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Subvenciones públicas: ¿regalo envenenado?

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Una de las novedades introducidas por la reforma de la asistencia pública aprobada en Estados Unidos en 1996 es que permite que las organizaciones asistenciales de carácter religioso reciban financiación del Estado (ver servicio 117/97). Daniel P. Moloney analiza en un artículo publicado en First Things (Nueva York, mayo 1999) algunos de los aspectos prácticos e ideológicos de este cambio.

Contra lo que pudiera parecer, señala Moloney, esta nueva ley no ha provocado gran demanda de financiación pública por parte de las organizaciones religiosas. Las más conservadoras temen que la financiación implique ciertas servidumbres; otras no quieren cooperar con lo que consideran un paso hacia el desmantelamiento del Estado del Bienestar; algunas creen que un presupuesto restringido es la clave de su éxito o prefieren mantener sus actuales dimensiones de servicios y personal, etc.

También hay organizaciones religiosas de fuerte carácter proselitista que no pueden recibir dicha financiación, al ser incapaces de separar los servicios asistenciales de su ministerio. Por otro lado, las organizaciones más grandes, que lo son porque cuentan con muchos donantes, no quieren subvenciones públicas porque temen que eso desmotivaría a los benefactores particulares que las sostienen, con la consiguiente pérdida de base social. Así, tres años después de un cambio legislativo promovido por políticos conservadores, se da la ironía de que sólo parece interesar a pequeñas organizaciones y a las situadas ideológicamente más a la izquierda.

Más allá de la ley, Moloney reflexiona sobre ciertos aspectos de la naturaleza de las organizaciones religiosas. Porque, aunque al prestar servicios asistenciales comparten el mismo terreno que otras entidades privadas o públicas, ni su misión ni sus pretensiones son las mismas. Y es que el Estado puede contemplar a las organizaciones religiosas sólo bajo un prisma utilitarista: te doy dinero y a cambio transformas delincuentes en buenos ciudadanos. Aunque la nueva ley considera la «efectividad» que las organizaciones religiosas muestran con sus programas y por eso las financia, estas no pueden olvidar lo que motiva su «éxito».

La eficacia de las organizaciones religiosas, dice Moloney, se debe, por una parte, a razones prácticas: la proximidad y accesibilidad de los servicios que prestan.

Por otro lado, las organizaciones religiosas «comprenden la naturaleza humana mejor que otras organizaciones». Su forma de verla, por encima de las diferencias entre confesiones religiosas, coincide en presentar al hombre como persona querida por Dios, con dignidad, responsable de sí y de los demás, con capacidades y, también, pecadora. Conjuga la actuación divina y la humana, atribuye un significado a la oración y al esfuerzo.

En opinión de Moloney, existe una tendencia entre los sociólogos a hablar de religión en términos puramente instrumentales; «pero los grupos religiosos deben tener cuidado para no dejar que su deseo de aprobación por parte del gobierno afecte a su propio modo de concebir su trabajo. De otra manera, reducirán lo sobrenatural a lo humano y confirmarán a las elites políticas en la creencia de que la religión es sólo para los marginados».

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