«Si Europa fuera una persona, la llevaría al psicólogo»

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El director, guionista y productor cinematográfico Krzysztof Zanussi ha sido galardonado con el X premio Luka Brajnovic, que la Universidad de Navarra concede a comunicadores con una excelente trayectoria profesional comprometida con los derechos y la dignidad del hombre.

Zanussi nace en Varsovia en el año 1939. Después de estudiar filosofía y física, ingresa en la prestigiosa Escuela de Cine de Lodz. Al acabar sus estudios, trabaja para la televisión polaca y dirige su primer largometraje, «La estructura de cristal» (1969).

En los años setenta realiza distintos proyectos en Alemania, país donde se establece después de que el primer ministro Jaruzelski imponga la ley marcial en 1981, para frenar los avances del sindicato Solidarnosc. «Constans» (1980) gana el premio especial del jurado en Cannes. En 1982, «Imperativ» es premio especial del jurado del festival de Venecia, que dos años después le otorga el León de Oro por «El año del sol tranquilo», la historia del romance entre un militar norteamericano y una refugiada polaca terminada la Segunda Guerra Mundial. La filmografía de Zanussi incluye más de veinte largometrajes, a los que hay que sumar abundantes «TV movies» y series de televisión, algunas muy valiosas. Ha llevado al cine la vida de Juan Pablo II («De un país lejano», 1982). En 1997 estrenó «El hermano de nuestro Dios», adaptación de una obra teatral de Karol Wojtyla. Su último largometraje estrenado es «Persona non grata».

Zanussi es vicepresidente de la Asociación de Cineastas Polacos (1974-1981) y presidente de la Federación Europea de Realizadores Audiovisuales. Desde 1979 dirige TOR Film Studio, productora de la trilogía «Tres colores: Azul. Blanco. Rojo», de su amigo Krzysztof Kieslowski. Desde 1992 enseña cine en la Universidad de Silesia (Katowice). Es miembro del Consejo Pontificio de la Cultura.

Las películas de Zanussi se caracterizan por su inquietud moral: precisamente ese es el nombre del movimiento (el cine de inquietud moral) que fundó junto a sus colegas Wadja y Zebrowski, cuando Polonia estaba gobernada por los comunistas. Un artista de profundas convicciones cristianas que ha mantenido contra viento y marea, ya soplase del este o del oeste.

Usted siempre ha defendido el predominio del pensamiento y el arte europeo frente al norteamericano. ¿Qué lectura tiene esta afirmación en un campo como el cine donde asistimos a un imperio casi absoluto de los Estados Unidos?

— Eso no es totalmente cierto. Es cierto si miramos las cosas desde una perspectiva europea en un momento de crisis del cine europeo. Hace solo veinte o treinta años, por ejemplo, los Oscar tenían una perspectiva muy local. Hoy, como el cine y la cultura europea están débiles, el cine americano está más fuerte. Pero esto no es un hecho inmutable, y prueba de ello es el éxito que están alcanzando muchas producciones indias y chinas.

Pero ¿qué le ocurre a la cultura europea?

— Si Europa fuera una persona, la llevaría al psicólogo. No al psiquiatra, sino al psicólogo. No creo que la dolencia que sufre Europa sea un caso clínico, pero, desde luego, su estado de ánimo presenta claros síntomas de desequilibrio: ha perdido sus ilusiones y la confianza en sí misma. A veces he dicho que Europa padece de melancolía y que, para superarla, necesita confiar en sí misma y en su misión. Igual que un equipo que quiere ganar, necesita determinación, abnegación y educación. El mundo entero se ha aprovechado -y se sigue aprovechando- de las ideas de Europa, pero nadie tratará de salvarla. Europa tiene que curarse por sí sola y para ello hace falta que se estime a sí misma.

Artistas atraídos por la espiritualidad

En esta posible recuperación y ante un panorama de «cultura de masas», ¿qué papel tienen los artistas?

— Siempre, en los diferentes campos de la existencia humana, son las minorías las que provocan un desarrollo. Estas minorías es lo que llamamos elite y esta elite tiene un peligro: puede caer en la esclerosis y esto -como en el caso de las heridas que no cicatrizan- es peligroso.

Por otra parte, se suele decir que se pertenece a una elite si se acepta una responsabilidad por los otros. Quien no acepta esa responsabilidad, no tiene ningún derecho a pertenecer a una elite. Esto vale para el deporte, vale para la vida cultural y, por supuesto, vale para el cine.

En algún lugar ha escrito que observa un acercamiento a la espiritualidad por parte de artistas y científicos, aunque se trata del inicio de un proceso….

— Sí, hace veinte o treinta años predominaba una mentalidad cientifista y absolutamente materialista. Incluso la preocupación social era exclusivamente una preocupación por el bienestar. Hoy, sin embargo, encontramos en el arte y en la cultura un mayor espacio para la espiritualidad. Es cierto que a veces se trata de una espiritualidad de supermercado, muy barata, pero es mejor barata que inexistente.

Desde su trabajo en el Consejo Pontificio de la Cultura será testigo de este acercamiento a la espiritualidad, pero también de cierta frialdad en las relaciones entre el mundo de la cultura y la Iglesia católica.

— Sí, hay una cierta desconfianza mutua, que es parte de la historia actual. También por parte de la Iglesia puede existir este recelo, sobre todo hacia el cine. Y pienso que es una paradoja porque yo digo siempre que la Iglesia ha perdido creyentes por la palabra, por la prensa, o mejor, por Gutenberg. La imagen, lo audiovisual, es más sensual y, en ese sentido, más cercana a la verdad. La demagogia, la mentira, son más cercanas a la palabra abstracta. Los grandes seductores intelectuales -Schopenhauer, Nietzsche, casi todos- se han basado en la palabra. Es más difícil que la imagen mienta.

De todas formas, estamos buscando modos de resolver esta ruptura. En la Iglesia todo se mueve de manera muy lenta. Pero soy optimista, aunque es cierto que a veces me falta paciencia, quizás porque no soy eclesiástico.

Aprovechar cualquier formato

Sus orígenes están en la filosofía y en sus películas hay una constante preocupación por ligar las imágenes con una reflexión sobre el sentido de la vida.

— Preguntarse por el sentido de la vida, del mundo y de la historia es lo que ennoblece al arte. Sin estas preguntas, el arte solo es una efímera expresión de nuestras sensaciones. Yo no creo en el arte con mayúscula sin una perspectiva metafísica. Y, por otra parte, no creo que se pueda trazar una línea divisoria entre la metafísica y la ética, puesto que ambas están inseparablemente unidas desde su nacimiento.

Además de escribir, producir y dirigir películas, tiene usted una amplia experiencia como docente universitario….

— Sí, pero es curioso, mi trabajo como profesor no está dirigido solo a cineastas, sino más bien a los filósofos, sociólogos, diplomáticos y… desde hace tres años, a los ingenieros. Imparto un curso de cultura para ingenieros en la Universidad Politécnica de Varsovia y también cursos sobre diálogo de las culturas y las religiones, un tema que me interesa mucho.

A los futuros cineastas, más que cursos en la Universidad, les ofrezco otra opción: la de que pasen 10 ó 15 días en mi casa. A lo largo del año, pasan por mi casa muchos estudiantes de cine, polacos y de otros países. Es una actividad social que me gusta mucho y que me compensa de algunas frustraciones.

Después de muchos años haciendo cine, no dudó en rodar series para televisión. ¿Se plantea hacer películas adaptadas a los nuevos formatos tecnológicos?

— Pienso que cada oportunidad para contactar con los demás es una gracia inmerecida. Yo no tengo ningún derecho a que me escuchen; por eso mi postura hacia las nuevas tecnologías es aceptarlas sin vacilar. Esto no quita que, por supuesto, prefiera una sala de cine oscura y aspire a que el público esté absolutamente atento a lo que ocurre en la pantalla. En televisión sólo puedo contar con un setenta por ciento de la atención; el resto se divide entre el teléfono, las conversaciones y los vecinos. Pero también agradezco la oportunidad de poder contar historias a través de la televisión. Un paso más es la televisión por móvil; parece la peor de las opciones, es la mínima atención del receptor que está en la calle, en un metro o el autobús y que mira un espacio pequeñísimo de pantalla. Pero si puedo llegar así al espectador, eso es mejor que nada.

¿Tan importante es contar historias?

— Sin el arte narrativo -y ahí se encuadra el cine- el ser humano tendría que contar tan solo con sus propias experiencias, lo que significa que se vería obligado a aprenderlo todo desde el principio. Sin conocer la Odisea, el hombre no sabría nada de la fidelidad de Penélope, sin Shakespeare ignoraría las dudas de Hamlet, o el amor de Romeo por Julieta. Sin don Quijote, uno tendría que descubrir por su cuenta la diferencia entre ver el mundo como es y verlo como debería ser.

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