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Un manifiesto de intelectuales señala el deterioro social en Holanda

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Amsterdam. Un grupo de intelectuales holandeses ha lanzado un manifiesto con el que pretende crear un debate público sobre el deterioro social que experimenta el país. Echa la culpa a la política neoliberal del actual gobierno -coalición de socialdemócratas y liberales-, que ya está cumpliendo el último año de su segundo mandato. El manifiesto se publicó en los diarios nacionales y desde su aparición se leen cada día reacciones a favor o en contra.

Entre los firmantes se encuentran escritoras como Mies Bouhuys; artistas, entre ellos Freek de Jonge; la catedrática de Derecho y columnista Dorien Pessers, y el catedrático de Ecomomía Arjo Klamer, autor de Economía de la Cultura. Si no todos, muchos de ellos son de ideología socialista. Pero su queja es compartida también por democristianos. El texto fue enviado a otras personalidades invitándolas a sumarse al comité.

Los firmantes acusan al gobierno de «estar devaluando la civilización». «Si consideramos la civilización como un tapiz hilado con el esfuerzo de todos a través de los siglos, hay que reconocer que ahora se está deshilachando», escriben. En el texto aparecen ejemplos de los males que señalan. Mientras que se ha cuadruplicado el número de millonarios, el número de niños que viven en la pobreza ha aumentado en un 15%.

Respecto a la sanidad, afirman que el PIB ha aumentado en 25 años en un 42%, pero el gasto público en sanidad descendió del 9,4% del presupuesto en 1994 al 8,6% en 1998.

La legalización de la eutanasia en Holanda puede parecer una medida progresista. Pero los autores del manifiesto hacen notar que en las listas de espera para ser acogidos en una institución adecuada figuran 80.000 ancianos, 16.000 minusválidos físicos y 24.000 psíquicos.

Esos números pueden resultar insignificantes para países donde la penuria en este terreno es mayor. Lo que resulta intolerable es que en un país tan rico como Holanda haya listas de espera y se lleven a cabo proyectos de prestigio de los que solo se benefician los que ya viven con holgura. Para tener vivienda hay que comprarla, pues el número de casas de alquiler ha descendido a la mitad. El año que viene faltarán más de 11.000 profesores de enseñanza básica y secundaria.

El manifiesto lamenta que los criterios de solidaridad, respeto e igualdad entre los ciudadanos están difuminándose; todo se mide en términos de productividad: «Una Administración tecnocrática, un individualismo creciente y el declive del sentido social han provocado un desinterés epidémico respecto a nuestra civilización». Los autores del manifiesto tienden a identificar solidaridad y sector público. A su juicio, el mercado y las privatizaciones no son la solución sino más bien un problema añadido. Por ejemplo, la privatización de Correos no ha mejorado los servicios, y los seguros médicos y clínicas privadas no parecen interesados en atender a ancianos ni a minusválidos.

Pero el documento no solo ha suscitado adhesiones. Algunos críticos han replicado que los firmantes del manifiesto no han salido perjudicados del juego del mercado neoliberal, a juzgar por las mansiones en que viven. Además, si van mal los dos puntos más vulnerables que señalan -la enseñanza y la sanidad-, es porque sufren todavía las consecuencias del Estado Providencia y no han tenido tiempo de desarrollarse en un sistema competitivo.

Otra objeción viene a decir que la culpa no es de los políticos, sino de el aparato burocrático que funciona desde el siglo XIX y dificulta o llega a bloquear renovaciones.

La metáfora del tapiz ha resultado un éxito, afirma J.A. Klinkhamer, uno de los que se han sumado a la polémica. La civilización nace del consenso sobre normas y valores. Por eso los autores han hecho una llamada a la sociedad para unir esfuerzos, pues ellos son también quienes tendrán que salvar la cultura y la civilización de las rebajas.

Si el manifiesto logra un número significativo de firmas, el documento será ofrecido a los Estados Generales para que consideren el futuro del país bajo esta perspectiva.

Carmen Montón

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