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Treinta años de la legalización del aborto en EE.UU.

publicado
DURACIÓN LECTURA: 12min.

La cuestión del aborto sigue viva en el debate político
El pasado 22 de enero se cumplieron 30 años de la sentencia Roe v. Wade, en la que el Tribunal Supremo de Estados Unidos definió el aborto como derecho constitucional. Desde entonces más de 41 millones de bebés no han llegado a ver la luz. Sin embargo, en Estados Unidos la cuestión del aborto sigue viva en el debate político, se han adoptado últimamente restricciones al aborto y está abierta la posibilidad de que un cambio de mayoría en el Tribunal Supremo dé un vuelco a la situación.

En aquella sentencia, el Tribunal Supremo dictaminó que la mujer tiene derecho a abortar en los primeros meses de embarazo; un derecho constitucional derivado del más general derecho negativo a la privacy, protegido -según los jueces- por la Primera Enmienda. La decisión del Tribunal Supremo suprimió las barreras al aborto establecidas en las legislaciones de los distintos Estados. No se trataba, por tanto de una despenalización en determinados supuestos, como en la mayor parte de las legislaciones europeas -por influencia alemana-, sino de un derecho constitucional inviolable, que las leyes penales de los Estados deben respetar, sin limitar su ejercicio: solo pueden poner algunas condiciones. Las sucesivas sentencias del Supremo configuraron este derecho de modo aún más individualista: la mujer no necesita el consentimiento del marido -si está casada- o de los padres -si es menor de edad-.

El Supremo se ha manifestado siempre como incompetente para realizar afirmaciones sobre la naturaleza del no nacido (alegando también el desacuerdo de científicos, filósofos y doctrinas religiosas), al que califica como «vida potencial». Esta afirmación contrasta cada vez más con los conocimientos cien- tíficos sobre el feto. Los últimos aparatos de ultrasonidos permiten que los padres y doctores tengan una imagen asombrosamente clara de las características del bebé no nacido. Por eso, como comentaba el columnista George Will, la consideración del feto como «vida potencial» es «una opinión extraña que podría perdonarse si estuviéramos en el siglo XI, y no supiéramos nada sobre embriología y microbiología, como si el principio de la vida fuera un asunto de conjeturas».

Mosaico legislativo

El resultado de la sentencia de 1973 fue una muy criticada congelación del rango normativo del aborto: es un derecho constitucional y, por lo tanto, el poder legislativo (tanto el federal como los federados) debe respetarlo. A pesar de esto, en los últimos años algunos Estados han comenzado a limitarlo, por ejemplo, mediante la exigencia del consentimiento paterno cuando la embarazada es menor de edad. Esto sucede ya en la mayoría de los Estados, aunque se dan situaciones fraudulentas: madres del estado de Misissippi (donde es necesario el consentimiento de ambos padres) que llevan a sus hijas a Alabama (donde basta el de uno solo). Muy extendida está también la exigencia legal de petición de consejo a un especialista, que muchas veces incluye un período de reflexión previo a la decisión de abortar. En un tercio de los Estados ha quedado limitada también la financiación pública de los abortos. El resultado final es un auténtico mosaico legislativo, con diversos grados de restricción sobre el derecho a abortar.

También van saliendo adelante reformas legislativas que protegen al feto frente a agresiones de terceros, como en Michigan, lo que provoca una situación incoherente. Otra vía de reconocimiento de la dignidad humana del no nacido es su inclusión entre los beneficiarios de servicios públicos federales de sanidad, al darle el tratamiento de «niño no nacido», como anunció el Gobierno.

Los pro aborto, a la defensiva

El 25 de septiembre pasado, la Cámara de Representantes del Congreso aprobó un proyecto de ley que amplía los márgenes de la objeción de conciencia de médicos, seguros e instituciones sanitarias. La ley permite que los hospitales se nieguen a realizar abortos y las compañías de seguros a pagarlos sin que pierdan la financiación federal. Esta cláusula favorece que los hospitales católicos y otros opuestos al aborto no se vean obligados a realizarlos por imperativo legal. La ley debe ser aprobada aún por el Senado.

También está en trámite la ley que prohibiría el llamado «aborto por decapitación», realizado provocando el parto hacia el final de la gestación, una ley que ya había sido aprobada pero que fue vetada por el presidente Clinton.

Como medidas que dependían exclusivamente del presidente, a poco de ser elegido, George Bush cortó toda financiación federal a las organizaciones internacionales de planificación familiar que promueven el aborto entre sus servicios. Por el mismo motivo, el año pasado suspendió la financiación al Fondo de Población de Naciones Unidas, por su colaboración en el aborto forzado en China.

Pero cualquier medida más duradera y radical para garantizar la protección del no nacido pasa por el Tribunal Supremo. Uno de los nueve magistrados está a punto de jubilarse. La opinión de Bush en esta materia, y los persistentes rumores, permiten prever que el nuevo juez designado por el presidente será pro vida, y probablemente joven, de modo que se mantenga por mucho tiempo la orientación del Tribunal, que quedaría con cinco magistrados sensibles a la defensa del no nacido contra cuatro pro aborto.

Este nuevo clima en la Administración Bush y el continuado esfuerzo de los pro vida hace que hoy sean los partidarios del aborto los que mantienen una postura conservadora, a la defensiva. Kim Gandy, presidenta de la Organización Nacional de la Mujer (NOW), advierte que su institución se centrará en evitar este giro, porque «no seremos la generación que ganó y también perdió en vida los derechos reproductivos» (citado en el Wall Street Journal, 22 de enero de 2003).

Baja la tasa de abortos

En estos treinta años, según los informes del Instituto Alan Guttmacher (financiado parcialmente por la Federación de Planificación Familiar, pero cuyos datos son aceptados también por los grupos pro vida), se han realizado más de 41 millones de abortos en Estados Unidos. Este país tiene una de las tasas de aborto más elevadas del mundo. El aborto experimentó una fuerte subida después de la sentencia, hasta llegar en 1981 a 29,3 abortos por mil mujeres de 15 a 44 años. Después las cifras comenzaron a descender, sobre todo a partir de 1992. En la actualidad la tasa asciende a 21,3 abortos por cada mil mujeres en edad fértil. David O’Steen, director de Comité Nacional por el Derecho a la Vida, destaca que «hace años, uno de cada tres embarazos terminaban en aborto. Ahora estamos en uno de cada cuatro. No son buenos datos, pero es una situación mucho mejor» (International Herald Tribune, 21-I-2003).

Esta bajada se debe sobre todo -según el informe de Guttmacher, desglosado en el Herald Tribune- a la reducción de abortos entre adolescentes. Entre 1987 y 1994 descendió un 20%, y un 27% de 1994 hasta el año 2000. La tasa de abortos entre las chicas de 15 a 17 años es la que más ha descendido, desde un 24 por mil en 1994 a un 15 por mil en 2000.

Según explica el Herald, la causa es el menor número de embarazos de adolescentes, no que más chicas den a luz. Lo que no está claro es si el número de embarazos ha bajado gracias a las campañas de abstinencia y a una mayor responsabilidad, o por un uso más eficaz de los anticonceptivos.

Las campañas para evitar una actividad sexual precoz están encontrando mayor receptividad en escuelas de todo el país. Laura Echevarria, portavoz del Comité Nacional por el Derecho a la Vida, declaraba que «ha habido en los últimos años un esfuerzo concertado de los grupos pro vida, departamentos de salud y otros grupos para animar a los adolescentes a que piensen realmente en las consecuencias de empezar su actividad sexual a edad temprana, y creo que ha ayudado a que los adolescentes presten atención a estas situaciones».

De este modo, en el año 2000, la mayor parte del millón trescientos mil abortos realizados, fueron de mujeres entre los 20 y los 30 años que no estaban casadas.

Estados Unidos se aproxima así a la situación de otros países desarrollados donde la anticoncepción convive con el aborto, sin llegar a sustituirlo.

Poco uso de la RU-486

Los datos también revelan cambios en la procedencia social y étnica de las mujeres que recurren al aborto. Según el Instituto Guttmacher, entre 1994 y 2000 subió en un 25% la proporción de mujeres por debajo del umbral de la pobreza que abortaron, particularmente las de raza negra o hispánica; en cambio, bajó en un 29% entre las mujeres con mayores ingresos. Según el Herald, exactamente la misma situación que se daba antes de la sentencia Roe v. Wade. Por otro lado, en el año 2000 casi la mitad de las mujeres que abortaron eran reincidentes.

Cada vez menos centros sanitarios ofrecen operaciones quirúrgicas de interrupción del embarazo. Esto hace pensar que serán cada vez más frecuentes los abortos químicos, como el provocado con la conocida RU-486. El informe Guttmacher ofrece las primeras cifras sobre el uso de este compuesto abortivo, desde su aprobación en 2000. De momento, a pesar del entusiasmo inicial, solo un 6% de los abortos se practican con este medio. Destaca la brutalidad del ya citado «aborto por decapitación», procedimiento por el cual se practicaron 2.200 abortos en el año 2000.

El debate sigue abierto

Quizá lo más significativo de la situación de EE.UU. es que después de treinta años el debate sobre el aborto sigue abierto y la opinión pública, dividida. Según una encuesta citada por el Herald Tribune, un 40% de los norteamericanos consideran que el aborto debe ser legal; un 20% está en contra, y un 40% piensa que debe someterse a límites más estrictos.

El movimiento pro vida ha tomado nuevos bríos con la llegada a la Casa Blanca de un presidente republicano, que ha promovido iniciativas a favor de la vida. Entre otras, George Bush declaró recientemente el 22 de enero como Día Nacional de la Santidad de la Vida Humana.

El 22 de enero se ha convertido así en el día grande de la campaña pro vida en Estados Unidos. Más de 50.000 personas se unieron a la Marcha por la Vida en Washington, junto al monumento en memoria de Thomas Jefferson. George Bush -que participó vía satélite desde Saint Louis- recordó las palabras de la Declaración de Independencia que redactó Jefferson: «La Marcha por la Vida actualiza la verdad evidente de aquella declaración: que todos son creados iguales, y todos tienen el derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Entre los eventos públicos destacó también la Misa por la Vida en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, que celebró el arzobispo Anthony Bevilacqua, encargado en la Conferencia Episcopal de la actividad pro vida. Nunca como ahora el movimiento pro vida americano se había manifestado con tanto entusiasmo, y con tanta presencia de jóvenes y niños.

Al mismo tiempo, la APPF (Federación Americana de Planificación Familiar) convocó una contramanifestación frente al Tribunal Supremo. Otra organización defensora del aborto, la Fundación Mayoría Feminista, ha organizado un congreso de dos días, con 400 asistentes, para estudiar modos de conservar el derecho al aborto. El día 22 las calles de Washington fueron el escenario de una pacífica confrontación entre unos y otros.

Después de treinta años de aborto libre, persisten las posiciones encontradas. La crítica más habitual a la Roe v. Wade denuncia la imposición del aborto por el Tribunal Supremo, sustrayendo al debate social y parlamentario una decisión trascendente, que requería una definición nueva sobre el reconocimiento o no de la naturaleza humana del feto. Esto se percibe como algo poco democrático. Pero parece cercano el día en el que este debate pueda reabrirse en las instituciones políticas.

«Jane Roe» es hoy pro vida

Lo más paradójico del reconocimiento del derecho constitucional al aborto en Estados Unidos es que tiene su origen en el perjurio de una mujer que nunca abortó y que hoy es pro vida. Norma McCorvey es el verdadero nombre de Jane Roe, su pseudónimo en el juicio ante el Supremo. Hoy se ha convertido al catolicismo, es una militante pro vida y sueña con que cambie la legislación sobre el aborto.

Cuando tuvo lugar el proceso, McCorvey era una joven de 21 años, sin dinero, sin marido y embarazada por tercera vez. Para las abogadas feministas Sarah Weddington y Linda Coffe era el caso perfecto y supieron utilizarlo. Para aumentar el efecto dramático, acordaron mentir en el juicio y decir que el embarazo se debía a una violación. Al alargarse el proceso, dio a luz a su hija y la entregó en adopción, igual que las dos anteriores.

El cambio de mentalidad de McCorvey fue lento. Cuando empezó a darse a conocer como la mujer que respondía al pseudónimo de Jane Roe, se transformó en una celebridad en los círculos pro aborto. Luego se ganó la animadversión de estos grupos cuando reconoció que había mentido en el juicio. Pero siguió siendo pro choice.

En 1991 empezó a trabajar en un clínica abortista de Dallas, donde pudo ver de cerca los restos de bebés abortados en el segundo trimestre. «¿Cómo evitar que se te encogiera el alma? Nunca sonreíamos y algunas nos dimos al alcohol y a las drogas», declaró después a Newsweek. Pero seguía justificando el aborto

Rehizo su vida y, en 1995 trabó amistad casualmente con algunos miembros de la organización pro vida Operación Rescate. Comenzó a colaborar con ellos y en 1998 volvió al catolicismo, en el que había sido educada.

Por contra, su abogada, Sarah Weddington, se mantiene en sus posiciones de 1973, y advierte sobre el peligro de que las mujeres jóvenes no perciban «cómo eran las cosas antes de Roe v. Wade» y por tanto «no sientan la necesidad de esforzarse en la defensa de ese derecho».

Ricardo Calleja Rovira

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