos análisis de ADN, que sitúan el origen de la humanidad en África hace unos 200.000 años. El nuevo hallazgo parece inclinar todavía más la balanza a favor de quienes sostienen que la humanidad actual proviene de una oleada migratoria de África, que sustituyó a las anteriores en Eurasia.

Los recientes hallazgos -afirma Clarke Howell, coautor del análisis de los cráneos hallados en Etiopía- «muestran que los casi humanos evolucionaron en África mucho antes de que desaparecieran los neandertales. Demuestran que nunca hubo una fase neandertal en la evolución humana». Pero no sólo eso. El análisis de dichos cráneos también parece aportar pruebas, según sus descubridores, de que las poblaciones de esa subespecie practicaban ritos funerarios, lo que demostraría, en fin, la capacidad de pensamiento simbólico de H. sapiens ya desde sus orígenes más remotos.

Octavio Rico____________________(1) Caramelli, D. y otros (2003), «Evidence for a genetic discontinuity between Neandertals and 24,000-year-old anatomically modern Europeans», Proc. Natl. Acad. Sci. USA 100, 6593-6597.(2) Corbella, J., La Vanguardia (Barcelona, 13-V-2003).(3) Krings, M. y otros (1997), Cell 90, 19-30.(4) White, Tim D. y otros (2003), «Homo sapiens from Middle Awash, Etiopía», Nature 423, 742-747. Otras informaciones divulgativas en www.berkeley.edu/news/media/releases/2003/06/11_idaltu.shtml.

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